Imagine que en lugar de Juan se llama Anders. Está tratando de adaptar sus hábitos a la insuficiencia cardíaca que padece. Ha dejado de fumar. Y, por supuesto, la ingesta de bebidas alcohólicas se ha recortado drásticamente. Ahora presta mucha más atención que antes a su salud. Sin embargo, la enfermedad no ha supuesto un incremento desmesurado de sus visitas al centro médico. No hace falta. Su evolución se puede controlar perfectamente a distancia. Se le ha facilitado un tensiómetro y una tablet. Diariamente, en el aparato queda constancia de cómo evoluciona el pulso del paciente, que también puede ir aportando otra información extra –si le cuesta respirar o si ha aumentado su peso, por ejemplo–. Todos esos datos son revisados casi en tiempo real por el médico y enfermera de atención primaria, que actuarán cuando se detecte cualquier cambio preocupante. Este programa nacional danés sobre rehabilitación cardiaca es una realidad y ejemplifica a la perfección las posibilidades que para pacientes y médicos ofrece el uso de la telemedicina, una disciplina que no termina de asentarse en España como consecuencia de la falta de inversión.
En tiempos de pandemia, las nuevas tecnologías se han colocado en primer plano. Y no sólo para las empresas, que han empezado a descubrir que pueden seguir funcionando con los empleados en casa. La crisis del coronavirus también ha puesto en valor el potencial que puede tener la asistencia médica a distancia en un país con una fuerte cultura presentista. La explosión del brote y el desbordamiento del sistema sanitario obligaron al Ministerio de Sanidad a recomendar a mediados de marzo la utilización de la atención domiciliaria para la detección de nuevos casos de coronavirus. Sólo era necesario un teléfono, nada más. A medida que han pasado los meses, se ha ido avanzando hacia herramientas más sofisticadas. En el Hospital de Vall d'Hebron, por ejemplo, han adaptado una aplicación que ya se empleaba en la unidad de ictus para poder hacer un seguimiento de todos los pacientes de covid-19 que van recibiendo el alta. El objetivo, detectar a distancia aquellos casos que puedan experimentar una recaída.
La emergencia sanitaria ha situado el uso de las nuevas tecnologías en el ámbito sanitario bajo el foco. Desde que se decretara el estado de alarma, las consultas de telemedicina han aumentado en España un 153%, según datos de mediQuo, la aplicación de eHealth. La mayoría fueron de medicina general. Sin embargo, también se registró un notable incremento en especialidades como pediatría, ginecología, dermatología o psicología. Las ventajas de recurrir a esta especialidad son importantes. Sobre todo, si tenemos en cuenta que ya se dan por seguras nuevas olas de covid-19. Por un lado, explica en conversación con infoLibre Javier Sanz, coordinador del grupo de trabajo de nuevas tecnologías de la Sociedad Española de Médicos de Atención Primaria (Semergen), permitiría “optimizar y gestionar la demanda” en los centros de salud. Pero no sólo eso, también da margen a los pacientes para ser atendidos, en determinados casos, por un médico sin que tengan que alterar su rutina. “Mucha gente se tiene que pedir el día en el trabajo porque sólo tienen consulta por la mañana”, dice.
“Es muy precaria. Aún está en construcción”
A pesar de lo que pueda parecer, la medicina a distancia tiene muchos más años de vida de lo que se cree. “Ya se venía practicando, pero lo cierto es que con la situación actual ha tomado una fuerza especial”, señala María Estrella Blanco, responsable del área de nuevas tecnologías del bufete De Lorenzo Abogados. Sin embargo, en España todavía está, como quien dice, en pañales. “Es muy precaria. Aún está en construcción”, apunta Sanz. Este médico de familia, que se conoce como la palma de la mano el centro de salud de Muro de Alcoy (Alicante), explica que, a distancia, lo máximo que puede hacer son las consultas a través del teléfono. “Dos de estas por cada una presencial”, puntualiza. Sin embargo, incluso este método tan sencillo en ocasiones genera problemas. “Hay veces que la línea se colapsa. Tienes que esperar a que tu compañero cuelgue para iniciar tú una llamada”, resalta el doctor.
Pero para Sanz la telemedicina no es, exclusivamente, el contacto telefónico. También son las videoconsultas. O el análisis de la situación a través de las fotografías que puede mandar el propio paciente. Y ahí es donde se encuentran las carencias más importantes. Faltan medios. “Mi correo electrónico corporativo, por ejemplo, tiene una capacidad de 100 megas. En cuanto me envían tres o cuatro fotografías hechas con un móvil actual se colapsa”, cuenta. Tampoco entiende cómo es posible que su herramienta de historia clínica electrónica no le permita ir almacenando imágenes de un paciente. “Sólo me deja almacenar texto”, resalta. Y si se le pregunta por la posibilidad que tiene de hacer videoconsultas, se remite directamente a los ordenadores que tienen a su disposición. “No cuentan con cámara web. De hecho, en el consultorio auxiliar al que me han destinado ahora con la pandemia, usamos equipos del año 2008. ¡Y estamos en 2020!”, asevera el médico. La única posibilidad, tirar de su propio teléfono móvil si tiene la suficiente confianza con el paciente.
Una inversión del 1% sobre el total
Hans Eguia es experto en la aplicación de nuevas tecnologías en el ámbito sanitario. Conoce bien España. Durante más de un año trabajó en el Hospital Carmen y Severo Ochoa de Cangas del Narcea (Asturias). Ahora desempeña sus labores como médico de atención primaria en un centro de salud de la ciudad danesa de Rudkøbing, donde le ofrecen una mayor estabilidad y conciliación laboral. Como Sanz, afirma que los problemas que tiene la telemedicina en suelo español son fruto de las “barreras económicas”. “Los gestores no entienden que este tipo de sistemas requieren de una inversión”, apunta al otro lado del teléfono. Según los últimos datos de la Sociedad Española de Informática de la Salud, el presupuesto que las comunidades autónomas han destinado en los últimos cinco años a tecnologías de la información y la comunicación en el sistema sanitario ha pasado de los 664 millones de euros en 2015 a los 707 millones de euros en 2019. Su máximo se alcanzó en 2018, con casi 729 millones de euros. Respecto a la inversión global sanitaria, representa poco más del 1%.
Eguia considera que es necesario acabar con la “mentalidad cortoplacista” y recuerda que lo que se invierte en este tipo de sistemas se termina recuperando. De hecho, ya se han realizado algunos estudios sobre esta cuestión. También en España. El pasado mes de marzo, ocho investigadores publicaron en la International Journal of Enviromental Research and Public Health los resultados de un estudio realizado en las comarcas catalanas de Bages, Moianès y Berguedà sobre la aplicación de las nuevas tecnologías en cuatro especialidades concretas: audiometrías, dermatologías, úlceras y dermatología. La conclusión a la que llegaron es que entre 2011 y 2019, en comparación con los costes asociados a la atención tradicional, la telemedicina había ahorrado al sistema sanitario y los pacientes más de 780.000 euros. Alrededor de 15 euros por consulta.
Eso, explica el médico afincado en suelo danés, lo entienden bien en el país nórdico. Allí no son raros los servicios de teledermatología o telepsiquiatría. Tampoco los de teleEPOC. Incluso pone como ejemplo un sistema de teleurgencias: ambulancias 4G con cámara y micrófono que permiten al médico valorar las constantes y decidir si el paciente tiene que ir directo o no a urgencias. No obstante, Eguia quiere poner también en valor algunos trabajos que se están haciendo en España. En julio del año pasado, por ejemplo, el Instituto Catalán de Salud implantó en la comarca de La Garrotxa, en Girona, el programa Teleictus, que permite reducir los tiempos de diagnóstico y de actuación médica en los casos de infartos cerebrales. En Madrid, el Instituto de Salud Carlos III cuenta con el programa Hazlo, que permite realizar sesiones de telerrehabilitación cardiaca con un teléfono móvil y una banda de medición torácica. “Son proyectos, sin embargo, que funcionan por sí solos. Yo creo que serían necesarias estrategias de estas características pero a nivel nacional”, afirma Eguia.
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“No nos van a reemplazar”
Aunque la telemedicina no cuenta en España con una ley específica que la regule, la responsable del área de nuevas tecnologías del bufete De Lorenzo Abogados asegura que hay todo un marco regulatorio aplicable a esta disciplina. Un armazón jurídico que pasa por el Reglamento Europeo de Protección de Datos, la Ley de Servicios de la Sociedad de la Información o la Ley de Protección de Datos Personales. Por ello, recuerda que hay que tomar todas las precauciones necesarias a la hora de tratar a los pacientes a distancia. Porque, entre otras cosas, está en juego información relativa a la salud de las personas. “Es necesario tener un consentimiento bien informado. El paciente debe conocer cómo va a funcionar, los posibles fallos tecnológicos que podrían producirse, incluidas violaciones de confidencialidad, cómo va a ser la coordinación entre profesionales. Los médicos, por su parte, deben mantener un registro muy detallado de todos los consejos que van dando al paciente y la información en la que los ha basado, de forma que se asegure la trazabilidad de esa asistencia”, explica Blanco.
De todos modos, la responsable de nuevas tecnologías del bufete de abogados hace especial hincapié en que la medicina no ha venido para sustituir al médico. Siempre habrá casos en los que la asistencia presencial será completamente necesaria. En la misma línea se pronuncian Eguia y Sanz. “No nos van a reemplazar pero sí nos pueden facilitar el proceso de diagnóstico”, señala el doctor afincado en suelo danés, que recuerda que hay algo que las máquinas no van a poder aportar: empatía. Sin embargo, aclaran que para que la telemedicina se normalice en España es necesario también un cambio de mentalidad. Que los pacientes entiendan que el mero hecho de no desplazarse al centro de salud no implica una peor atención médica. Que hay determinadas situaciones para las que no es necesario asistir a la consulta. Y la actual crisis sanitaria, señalan, puede terminar acelerando este proceso. Un cambio, otro más, que quizá pueda apuntarse la pandemia.