El intelectual Antonio Núñez de Herrera, autor de Sevilla: Teoría y realidad de la Semana Santa (1934), dejó dicho que, en la capital andaluza, "más que confiar en los Dioses, la gente lo que tiene es confianza con ellos". La frase capta la idiosincrasia de la Semana Santa de Sevilla, tan poco dogmática. La heterodoxia, de hecho, está en su historia y su naturaleza, que es cultura, familia y barrio tanto como fe. ¿La religión? Sí, es una parte importante, sin duda. Pero de una manera que no siempre –y no del todo– agrada a la jerarquía religiosa.
Aunque a veces estas dimensiones sorprenden a los recién llegados, en realidad son cosa sabida. Trabajos como El mito de la tierra de María Santísima, del historiador César Rina (Centro de Estudios Andaluces, 2021), o Semana Santa insólita (Almuzara, 2014), de los periodistas Eva Díaz Pérez y José María Rondón, ya han asomado al lector a una fiesta con vetas populares, profanas y hasta rebeldes. La disidencia –no sólo el alejamiento del dogma, sino un componente contracultural– forma ya parte del relato reconocible de la Semana Santa y de hecho es parte de su gracia.
Una prueba de esa integración del disenso dentro de la órbita de la propia Semana Santa es la consolidación del Triduo Heterodoxo, que este año ha cumplido su sexta edición con una programación que da voz a propios y ajenos a la Semana Santa en mesas que la abordan desde todas las ópticas, culminado con su propio "pregón heterodoxo".
El margen para debatir en torno a la Semana Santa tiende a infinito. A un sector de la Sevilla cofrade le irrita que se aleje de lo religioso. En paralelo, a un sector de la Sevilla no tan cofrade –o anticofrade, también– le irrita esta apropiación capillita e incluso le puede llegar a mosquear que cunda una especie de sensibilidad progresista pro-Semana Santa fascinada por la observación artística, cultural o antropológica, sin –a juicio de los críticos– cuestionar el conservadurismo subyacente o la instrumentalización que hace la Iglesia de la fiesta. En fin, cosas de Sevilla.
Resulta que fue ahí, en una de las jornadas del Triduo Heterodoxo, donde más a fondo se abordan estos debates inagotables por definición, donde el geógrafo e historiador Rafael Cáceres, especialista en cultura popular, afirmó: "La Semana Santa tiene pluma".
De 'vox populi' a relato consolidado
No hubo ningún "ohhh". A nadie pareció extrañarle. Es vox populi que la Semana Santa no es sólo un terreno en el que hay homosexuales en proporción a su presencia en la sociedad, sino que es especialmente propicio para su expresión. Esta realidad, la fuerte influencia de los homosexuales en la vida de las cofradías, es cada vez menos una curiosidad comentada como anécdota y cada vez más un elemento definitorio de esta fiesta de incienso y dorados.
Eso sí, ha costado. Una cosa es el anecdotario contracultural, canalla o sinvergüenza, que siempre ha tenido buena venta como cara b de la Semana Santa: las orgías en espacios sagrados a principios del siglo XX; Rafael Alberti recitándole a La Macarena y llamándola "camarada"; las "borracheras eucarísticas" de resultado "sensual y báquico" que narró John Haycraft en Babel en España (1958); la historia de los altares del Gran Poder en las casas de prostitución que contó el aviador republicano Hidalgo de Cisneros en Cambio de rumbo (1977)... Cosa distinta es naturalizar que las personas Lgtbi, estigmatizadas por el catecismo de la Iglesia, discriminadas por normativa diocesana dentro de las cofradías, son no ya una anécdota decorativa de la Semana Santa, sino un elemento vertebral de una fiesta que formalmente es de la Iglesia, porque las hermandades y cofradías son parte de la Iglesia.
Una celebración "muy mariquita, muy tradicional"
El documental ¡Dolores guapa! (2022) ha contribuido a dar visibilidad a esta contradicción. Dirigida por Jesús Pascual, la cinta da voz a un grupo de "mariquitas" o "maricones" –es usual que se refieran a sí mismos o al colectivo en esos términos, dándole la vuelta al insulto y presumiendo de su "pluma"– que explican sus lazos íntimos con la Semana Santa.
Ni guionizadas saldrían historias más elocuentes. Antonio, de 88 años, "la Palomita de San Gil" –en paz descanse–, con los ojos llenos de lágrimas hablando de La Macarena. Una chica trans que cayó rendida a la Virgen escondiéndose en una parroquia de quienes la perseguían para hacerle bullying. Carlos, de 27 años, toda la infancia "jugando a la Semana Santa" en su cuarto, que dice ahora: "De pequeño le pedía a mi cristo y a mi virgen no ser gay y ahora le pido para que me vaya bien con mi novio". Manu, de la misma edad, reflexionando con un cigarrillo sobre por qué, sin haber hecho siquiera la comunión, le encanta la Semana Santa: "Es porque es algo muy cultural, muy mariquita, muy tradicional".
Antonio, de 25, "activista del Cristo de San Agustín y de Estrellita Castro", se refresca con su abanico rojo mientras explica que, lejos de ser un espacio de discriminación, su cofradía es el primer lugar en el que empezó a encajar, al conocer a "otros mariquitas que son como tú, que les gusta lo mismo que a ti". "¿Una contradicción el ser maricón y estar dentro de las cofradías? En absoluto", dice. A su lado, Bruno, de 23 años, historiador y artista, puntualiza con una risa: "Al contrario". "Yo creo hay más maricones que heteros en las cofradías, por lo menos en las chicas", añade Antonio, en una conversación en tono distendido. Afirma también que en ese entorno "es como que se te abre un mundo en el que de verdad sí te sientes bien, cómodo y feliz, en el que encajas de verdad".
La mano de obra de la Semana Santa
Los relatos van más allá de acreditar una conexión gays-Semana Santa. Además, revelan cómo aquellos a los que la Iglesia sitúa fuera del canon natural sostienen con su tiempo, su esfuerzo, su entusiasmo y su arte la propia fiesta.
Tanto Antonio como Bruno son entusiastas participantes en los preparativos de la Semana Santa. Igual que Álvaro, aún más joven, 19 años, que cuenta el siguiente episodio en una hermandad: "Éramos tres poniendo flores. Los tres, maricones. Se acercó un sacerdote, diácono de la catedral de Sevilla, y nos dijo: 'Qué bonito lo estáis haciendo'. Me vuelvo y le digo: 'Padre: 'Usted sabe que los que estamos aquí levantamos la Iglesia, ¿no?'. Dice: 'Hombre, ustedes ayudáis mucho a la hermandad'. Digo: 'No, no. No nosotros tres en particular, sino los maricones sustentamos la Iglesia [...]'. Porque si nosotros no llegamos a estar allí poniendo flores, el paso no hubiera salido". Bruno lo dice de otra manera: "Si no hubiera maricones esa cofradía no se movía, ni salía a la calle, ni había flores, ni había velas, ni la virgen se vestía ni había nada".
Coinciden Antonio, Bruno y Álvaro en presentarse como mano de obra fundamental. Se muestran conscientes de que, desde fuera, se suele ignorar el peso de los gays en al Semana Santa, o incluso se ve como algo paradójico. Para ellos es evidente. "Lo que más se ve" en las procesiones, dice Antonio riéndose, es el saludo con dos besos entre homosexuales. Abunda entre los entrevistados la certeza de que existe una conexión entre una una supuesta sensibilidad homosexual y la propia Semana Santa. Bruno afirma: "Dentro del gremio [como se refiere al colectivo gay], sobre todo en Andalucía, hay tanto arte que tú ves las cofradías como un espejo del arte".
Discrimina el catecismo, discrimina el reglamento
Todo lo anterior gana relevancia al ponerlo en contraste con la realidad formal de la Semana Santa. Las hermandades –salvo las conocidas como ilegales– dependen de la Archidiócesis. Es decir, de la Iglesia, una institución que mantiene un estigma sobre lesbianas, gays, bisexuales y transexuales. El estigma está sellado en el catecismo, exposición de la fe, doctrina y moral de la Iglesia. "Apoyándose en la Sagrada Escritura que los presenta como depravaciones graves, la Tradición ha declarado siempre que 'los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados'. [...] Se trata de una “inclinación objetivamente desordenada”. Quienes se sienten tentados están “llamados a la castidad”.
La Archidiócesis discrimina a los homosexuales en las cofradías. ¿Cómo? Su normativa para ser miembro de la junta de gobierno de una de una hermandad fija como requisitos "distinguirse por su vida cristiana personal, familiar y social" y acreditar una "situación familiar regular". Si es casado, tiene que ser por la Iglesia. Se podría decir que también se excluye a quien vive con su pareja heterosexual, tiene hijos y no quiere casarse o no por la Iglesia. Pero la palabra clave es "quiere". Sólo los homosexuales no pueden casarse por la Iglesia. "Yo tengo claro que un algún día me casaré. [...] Pero, claro, es que no nos dan la oportunidad de [...] casarte por la Iglesia. Entonces, ¿por qué no voy a poder yo casarme con la persona que amo?".
Fran, bordador y músico, en el mismo documental, ofrece un testimonio que pone en contraste el ambiente de acogida que tan fácil parece de encontrar en las hermandades con la estructura de discriminación: si quieren estar en la cúpula de la cofradía, las personas Lgtbi deben vivir de forma "discreta", cuenta Fran. Sus palabras apuntan a una hipocresía al describir la lógica de la Iglesia: "Se pasa la mano. Es decir, si tú no me das problemas, yo no te doy problemas".
infoLibre preguntó a la Archidióceis por la aportación de las personas Lgtbi a la Semana Santa y por sus normas para acceder a las juntas, sin respuesta.
Mejor dentro que fuera
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Alejandra, de 31 años, pertenece a una larga estirpe de hermanos de San Gonzalo. Su padre, ya fallecido, fue hermano mayor. El testimonio de Alejandra, tanto en ¡Dolores Guapa! como en el Triduo Heterodoxo y en conversación con infoLibre, es insistente en el apoyo recibido por la hermandad como mujer transexual. "Total normalidad", recalca. Es consciente de que hay quien piensa que esa experiencia puede venir marcada por el hecho de ser alguien dentro de ese mundo, como también por su fuerte carácter y su confianza en sí misma. "Yo no me dejo avasallar", dice. Es decir, Alejandra no pretende decir que su caso sea extrapolable a todo el colectivo, pero sí vuelve a incidir en esa idea de las hermandades como un espacio de mayor tolerancia que la que se supone.
Alejandra no va pidiendo permiso, ni se conforma sólo con respeto: quiere normalidad total. Por eso reacciona cuando las preguntas del periodista derivan hacia su "transición". Eso no es –puntualiza– lo que la define a la hora de participar en la Semana Santa, ni tampoco lo que la acredita para opinar sobre la celebración en un artículo de prensa. Que ella no haya sentido discriminación en su hermandad no significa que no vea que aún existe en el mundo de la Semana Santa, como en el resto de la sociedad, y que se da una "plumofobia" por la que indignan los "¡guapa, guapa!" a voz en grito de los homosexuales a las vírgenes. Sobre la Iglesia, asegura que se ha sentido respaldada, pero también conviene que es una institución "hecha de hombres" y que existen en su seno mentalidades atrasadas.
Pero, ¿cuál es la fórmula? "Contraatacar", explicó durante el Triduo. "¿Que en las hermandades hay esos pensamientos? Claro, pero si no se está dentro de las hermandades esos pensamientos no se pueden empezar a cambiar. [...] Nadie va a saber de tu realidad hasta que tú no estés codo con codo con esa persona [...]. Porque yo entro en mi hermandad antes de hacer mi transición, voy haciendo mi transición paulatinamente dentro mi hermandad y lo único que se me ha preguntado es: '¿Tú nombre?' 'Alejandra'. 'Venga, vámonos a trabajar'. Se acabó. Pero hay gente que no tiene la suerte que yo tengo, o a lo mejor hay gente que no [va] como yo voy, porque yo llegué y dije: 'Yo soy Alejandra Asunción Puelles Cervantes. Y esto es lo que hay".
El intelectual Antonio Núñez de Herrera, autor de Sevilla: Teoría y realidad de la Semana Santa (1934), dejó dicho que, en la capital andaluza, "más que confiar en los Dioses, la gente lo que tiene es confianza con ellos". La frase capta la idiosincrasia de la Semana Santa de Sevilla, tan poco dogmática. La heterodoxia, de hecho, está en su historia y su naturaleza, que es cultura, familia y barrio tanto como fe. ¿La religión? Sí, es una parte importante, sin duda. Pero de una manera que no siempre –y no del todo– agrada a la jerarquía religiosa.