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El sobrecoste de la vivienda se ceba con la España pobre y agranda la brecha de desigualdad

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Las tripas de los últimos datos sobre lo que las familias gastan en vivienda cuentan una historia que ya es conocida en España, pero que adquiere tintes cada vez más oscuros: es la historia de la agudización de la desigualdad, un fenómeno arraigado que se está demostrando resistente al efecto de las políticas públicas con intención niveladora.

Así lo muestan las tablas de la Oficina Estadística Europea, Eurostat, que acaba de hacer una actualización de su base de datos de la que es posible extraer al menos dos conclusiones:

1) Los sobrecostes en vivienda están castigando con crueldad a la España pobre, lo que puede lastrar el esfuerzo del Gobierno a través de sus políticas de equidad, materializado tanto en programas de ayuda social –también en el ámbito de la vivienda– como en cambios en el mercado laboral y en alzas en el salario mínimo.

2) El problema es especialmente grave en las ciudades, donde el mercado inmobiliario está más tensionado.

Gastos de vivienda

En 2021, último ejercicio cerrado, los hogares españoles dedicaron un 18,2% de su renta a gastos de vivienda, partida que incluye agua, luz, gas y calefacción. Este porcentaje no es homogéneo entre clases sociales, por supuesto. Se eleva al 39,8% entre la población considerada por Eurostat en riesgo de pobreza, es decir, por debajo del 60% de la renta media, y es del 12,3% en el caso de los que están por encima.

Lo más elocuente es que la tendencia de ambos grupos es dispar. En 2018, el mejor año de la serie 2011-2021, el porcentaje dedicado a gastos de vivienda por los hogares de menor renta era del 35,8%, frente a un 12,4% de la España de mayor renta. La evolución indica cómo los últimos tres años computados han supuesto un empeoramiento de este indicador para las familias que ya estaban en peor posición (del 35,8% al 39,8%), mientras por contraste mejoraba –eso sí, levemente– para las familias en mejor posición (del 12,4% al 12,3%). Es decir, la brecha se ensancha.

Jordi Bosch, experto en políticas de vivienda, ya había sintetizado este escenario en el Informe sobre la desigualdad en España 2022. El impacto de la pandemia, de la Fundación Alternativas, publicado en noviembre del año pasado. "La pandemia provocó un fuerte incremento de la población en riesgo de exclusión residencial", señala. Y añade: "Desde el estallido de la burbuja en 2008, la vivienda ha ido configurándose como uno de los principales ejes de desigualdad. Lamentablemente, la pandemia ha ahondado aún más en la fractura social entre aquellos hogares propietarios sin pagos pendientes o con cargas hipotecarias fácilmente asumibles, y aquellos para los cuales satisfacer los costes residenciales representa periódicamente un reto cada vez más difícil de asumir o, simplemente, un imposible. Esta nueva crisis ha venido a reforzar el carácter crónico de la situación de emergencia habitacional de un creciente segmento de la población".

El problema actual presenta diferencias relevantes con el estallido de la "crisis del ladrillo", cuando millones de españoles quedaron enterrados por sus hipotecas en una etapa de recesión, explica Daniel Sorando, profesor de Sociología en la Universidad de Zaragoza y especializado en vivienda. "A diferencia de lo que había ocurrido entonces, ahora muchos hogares no pueden acceder a una hipoteca, sólo lo hacen los hogares más solventes. Esto aboca al resto a un mercado del alquiler que tiene en muchos casos costes superiores al de la hipoteca. El alquiler se especializa en clases populares que no pueden acceder al crédito", expone Sorando, que alerta de los efectos agravantes sobre esta "tormenta perfecta" que tendría un incremento de los desahucios a raíz de la subidas de tipos de interés, con más familias viéndose forzadas a acudir a un mercado del alquiler ya saturado y con escasa vivienda pública.

La desigualdad es mayor que en el conjunto de la UE. Si en España la relación es 39,8/12,3 (27,5 puntos), en el conjunto de la UE es de 37,7-15,2 (22,5). El sobrecoste es más acuciante en España para los hogares con una sola persona, que en el caso de las familias en riesgo de pobreza llegan a dedicar el 47,8% a gastos de vivienda.

Más grave aún: los datos aún no reflejan el impacto en los precios de la inflación por la guerra de Ucrania ni de la subida de los tipos de interés por parte del Banco Central Europeo, que hacen previsible un incremento de esa brecha de desigualdad.

Pueblos y ciudades

Cáritas, en sus informes Foessa, también ha constatado que entre 2018 y 2021 ha crecido del 11,1% al 14,2% el porcentaje de hogares cuyos ingresos, una vez descontados los gastos de la vivienda, se sitúan por debajo del umbral de "pobreza severa". Su estudio también permite ver la existencia de brechas. La primera, en línea con lo expuesto por Sorando, es por el tipo de tenencia: el porcentaje es del 12,2% de los hogares en caso de propiedad, frente un 39% en caso de alquiler. La segunda es de edad: el porcentaje se va al 27,1% en el caso de los menores de 29 años. La tercera, de género: el porcentaje es del 12,2% cuando el sustento principal de la familia es un hombre y del 17,5% cuando es una mujer. Son porcentajes siempre referidos a lo mismo: los hogares que, una vez pagados los gastos de vivienda, quedan en "pobreza severa".

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El problema es más grave en las ciudades, como se observa en la letra pequeña de lo que Eurostat llama "tasa de sobrecarga", que es el porcentaje de la población cuyo gasto en vivienda representa más del 40% de la renta disponible. ¿A cuánto asciende ese porcentaje en España? En 2021, último año cerrado, es del 11,4% en zonas urbanas y del 5,3% en zonas rurales [ver aquí y aquí las definiciones]. Lo llamativo, otra vez, es la evolución, negativa en el caso de las ciudades y positiva en los pueblos. Desde 2018, el porcentaje de hogares asfixiados por el gasto en vivienda ha subido del 10% al 11,4% en zonas urbanas, mientras bajaba del 6,8% al 5,3% en zonas rurales.

Sorando vincula la brecha urbano-rural con las dinámicas propias del mercado inmobiliario español. "En las ciudades el mercado está mucho más caliente. Los propietarios tienen la sartén por el mango, porque la oferta no da para todos", explica. El autor de First we take Manhattan. La destrucción creativa de las ciudades (Los Libros de la Catarata, 2016) señala cómo la vivienda dibuja una "línea de fractura muy fuerte y cada vez más clara entre clases sociales". "Se alejan quienes hacen negocio con la vivienda y quienes viven sobrecargados por los gastos", explica.

La Red Europea contra la Pobreza y la Exclusión Social, en un informe sobre el impacto de la pandemia, ha alertado también de los efectos perniciosos de la naturaleza "especulativa" del mercado, que actúa como "inversión segura" para "grandes tenedores" y "clase media", empujando al alza los precios, un fenómeno esencialmente urbano. Las políticas de atracción de la inversión hacia el ladrillo han facilitado que, pese al trauma de la anterior crisis y de la pandemia, España no haya enfriado su mercado, que tiene entre sus nuevos pesos pesados a socimis como Merlin Properties, fondos buitre como Blackstone y gigantes del capitalismo digital como Airbnb.

Las tripas de los últimos datos sobre lo que las familias gastan en vivienda cuentan una historia que ya es conocida en España, pero que adquiere tintes cada vez más oscuros: es la historia de la agudización de la desigualdad, un fenómeno arraigado que se está demostrando resistente al efecto de las políticas públicas con intención niveladora.

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