Ha sido un gran verano para España en términos de incendios forestales. Uno de las mejores temporadas altas –del 1 de junio al 31 de octubre– en cuanto a fuegos de la historia del país, desde que se tienen registros. En 2018 ardieron 23.204 hectáreas, el mejor dato desde 1963; y a no ser que ocurra una catástrofe, la marca se seguirá manteniendo hasta que llegue 2019. Entre el 1 de enero y el 14 de octubre, el fuego ha arrasado un 80,57% menos de superficie afectada que en el mismo periodo de hace un año, cuando a estas alturas se habían quemado 119.472 hectáreas. Está siendo el mejor año del decenio y es mucho mejor que 2017, con 6.670 siniestros registrados frente a los 11.987 del mismo periodo del año pasado: casi la mitad. El bajo número de grandes incendios ha sido decisivo.
Las causas de los incendios son complejas y se entremezclan muchos factores, por lo que es muy complicado establecer las razones de la drástica reducción de 2018. El clima es esencial: aunque las temperaturas sean altas, los grandes fuegos suelen nacer cuando se produce una tormenta perfecta de calor, falta de humedad y ausencia de viento. Fue el caso, por ejemplo, del desastre de Galicia en octubre de 2017. Esas circunstancias no se han repetido con asiduidad durante este verano. También puede jugar su papel un aumento y la mejora de la prevención, la educación y los recursos antiincendios –lo que no parece haber sucedido significativamente– o, simplemente, la suerte, teniendo en cuenta que en la mayoría de sucesos, aunque juegue su papel la mano del hombre, no son intencionados.
Pero la tregua de 2018 no puede hacer bajar la guardia, porque todo apunta a que los récords de hectáreas quemadas se van a superar una y otra vez. Así lo asegura un estudio recientemente publicado en la prestigiosa revista Nature Communications, que ha arrojado por primera vez luz sobre la influencia del cambio climático en los incendios forestales. Sabíamos, por lógica, que los efectos del cambio climático –sequías y anticiclones devastadores y aumento de las temperaturas medias– no iban a traer buenas noticias en este ámbito. Pero estos investigadores españoles, de la Universidad de Barcelona y de la de Murcia, lo han cuantificado, y los resultados son llamativos.
En el mejor escenario, de subida de 2 grados de la temperatura media global –para el que tendríamos que hacer muchos esfuerzos, según el IPCC–, los incendios forestales aumentarían en un 40%, lo que ya es un incremento significativo. Pero si se sobrepasan los 3 grados, los fuegos aumentarán en un 100%. Es decir, tendríamos el doble de desastres naturales como éste. Los registros de 2017, con 174.788 hectáreas abrasadas, podrían quedarse en anécdota. En ese periodo ardió el 0,63% del territorio español: se podría llegar a más del 1%. Cada año.
"Hasta ahora había estudios sobre el pronóstico de incendios forestales en un futuro específico hasta 2070-2100, pero no una cuantificación considerando los umbrales de calentamiento global para saber cuáles pueden ser los impactos del calentamiento global si pasamos el límite de 2 grados", asegura a EFE uno de los investigadores, el profesor del Departamento de Física Aplicada de la Universidad de Barcelona (UB) Marco Turco. El físico fue coautor de otro estudio publicado en 2014 sobre la influencia del cambio climático en los fuegos de la zona mediterránea, y dedicaba un apartado de sus conclusiones a España: “El aumento del número de fuegos es preocupante. El valor del área quemada registrada está determinado en gran medida por unos pocos incendios grandes (el 70% del área quemada está asociada con incendios mayores de 500 hectáreas) cuya dinámica podría ser gobernada por mecanismos complejos. Bajo condiciones climáticas extremas, los grandes incendios pueden propagarse fuera de control y pueden ser muy difíciles de extinguir”. No solo aumentarán los focos de manera global, prevén los científicos, también los grandes fuegos, que suelen ser los que, además de significar un desastre en términos medioambientales, se llevan vidas por delante.
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El caso del noroeste español
Los gallegos, y en general el noroeste español tienen buenos motivos para preocuparse por las cifras, aunque 2018 haya sido sorprendente benigno. El 41,66% de los siniestros de lo que va de año se produjeron en el noroeste; el 35,03% en las comunidades interiores; el 22,65% en el Mediterráneo y el 0,66% en Canarias. No es azar. Según el mapa de España en llamas, de Civio, que recopila todos los incendios de más de una hectárea quemada en la España peninsular entre 2001 y 2015, Galicia, Asturias y Cantabria acaparan la mayoría de los puntos rojos. Tienen un problema que será agravado con el cambio climático.
No se trata, solo, de la frondosidad de este tipo de climas. Hay, aseguran los expertos, una cultura del fuego como elemento legítimo en las rutinas agrícolas que hay que controlar. Así lo afirmó el ingeniero forestal Juan Picos en conversación con infoLibre este verano. En estas zonas, es costumbre quemar como técnica de desbroce. La vegetación crece mucho durante el invierno, y para pequeños agricultores sin un tractor a su disposición, incendios en principio controlados son la opción más barata o más fácil. Y dado a la nueva configuración del mundo rural, con más terrenos abandonados y menos separación entre el campo y las edificaciones, una práctica aceptada se ha convertido en peligrosa. El aumento necesario en los medios de prevención y extinción de incendios tendrá que mirar, por obligación, al noroeste.
Ha sido un gran verano para España en términos de incendios forestales. Uno de las mejores temporadas altas –del 1 de junio al 31 de octubre– en cuanto a fuegos de la historia del país, desde que se tienen registros. En 2018 ardieron 23.204 hectáreas, el mejor dato desde 1963; y a no ser que ocurra una catástrofe, la marca se seguirá manteniendo hasta que llegue 2019. Entre el 1 de enero y el 14 de octubre, el fuego ha arrasado un 80,57% menos de superficie afectada que en el mismo periodo de hace un año, cuando a estas alturas se habían quemado 119.472 hectáreas. Está siendo el mejor año del decenio y es mucho mejor que 2017, con 6.670 siniestros registrados frente a los 11.987 del mismo periodo del año pasado: casi la mitad. El bajo número de grandes incendios ha sido decisivo.