De Buxadé a Flores Juberías: la sombra del franquismo gana terreno en Vox

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La marcha del hasta ahora portavoz de Vox en el Congreso, Iván Espinosa de los Monteros, ha derivado en que se le perciba como un “ultraliberal” menos extremista que quienes manejan los mandos de Vox. Su renuncia al escaño obtenido el 23 de julio y el paso atrás para convertirse en afiliado de base ha tenido un doble efecto: por un lado, proyectar la idea de que en la formación que preside Santiago Abascal convivieron “muchas sensibilidades” aunque ahora solo hay una, como sostuvo este miércoles el purgado Víctor Sánchez del Real, exdiputado extremeño; y por otro, ha eclipsado esta semana y mientras se inician las negociaciones para una investidura el retroceso que sus políticas ya aventuran allí donde Vox gobierna de la mano del PP. O dicho de otro modo, la regresión hacia pautas que evocan lo normal en el tardofranquismo, como la censura cultural. O como la evitación de los términos “violencia machista” y lo que eso conlleva. O como la despectiva política respecto a los derechos LGTBI y las acusaciones con que la extrema derecha ha llegado a equiparar la bandera multicolor con "la de los pedófilos".

La salida de Espinosa de los Monteros deja así sobre el tablero un mensaje de enorme carga tanto si es cierto como si busca blanquear la imagen de quienes han sido objeto de depuración en medio de una guerra sin cuartel entre facciones: el mensaje de que en Vox había antes “liberales” pero ya se les ha borrado del mapa. Entre los por ahora perdedores se cuentan no solo el hasta ahora portavoz en el Congreso, ultraliberal en el plano económico, sino el ya citado Víctor Sánchez o el gurú económico Rubén Manso -partidario de un Estado esquelético- o Macarena Olona, que pasó del Congreso a la candidatura a la Junta de Andalucía y de ahí a su casa ya fuera de Vox aunque sin abandonar el escenario político-mediático.

La carga del mensaje que encierra la dimisión de Espinosa de los Monteros, seguida por la del vocal que supuestamente heredaría el escaño, Juan Luis Steegman, se puede también resumir así: que, en detrimento de los más moderados, el sector más integrista y ultra del partido se ha hecho con un poder absoluto, arremolinados sus miembros en torno a un Santiago Abascal que blindó sus poderes en la asamblea anual de junio.

Bajo esa primera capa de cebolla hay otra: que parte de ese sector más extremista se estrenó en organizaciones franquistas como Falange o Fuerza Nueva. De momento, ningún estudio ha determinado hasta qué punto el miedo a una resurrección -aun parcial- de los esquemas ideológicos y políticos de la dictadura originó que el binomio derechista (PP y Vox) acabara en las elecciones generales lejos de la mayoría absoluta pronosticada por las encuestas. Pero el comportamiento de múltiples usuarios de redes sociales como Twitter o aplicaciones como Whatsapp indica que de algún modo ese factor torció las expectativas de una derecha capitaneada por el PP, ahora decidido a marcar distancias con la ultraderecha pese a la multiplicación de pactos locales y autonómicos firmados en los últimos meses.

En el bando que de momento ha ganado en la lucha interna el rostro más visible es el de Jorge Buxadé. La pertenencia a Falange hasta 1996 de Buxadé, portavoz político de Vox y vicepresidente del Comité de Acción Política (CAP) -el órgano que realmente ejerce el poder en el partido-, su militancia ultracatólica, su desapego respecto a la Constitución y su defensa de un modelo sociopolítico propio del franquismo –familia, municipio y sindicato, llegó a enumerar en 2012- dibujan un retrato de trazos inequívocos. "Me arrepiento de haber estado en el PP, no en Falange", aseguró en 2019 durante una entrevista con el diario El Mundo.

En un reciente artículo bajo el título El tardofranquismo resucita en Aragón, la socióloga Cristina Monge abundaba en el riesgo de “retrotopía” -regreso al pasado como solución plena- que entraña la alianza PP-Vox, bloque que desde mayo gobierna en cuatro comunidades autónomas (Valencia, Castilla y León, Extremadura y Aragón) así como en los consejos insulares de Baleares y en más de un centenar de municipios, lo que les confiere poder institucional sobre uno de cada cuatro españoles.

“Igual que en la primera década del siglo Esperanza Aguirre ensayó en Madrid el neoliberalismo -escribe Monge-, hoy la ausencia de propuestas de los populares, más allá de la última y periclitada versión de tal modelo, se tapa con las banderas del tardofranquismo de Vox, dando lugar al ensayo de un pseudoproyecto que bien podría calificarse de “neofranquista”, en la medida en que despierta buena parte de aquel imaginario. Al menos, en Aragón”.

El jefe de Vox en esa comunidad, vicepresidente del Gobierno que preside Jorge Azcón (PP) y consejero de la delicada área de Justicia, es Alejandro Nolasco. En enero de 2022, Nolasco publicó Los últimos 50 de la División Azul, el batallón de voluntarios falangistas -de ahí el azul - que actuaron a las órdenes del ejército nazi en el frente soviético. La obra fue lanzada por SND Editores, en cuyo catálogo destaca la colección dedicada a Blas Piñar, fundador de Fuerza Nueva. El jueves, Nolasco subrayó en la primera sesión de la recién iniciada legislatura aragonesa que Vox "no renuncia a sus principios"

Firme detractor de la Ley de Memoria, cuya derogación ya prometió en campaña como sus pares en las restantes comunidades, Nolasco no es el único dirigente aragonés de Vox con sello extremista en altorrelieve. Según El Español, la presidenta de las Cortes autonómicas, Marta Fernández, llegó a publicar en Twitter este mensaje: “El Papa es un ser luciferino”. Finalmente, y así lo asegura el citado medio, lo borró. Esa misma Marta Fernández, ahora jefa del poder legislativo aragonés tras el pacto con el PP, es la que aseguró a micrófono abierto que la ministra Irene Montero solo “sabe de arrodillarse para medrar”.

La definición del hasta ahora portavoz de Vox en la Cámara Baja como un político sin espacio en un partido dominado por un sector ultracatólico e integrista fagocita en la práctica el debate sobre si la purga obedece a razones ideológicas o si tan solo es fruto de una lucha de poder entre grupos cuyos perfiles no difieren en lo esencial. Por ejemplo, el ahora diputado valenciano Carlos Flores Juberías compartió con el presidente del partido en esa comunidad, Ignacio Gil Lázaro, la mesa de negociación con el PP para negociar la composición y los objetivos del nuevo gobierno de la Generalitat. El pasado de Gil Lázaro se enraíza en el PP. El de Juberías, que fue condenado por violencia de género -el suyo fue “un divorcio duro”, dijo Alberto Núñez Feijóo-, con Fuerza Nueva, de la que fue candidato en 1982: exactamente, el número 8 por Valencia.

Ese año, el de la victoria inaugural del PSOE y aún sobrevolando la sombra negra del tejerazo -el intento fallido de golpe de Estado militar del 23 de febrero de 1981- aún planeando, los franquistas de Fuerza Nueva también colocaron en sus listas a que también acabó siendo un nombre destacado en Vox, aunque en los últimos tiempos ha permanecido en un plano discreto: el diputado Juan José Aizcorbe, abogado de los Franco, muy vinculado antaño al Grupo Intereconomía, afiliado del PP por poco tiempo y que en 1982 había ocupado el puesto número 4 en la lista de Fuerza Nueva en Barcelona.

Para Flores Juberías, José Antonio Primo de Rivera fue alguien “fascinante”. Su elogio no constituía una excepción. En septiembre de 2012, y tal como desveló El País, Jorge Buxadé definió al fundador de Falange y a Ernesto Giménez Caballero, uno de los ideólogos del fascismo en España, como “dos almas superiores”. En el mismo artículo, publicado en su blog Lo antiguo es lo nuevo -de nuevo, la retrotopía a que alude Cristina Monge- execraba de la Constitución: “Eso es lo que nos ha dejado, ya lo podemos decir, la Constitución de 1978: un pueblo desmantelado”.

Datos como los arriba reflejados plantean una duda ya esbozada: si la bronca interna, con dirigentes provinciales que según El Español ya piden un congreso de Vox a la vista de lo que está sucediendo -primero la debacle electoral, con la pérdida de 19 diputados y ahora la catarata de fugas que profetiza la salida de Iván Espinosa de los Monteros- responde a una pugna ideológica o solo de poder. ¿Son menos extremistas quienes han sido degradados, como Espinosa de los Monteros o el anterior secretario general del partido, Javier Ortega Smith? ¿O estamos ante una estricta lucha entre militantes adosados al mismo marco ideológico?

Porque también Ortega Smith, ahora solo portavoz municipal en Madrid, seguía siendo falangista tras la fallida toma del Congreso a manos del coronel de la Guardia Civil Antonio Tejero y miembros del Ejército. Como relató el periodista Antonio Maestre en La Marea, Smith escribió en 1986 un artículo donde incluía lo que viene a continuación: “No podemos olvidar el pasado de la Falange, no podemos olvidarnos de aquellos momentos de elaboración de nuestra doctrina, momentos en los que nuestros mejores José Antonio, Onésimo, Ramiro, Julio, crearon la doctrina más joven y grande de Europa”.

Casi cuarenta años más tarde, Ortega Smith zarandeó a patadas verbales la memoria de Las Trece Rosas -las jóvenes fusiladas en Madrid en agosto de 1939- señalándolas como “mujeres que torturaban, mataban y violaban vilmente”. Lo dijo hace solo cuatro años, en octubre de 2019. Se libró de condena penal una vez que el Tribunal Supremo concluyó que el dirigente de Vox no había cometido ni un delito de incitación al odio ni de calumnias e injurias graves.

El martes, y tras la renuncia de Espinosa de los Monteros, Ortega Smith fue una de las voces que agitaron la red social Twitter para elogiar a su compañero y lanzar sin demasiado disfraz un misil contra el equipo de Abascal. “Aunque algunos no han sabido reconocértelo, la inmensa mayoría tenemos una impagable deuda de patriotismo contigo. Seguiremos luchando por los mismos principios y valores por los que juntos pusimos en marcha este proyecto al servicio de España y de la libertad”.

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¿Son esos “principios y valores” distintos a los de Buxadé o a los del nuevo dirigente en ascenso y posible futuro portavoz de Vox en el Congreso, Íñigo de Hoces? ¿Son Espinosa de los Monteros y los otros decepcionados con la nueva dirección real del partido “liberales” en el sentido histórico del término o solo en lo económico siguiendo, por ejemplo, el modelo de Milton Friedman, icono del neoliberalismo que no dudó en asesorar a Augusto Pinochet? Las preguntas, de momento, permanecen abiertas.

Tras conocerse la dimisión de Espinosa de los Monteros, el diario británico The Guardian dedicó una información a "las luchas internas" de la ultraderecha española. El rotativo sostenía que el hasta ahora portavoz de Vox en el Congreso "representa un ala del partido que se identifica más con los conservadores británicos y cuyos modelos son Margaret Thatcher y Ronald Reagan".

Pero a renglón seguido, el politólogo Pablo Simón, de la Universidad Carlos III de Madrid, ofrecía un diagnóstico diferente: "Creo -afirmó Simón- que se trata más de una lucha interna por el poder que de algo que tenga que ver con la ideología, porque hay pocas diferencias ideológicas entre ellos".

La marcha del hasta ahora portavoz de Vox en el Congreso, Iván Espinosa de los Monteros, ha derivado en que se le perciba como un “ultraliberal” menos extremista que quienes manejan los mandos de Vox. Su renuncia al escaño obtenido el 23 de julio y el paso atrás para convertirse en afiliado de base ha tenido un doble efecto: por un lado, proyectar la idea de que en la formación que preside Santiago Abascal convivieron “muchas sensibilidades” aunque ahora solo hay una, como sostuvo este miércoles el purgado Víctor Sánchez del Real, exdiputado extremeño; y por otro, ha eclipsado esta semana y mientras se inician las negociaciones para una investidura el retroceso que sus políticas ya aventuran allí donde Vox gobierna de la mano del PP. O dicho de otro modo, la regresión hacia pautas que evocan lo normal en el tardofranquismo, como la censura cultural. O como la evitación de los términos “violencia machista” y lo que eso conlleva. O como la despectiva política respecto a los derechos LGTBI y las acusaciones con que la extrema derecha ha llegado a equiparar la bandera multicolor con "la de los pedófilos".

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