“¿Seré capaz?”: por qué nunca veremos a una torera en la vicepresidencia de un Gobierno

4

Patricia Godino

Solicitamos un esfuerzo de abstracción desde el inicio de este reportaje: el vicepresidente del nuevo Gobierno de la Generalitat Valenciana, Vicente Barrera, es de VOX pero aquí el sesgo político de su partido no es lo importante sino su sexo.

¿Puede ser un torero licenciado en Derecho sin trayectoria en la gestión pública un magnífico gestor? Puede. El tiempo dará la respuesta.

¿Puede ser una torera licenciada en Derecho sin trayectoria en la gestión pública una magnífica gestora? Puede pero ese caso, tenga por seguro, no se va a dar. Ya antes la habrán descartado los suyos desde su partido o, lo que es más frecuente, se habrá autodescartado ella misma.

A los hombres se les concede el beneficio de la duda; las mujeres, por regla general, dudan de sus capacidades y muchas veces se autodescartan en procesos y oportunidades por muy preparadas, talentosas y brillantes que sean en sus ámbitos de especialización. Es el síndrome de la impostora que muchas padecen sin reparar en ello de manera consciente.

¿Seré capaz?, ¿por qué yo? No lo haré bien, no estoy a la altura, no estoy lo suficientemente preparada son preguntas y reflexiones que las mujeres se hacen ante múltiples circunstancias y que se redoblan cuando esas situaciones exigen un paso adelante en la esfera pública, entre ellas, la vida política. El porcentaje es difícil de cuantificar pero esté atento -esté atenta- a las dinámicas de grupo y a los espacios de debate público, hay ejemplos a diario.

El caso de la solvencia académica es una buena vara de medir de esa brecha de género.

No es casual que a lo largo de la historia democrática de este país se acumulen ejemplos de políticos sin formación académica a los que se les concedió en su momento el beneficio de la duda, primero por parte de los aparatos de sus partidos y, luego, por parte de la ciudadanía en general.

En el actual Gobierno de España Miquel Iceta, titular de la cartera de Cultura y Deportes, no terminó ninguna de las dos carreras que empezó, primero Química y luego Económicas. Patxi López ha sido lehendakari del Gobierno vasco, presidente del Congreso de los Diputados y hoy, portavoz de los socialistas en la cámara baja. Tampoco él completó la carrera de Ingeniería Industrial que abandonó por la política. Juan Marín alcanzó, como líder de Ciudadanos en Andalucía, la vicepresidencia de la Junta en el primer Gobierno andaluz de Juanma Moreno con un currículo en el que apenas aparecen unos cursos de Relaciones Laborales abandonados por un trabajo en el taller de relojería de su familia. Carles Puigdemont llegó a ser el presidente de la Generalitat que puso en jaque al Estado en 2017 y en su formación sólo aparecen algunos cursos de Filología Catalana, poco más. Diego Valderas vicepresidente de la Junta en una legislatura y entre 1994 y 1996 presidente del Parlamento de Andalucía apenas tiene estudios básicos y antes de dedicarse de pleno a la política desde Izquierda Unida fue repartidor de bombonas de butano.

En lo que respecta al Partido Popular, cuesta encontrar un político de peso sin título universitario (y esto también tiene una lectura de quiénes, a lo largo de las generaciones, han tenido un mayor acceso a los estudios superiores); su singularidad viene por los casos de currículos engordados que aparecen y desaparecen de webs oficiales, como aquel posgrado de Harvad Aravaca del defenestrado Pablo Casado o el del propio presidente de la Junta de Andalucía, que fue secretario de Estado con Ana Mato y se estrenó como líder de la oposición en Andalucía en 2014 con un currículo que fue perdiendo galones de 2000 a 2008. Luis Garicano, otrora gurú económico de Ciudadanos y hoy en Génova asesorando a Feijóo, escribió sobre esto junto a Jesús Fernández Villaverde para la fundación Hay Derecho bajo el título Los misterios del curriculum del candidato. Hoy, con un aura de ganador incuestionable, nadie cuestiona que Juan Manuel Moreno Bonilla, que acredita ser graduado en Protocolo y Organización de Eventos en la Universidad Camilo José Cela, es uno de los dirigentes de más peso de España con la sagacidad de haberse metido en el bolsillo, y ahí están sus 58 diputados de mayoría absoluta, el fortín socialista por excelencia. En su momento, el choteo de sus estudios como organizador de eventos duró dos días.  

Los nombres propios antes citados cuentan con trayectorias en la primera línea de la política en partidos de todo el arco parlamentario con un denominador común: todos son varones.

Adriana Lastra, como muchos políticos de su edad, inició sus estudios universitarios, en su caso de Antropología Social, pero no la acabó y el único empleo que se le conoce es la concatenación de cargos al abrigo de las siglas del PSOE. Pero a esta mujer que llevó con tenacidad la compleja negociación con los grupos del Congreso para la investidura de Pedro Sánchez en 2020 y que tomó el control del partido tras la salida de José Luis Ábalos de Ferraz se le recordó de manera machacona, desde tertulias, artículos y comentarios de pasillo, que no tenía un título.

De hecho, no son pocas las voces que opinan, en off, que la socialista asturiana, sanchista de primer cuño y una de las mujeres que en su día fueron clave para la llegada de Pedro Sánchez a la Moncloa, no fue nombrada ministra por no poder acreditar la firma del rey en un diploma. La reticencia, de ser ésa, no operó en el caso de Miquel Iceta, ministro desde julio de 2021. La razón última de su decisión sólo la sabe el Presidente del Gobierno, que igual deja estos ajustes de cuentas para un próximo libro.

Como explica la politóloga Verónica Fumanal “a los hombres se les presume capacidades extracurriculares que no se les concede a las mujeres, a nadie se le ocurriría poner al frente de una institución o un gobierno a una mujer sin estudios. La crucificarían desde el minuto uno”.

Fumanal, experta en liderazgo, pone el caso de Marta Ortega como ejemplo de que en el machismo no hay distingo por clase social. Cuando en abril de 2022, la hija de Amancio Ortega se hizo con la presidencia de Inditex la prensa económica y los medios en general analizaron al detalle la solvencia ejecutiva de esta mujer, entonces de 38 años, experta en empresariado internacional por la Universidad de Londres y testigo de excepción de la construcción de aquel vendedor de batas de una tiendita de A Coruña en los 70 en el dueño de una de las mayores fortunas de todo el mundo. “Cuando el hijo de un empresario hereda, por muy joven que sea se describe su formación, sus éxitos… cuando lo hace una mujer, se analizan los riesgos de esa operación”, apunta sobre algunos enfoques que aparecieron en la prensa salmón en aquellas fechas como aquel que ponía el foco en los consejeros delegados que Marta Ortega tenía por debajo: “la red de seguridad si Marta Ortega se equivoca en sus decisiones”.

Hablamos de esa vara de medir distinta que responde a una estructura patriarcal reproducida a lo largo del tiempo y que se percibe en este tipo de ejemplos prácticos sobre los que también ha reflexionado Emma Vallespinós en No lo haré bien. Cómo aprendimos las mujeres a no confiar en nosotras mismas (Arpa Editores), un ensayo sobre el conjunto de causas que motivan la inseguridad en las mujeres, el llamado el síndrome de la impostora.

Fueron las psicólogas clínicas estadounidenses Pauline Rose Clance y Suzanne Imes las que, en 1978, bautizaron primero este conjunto de causas como el fenómeno del impostor porque los hombres también lo sufren, claro, pero es en las mujeres donde hace estragos y especialmente en aquellas en las que tras haber liderado proyectos exitosos o haber alcanzado metas que demuestren su éxito sienten que no merecen ese reconocimiento, estatus u oportunidad. Quien sufre síndrome del impostor experimenta una constante sensación de ansiedad por miedo a que los demás descubran que son impostoras.

A lo largo del tiempo, y ya hay bastante literatura científica sobre el asunto, este fenómeno se ha confundido con los signos de personalidad de cada una, cuando en realidad no es sino la huella pública y la herencia social del orillamiento histórico de la opinión de las mujeres que, no sin esfuerzo, se ha venido corrigiendo con el paso de los años. Pero queda mucho por avanzar. 

El autoboicot que cada una se autoinflige, el mansplaining que aplican ciertos hombres, ávidos tantas veces de apostillar o de corregir tesis bien argumentadas y descritas sin necesidad de más matices,  la sexualización con la que se sigue contemplando el cuerpo de las mujeres en público suman grados a la severidad con la que, ya de por sí, se juzga la vida y carrera de las mujeres en todos los ámbitos. En política, ese juicio alcanza un grado superlativo.

Fumanal incide en esta idea: “Siempre tenemos que ser las más brillantes, las más preparadas, las que acrediten un mejor currículo. En política, las lupas se ponen en muchos flancos: se mira cómo va vestida, cómo va peinada, cómo es su acento, si está gorda o delgada y, por supuesto, el juicio sobre lo que dice es mucho mayor. Por ejemplo, si un hombre se equivoca es un lapsus momentáneo, por muchas veces que esos lapsus se den, si una mujer incurre en varias equivocaciones continuadas ya se debate si está o no preparada para el cargo, qué le ocurre en su vida personal, cómo ha llegado allí... La vara de medir es diferente”.

La reciente campaña del 28M, con sus centenares de mítines, ha servido de repositorio antológico de errores, meteduras de pata y trabas discursivas con un micrófono delante y las redes han servido de altavoz.  

En este sentido, el libro de Vallespinós recoge las conclusiones de un estudio de Aministía Internacional que analizó las publicaciones de Twitter en Reino Unido durante 2017. El análisis de millones de tuits reveló que las mujeres políticas y periodistas fueron el objetivo 1,1 millones de publicaciones de acoso, una media de un caso de abuso cada 30 segundos. Las mujeres racializadas, negras, asiáticas, latinas o mestizas, según este estudio, tenían un 34% más de probabilidades de ser acosadas en la red.

Si eres política, negra, sin carrera universitaria, pero con una capacidad probada para la negociación y la gestión pública y te equivocas durante la lectura de un discurso con decenas de cámaras delante estás…Bueno, no estás, no estás. Faltan referentes negros en la esfera pública al margen del mundo del deporte o el entretenimiento.

El liderazgo y la participación política de las mujeres se contempla dentro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030. Sin embargo, los datos muestran que la representación de las mujeres es insuficiente en todos los niveles de toma de decisiones del mundo y que la paridad en la política está aún lejos de ser alcanzada: según datos de ONU Mujeres a 1 de enero de 2023, sólo hay 31 países donde 34 mujeres se desempeñan como Jefas de Estado y/o de Gobierno. Al ritmo actual, la igualdad de género en las más altas esferas de decisión no se logrará por otros 130 años. Sólo 17 países están presididos por una Jefa de Estado, y 19 países tienen Jefas de Gobierno. Sólo hay 13 países en los que las mujeres ocupan el 50% o más de los puestos de ministras del Gabinete que dirigen áreas políticas y las cinco carteras más ocupadas por ministras son Mujer e igualdad de género, Familia e infancia, Inclusión social y desarrollo, Protección social y seguridad social, y Asuntos indígenas y minorías.

Y aunque la mayoría de los países del mundo no han alcanzado la paridad, las cuotas de género han contribuido sustancialmente al progreso a lo largo de los años en los países con cuotas legisladas.

La paridad en todas las esferas de la vida, como muchos otros retos y desafíos que aborda la Agenda 2030, es un asunto que habrá de gestionar Vicente Barrera. O no, pues el negacionismo de la Agenda 2030 y de cualquier avance social es la base argumental hasta la fecha de Vox, partido que, gracias al acuerdo suscrito con el Partido Popular, ha llevado a hombros a un torero licenciado en Derecho hasta la vicepresidencia de la Comunidad Valenciana

Solicitamos un esfuerzo de abstracción desde el inicio de este reportaje: el vicepresidente del nuevo Gobierno de la Generalitat Valenciana, Vicente Barrera, es de VOX pero aquí el sesgo político de su partido no es lo importante sino su sexo.

Más sobre este tema
>