Un sicario galo a las órdenes de Billy el Niño

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El 19 de marzo de 1984, una fuerte explosión sacudió la Avenue Victor Hugo de Biarritz. A poco más de 30 kilómetros de la frontera con España, un Renault 18 con matrícula falsa saltó por los aires provocando daños de importancia en las viviendas situadas en un barrio frecuentado por ciudadanos vascos residentes en el sur de Francia. En un primer momento, la Gendarmería sospechó que la única víctima había sido el ciudadano español Rodolfo Zornoza Esteban, a raíz de un carné de conducir a ese nombre localizado junto a los restos del vehículo. Sin embargo, todas las alarmas saltaron cuando la supuesta víctima madrileña apareció en los medios de comunicación denunciando que le habían suplantado la identidad y que alguien llevaba dos años utilizando un coche igual que el suyo y con la misma matrícula, lo que había provocado que le llegaran a casa diferentes multas por infracciones de tráfico que él no había cometido. Todos los cabos comenzaron a atarse cuando entre los restos de la explosión se encontró una tarjeta con el nombre del sargento de la Guardia Civil Manuel Pastrana.

En aquella explosión no murió ningún Zornoza Esteban. La víctima fue Jean Pierre Cherid, un francés nacido en Argelia que trabajó durante años como mercenario en la guerra sucia contra ETA. Ahora, treinta y cinco años después de su muerte, la periodista Ana María Pascual recupera toda su historia en el libro Cherid. Un sicario en las cloacas del Estado (El Garaje Ediciones), en el que se combina la investigación de la reportera sobre el personaje y los recuerdos de la viuda del terrorista, Teresa Rilo. La obra relata desde los inicios del mercenario en la Organización del Ejército Secreto (OES) hasta su llegada a España en pleno franquismo y sus labores como sicario de los Grupos Antiterroristas de Liberación (GAL). Y desgrana pormenorizadamente las relaciones existentes entre grupúsculos de la ultraderecha de la época y miembros de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. Una historia en la que no puede faltar, por supuesto, el expolicía Antonio González Pacheco, alias Billy el Niño, quien fuera íntimo amigo de la familia.

Los primeros pasos delictivos de este pied noir –como se conocía a los franceses que vivían en Argelia y que tuvieron que salir del país tras su independencia– los dio junto a la organización terrorista gala OAS, de la que era miembro activo junto a su hermano. Sin embargo, la mayor parte de la vida de Cherid transcurrió en suelo español. El joven francés, que con apenas veintiún años ya había empuñado un arma en territorio argelino para defender la soberanía gala, llegó a la España franquista en 1962. Lo hizo tras fugarse del hospital al que había sido trasladado como consecuencia de la huelga de hambre que había iniciado en la cárcel de Saint Michel, en la que ingresó a la espera de juicio tras el atraco a una joyería y la persecución posterior, en la que falleció un policía francés. Él y su hermano no tuvieron ningún problema cuando cruzaron la frontera mostrando a la Guardia Civil pasaportes falsos. Tampoco cuando desde Francia se solicitó su extradición, algo que rechazaron unas autoridades franquistas que hacían la vista gorda con los miembros del grupo terrorista galo.

Las vidas de Cherid y de Teresa Rilo se cruzaron en San Sebastián a comienzos de los setenta, poco después de que el mercenario volviese a coger las armas en la Guerra de Biafra. Por aquél entonces, los viajes al extranjero del francés eran habituales. “En la primavera de 1972 se marcharon a la isla de Martinica, donde permanecieron seis meses. Jean Pierre me explicó que iban a trabajar en una plantación bananera. Ahora sé que no eran plátanos lo que fueron a cortar al Caribe, sino los anhelos de independencia de la población martinica”, relata en la obra la viuda del mercenario. La vida de Rilo junto a Cherid estuvo plagada de sospechas y mentiras. Dudas sobre los tejemanejes de su pareja que arrancaron en 1972, cuando en un viaje a París un guardia civil le advirtió en la frontera de que el francés no era trigo limpio. Fue, a partir de ese momento, cuando “el miedo a la mentira, a lo irreversible, a lo inevitable” anidó en lo más profundo de Rilo. Sin embargo, la confianza pesó más que el olor a podrido alrededor del pied noir.

Los vínculos con la extrema derecha

 

A lo largo de la obra, la viuda de Cherid relata con todo lujo de detalles las conexiones existentes en plena Transición entre grupos de extrema derecha y miembros de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. Unas estrechas relaciones que tenían como epicentro el restaurante Aeroclub en Castellón, regentado por los hermanos Gilbert y Clement Perret, dos marselleses a los que la policía española retuvo y posteriormente liberó en la frontera de Irún en 1980 tras el atentado contra el bar Hendayais. En la terraza de aquel local, la viuda de Cherid sitúa como habituales a los comisarios Roberto Conesa y Manuel Ballesteros. Y, a la sombra de ellos, Billy el Niño. “Recuerdo que Antonio [González Pacheco], con un puro en la boca, se estiraba en su silla mientras clamaba: ‘Os juro que cuando me jubile me vengo a vivir aquí”, relata Rilo sobre uno de esos encuentros, en los que “policías y pistoleros disfrutaban de un espléndido asueto mientras cerraban acuerdos”. Reuniones en las que Cherid tomó la decisión de trasladarse a Madrid ante las jugosas oportunidades laborales que ofrecía.

Fue en la capital donde las relaciones con las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado se hicieron más estrechas. A comienzos de 1976, el mercenario francés empezó a trabajar para la Policía en “labores de información contra ETA”. O, al menos, esa fue la información que trasladó a su viuda, que poco a poco fue descubriendo que los encargos que hacían a Cherid sus jefes, “todos ellos miembros de la Policía”, no se limitaban tan sólo a informar sobre el paradero de supuestos miembros del grupo terrorista. En sus acciones, la organización que lideraba el francés recurría a diferentes nombres: Batallón Vasco Español, Antiterrorismo ETA o Alianza Apostólica Anticomunista (Triple A). Su grupo colaboraba estrechamente con los terroristas fascistas italianos de la Internacional Negra, dirigida por Stefano Delle Chiaie y que tenía como base de operaciones un restaurante italiano cercano a la Gran Vía. Local que frecuentaban desde abogados de Fuerza Nueva hasta el entonces líder de los Guerrilleros de Cristo Rey. Y, por supuesto, el comisario Conesa y Billy el Niño.

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La relación de la pareja con el expolicía de la Brigada Político Social siempre fue muy estrecha. “Antonio González Pacheco había sido jefe de Jean Pierre en el Batallón Vasco Español y acabaron siendo grandes amigos”, señala Rilo, que entre otras cosas desvela que el exagente, además de con la Medalla de Plata al Mérito Policial, fue premiado con 200.000 pesetas por la liberación en 1977 del entonces presidente del Consejo de Estado y del presidente del Consejo Supremo de Justicia Militar. La periodista, además, relata otros hechos que prueban la relación laboral de Cherid y González Pacheco. En 1979, por ejemplo, se localizó en Leganés un bolso con una pistola, munición, una agenda y diferentes documentos, además de varias fichas con información sobre varios miembros de ETA. En el listado telefónico figuraban los contactos de la Dirección General de Seguridad y de la Brigada Central de Información, además del número del inspector González Pacheco. Entre la documentación, dos DNI falsos y una autorización de residencia para extranjeros a nombre de Jean Pierre Cherid.

Después de este incidente, que provocó una investigación de la Guardia Civil, la periodista relata que sus jefes le facilitaron un salvoconducto. Con fecha de 21 de agosto de 1980 y membrete y sello de la Brigada Central de Información, el documento señalaba: “Asunto: Colaborador Jean Pierre Cherid. Brigada Central de Información. Se ruega a cualquier dependencia policial que tramite algún asunto relativo al portador de este escrito que se ponga en contacto con el teléfono 2216516. Extensión: 149”. “La extensión correspondía al número de teléfono directo del inspector Antonio González Pacheco”, recoge el libro. No es la única relación que se ha encontrado entre las Fuerzas de Seguridad y el sicario francés, al que un informe elaborado por el Gobierno vasco en 2008 atribuye el asesinato de seis miembros de ETA. En 1981, se pone en manos de Cherid un carné con su fotografía y un nombre falso que le acredita como sargento primero del Servicio de Información de la Guardia Civil.

Además de los muertos y heridos, la guerra sucia del mercenario francés tuvo otra víctima colateral: Teresa Rilo y sus hijas. Tras el fallecimiento de Cherid, llegaron las traiciones y los embustes para intentar tapar los vínculos entre el terrorista galo y las Fuerzas de Seguridad. “Me veía a mí misma como una sombra, sin consistencia alguna, relegada a un rincón oscuro”, relata la viuda. La relación con González Pacheco se rompió definitivamente. En 1986, un comando de ETA asesinó al cuñado de Rilo en respuesta a los ataques perpetrados por Cherid. Se cumplían tres años desde que el mercenario, que no creía en la democracia y que la noche del 23-F no dudó en salir dirección el Congreso, murió cuando manipulaba el coche bomba que él mismo había colocado. Sin embargo, en la cabeza de Rilo siempre ha estado muy presente la posibilidad de que Cherid pudiera haber sido asesinado por sus propios compañeros de las cloacas del Estado.

El 19 de marzo de 1984, una fuerte explosión sacudió la Avenue Victor Hugo de Biarritz. A poco más de 30 kilómetros de la frontera con España, un Renault 18 con matrícula falsa saltó por los aires provocando daños de importancia en las viviendas situadas en un barrio frecuentado por ciudadanos vascos residentes en el sur de Francia. En un primer momento, la Gendarmería sospechó que la única víctima había sido el ciudadano español Rodolfo Zornoza Esteban, a raíz de un carné de conducir a ese nombre localizado junto a los restos del vehículo. Sin embargo, todas las alarmas saltaron cuando la supuesta víctima madrileña apareció en los medios de comunicación denunciando que le habían suplantado la identidad y que alguien llevaba dos años utilizando un coche igual que el suyo y con la misma matrícula, lo que había provocado que le llegaran a casa diferentes multas por infracciones de tráfico que él no había cometido. Todos los cabos comenzaron a atarse cuando entre los restos de la explosión se encontró una tarjeta con el nombre del sargento de la Guardia Civil Manuel Pastrana.

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