La Vía Campesina contra la globalización que imponen las multinacionales

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Daniel Carrasco

"Esta es una organización de lucha y combativa", aseguró Elizabeth Mpofu, coordinadora general de la organización internacional La Vía Campesina. Realmente, el ambiente que se respira es de lucha revolucionaria. Se comparten eslóganes y se escuchan consignas que los asistentes conocen, corean y vitorean, tipo: "¡Globalicemos la lucha, globalicemos la esperanza!"; o "¡Alerta! Que camina la lucha feminista por La Vía Campesina". Las personas congregadas tienen el rostro dorado por el sol y las manos curtidas por los aperos campestres. Son campesinos y campesinas de todo el mundo buscando soluciones a las consecuencias de la agroindustria, intentando ser resistencia.

Esta semana se ha celebrado en Derio (Vizcaya) la VII Conferencia de La Vía Campesina, el movimiento rural más importante del mundo y una de las plataformas sociales más grandes de la historia. Después de su creación en Mons (Bélgica, 1993), es la primera vez que LVC se reúne en Europa. En esta ocasión, el sindicato agrario EHNE-Vizcaya ha sido el anfitrión encargado de coordinar el evento.

La Vía Campesina es una plataforma que aglutina a más de 200 millones de personas, representando a 166 asociaciones de 75 países de África, América, Europa y Asia. Durante las jornadas, que finalizaron con una marcha desde Derio hasta Bilbao, se han congregado más de 800 activistas rurales de todo el planeta, 500 de los/las cuales eran delegados/as territoriales de la organización. Bajo el lema Alimentamos nuestros pueblos y construimos movimiento para cambiar el mundo, el encuentro cuatrienal pretende establecer las estrategias colectivas para el desarrollo agroecológico, contra la dinámica agroindustrial imperante. Son muchas las iniciativas y causas que se han debatido, pero todas giran alrededor de la sostenibilidad medioambiental, la soberanía alimentaria y la dignidad campesina. No obstante, el enfoque no es exclusivamente agrario, engloba a todos los sectores implicados en la alimentación, como el pesquero o el apícola.

Durante el congreso, se han intercambiado experiencias e impresiones de los últimos cuatro años, desde la última conferencia en Yakarta. De esta forma, la organización localiza los problemas que afectan al campesinado mundial y establece estrategias comunes para superarlas. Desde LVC se focalizan estas amenazas en el sistema económico-financiero. “El capitalismo está cargando todo el peso de la crisis sobre las espaldas del pueblo”, aseguró por videoconferencia João Pedro Stedile, miembro de la coordinadora nacional del MST (Movimiento Sin Tierra) de Brasil. Stedile añadió que “las empresas transnacionales tienen el control sobre las tierras, las semillas y los productos químicos ―fertilizantes, pesticidas…―. Por lo tanto, hay que luchar contra las multinacionales y el Estado burgués que legisla a su favor”. “Hay que pelear contra el modelo macroeconómico del Banco Mundial”, argumentaron desde la delegación regional asiática. En esta línea, LVC está totalmente en contra de los Tratados de Libre Comercio, como el TTIP o el CETA. “Tenemos que promover políticas comerciales que se postulen a favor de la soberanía alimentaria, no del neoliberalismo y la desregulación”, dice Paul Nicholson, campesino y miembro fundador de LVC.

 

Edificio Seminario en Derio, lugar de la celebración de la VII Conferencia de La Vía Campesina. D.C.

Según Unai Aranguren, campesino vasco y miembro europeo del comité de coordinación internacional de LVC, “la principal amenaza es que quieren convertir los alimentos en un negocio, en una mera mercancía. Y ello provoca problemas sociales y ambientales”. Según el argumentario de la conferencia, se está intentando convertir al campesinado en un proletariado sin tierras, mano de obra barata para los intereses de las grandes compañías; “a través de proyectos muy ambiciosos, como las grandes explotaciones mineras, las hidroeléctricas o los monocultivos”, considera Deolinda Carrizo, representante continental de LVC América Latina. La activista argentina añade que “cada comunidad desplazada es una pérdida de valor cultural, no sólo de conocimiento agrícola”.

Durante los tres días previos al evento, se celebró la IV Asamblea de jóvenes y la V Asamblea de mujeres. En la asamblea de jóvenes, se hizo hincapié en la necesidad de reformas para permitir que la juventud pueda acceder a los recursos y a los oficios rurales, especialmente aquellos que no vienen de tradición agraria y/o no disponen de terrenos familiares. En cuanto a las mujeres, además del problema de la tierra, se enfrentan a la imposibilidad de conseguir financiación para sus proyectos, por falta de confianza por parte de un sistema patriarcal. En un mundo machista y de estructura heteropatriarcal, las mujeres sufren innumerables formas de machismo, incluyendo la violencia, que no escapan al mundo rural. De hecho, el movimiento feminista y los derechos de la mujer fueron ejes transversales a lo largo de todo el encuentro, no sólo durante la asamblea de mujeres.

Aunque gran parte de las reivindicaciones son comunes a todos los continentes, algunas particularidades se acentúan respecto al eje norte-sur. En las conferencias se puso el acento en la represión que sufren muchas comunidades y en la impunidad con la que son tratados los casos de violencia contra los campesinos en muchos países. Especialmente en los continentes africano, asiático y sudamericano, se producen numerosos abusos de poder en beneficio de la gran industria alimentaria. En este sentido, durante el encuentro se ha homenajeado a activistas asesinados como Berta Cáceres o el nigeriano Ken Saro-Wiwa.

Mientras la impunidad campa a sus anchas, en Europa “se ha presionado a la población rural durante décadas para que emigrara a las ciudades”, analizaron en una de las intervenciones de la región europea. En la misma ponencia, se dijo que “el favoritismo hacia la gran industria dificulta el acceso a los recursos: tierras fértiles, semillas tradicionales y agua”.

Además del acceso a los recursos y la impunidad ante los excesos del poder económico y político, algunas de las denuncias que realiza el colectivo son: el uso de transgénicos, el abuso de químicos agrícolas, la sobreexplotación de los recursos ―como los caladeros pesqueros―, la deforestación, la contaminación por CO, el uso de bonos verdes (acciones de las grandes corporaciones para “compensar” el daño ambiental realizado en otra parte del mundo. Por ejemplo, mientras se talan masas forestales de bosque autóctono en Indonesia, se planta eucalipto en Brasil), y un largo etcétera.

Según la asociación, si las leyes y las subvenciones benefician a la producción agroindustrial, el modelo de distribución perjudica nuevamente al sistema agroecológico. La dependencia del petróleo para el transporte de alimentos y la concentración corporativa son algunos de los factores negativos. “Estamos atrapados por lo que se conoce como encadenamientos productivos de las grandes superficies, un camino que está marcando precios que ahogan al campesinado y benefician a los supermercados, bajo el auspicio de los políticos […], cuando en realidad la alimentación debería ser un derecho cautelado por los Estados”, asegura Francisca Rodríguez Pancha, de la Asociación Nacional de Mujeres Campesinas e Indígenas de Chile y miembro fundadora de La Vía Campesina y la CLOC (Coordinadora Latinoamericana de Organizaciones Campesinas). Pancha sostiene que “además, este sistema crea una brecha entre campesinos/as y el resto de la ciudadanía, rompe la relación ciudad-mundo rural”.

"Hay sectores económicos que están funcionando con lógicas realmente destructivas"

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En este sentido, Unai Aranguren argumenta que “la protección del entorno, los campos, los bosques y los océanos no es responsabilidad exclusiva de pescadores y campesinos; también la sociedad debe implicarse en su conservación. Una opción responsable puede ser el consumo a través del pequeño comercio, mercados de proximidad o grupos y cooperativas de consumo. Algunos ejemplos prácticos son, por ejemplo, que en los comedores escolares haya producto local o que los campesinos agroecológicos puedan vender sus productos en las ciudades. En definitiva ―añade―, que los productores no tengamos que vender obligatoriamente en el mercado global, si no que podamos permanecer en redes locales que faciliten la soberanía alimentaria”. Otras propuestas de los diferentes colectivos pasan por que los gobiernos dejen de subvencionar las prácticas nocivas para el medioambiente ―como el uso de pesticidas o las técnicas de pesca agresivas― y no se apoye más a la industria que pretenda acaparar tierras o mercados, prácticas negativas para la sociedad y para un desarrollo social democrático, según LVC.

No obstante, para que se implanten las propuestas técnicas, políticas y ambientales, es necesario un marco legislativo internacional. Para ello, el movimiento lleva años trabajando en un documento, que fue discutido y aprobado en plenario, y que se presentará ante la Asamblea General de las Naciones Unidas en 2018. Se trata de la Declaración Universal de los Derechos del Campesinado, que pretende establecer las bases para que posteriormente los Estados legislen a favor de los/las trabajadores/as rurales y se apoye el desarrollo de un sistema productivo-distributivo sostenible, que camine hacia una alimentación sana y un modelo justo. Los diferentes colectivos participantes enfatizan sobre la importancia de este tipo de legislaciones, ya que consideran que hay una relación directa entre cómo producimos alimentos y las desigualdades sociales, la pobreza, los movimientos migratorios o algunos conflictos sociales y armados. Además, consideran que “la Organización Mundial del Comercio debe quedar al margen de la producción alimentaria, ya que sus propuestas son en sí mismas parte del problema. La OMC está deslegitimada, ya que representa exclusivamente a los conglomerados multinacionales del agro-negocio”.

Ha sido una larga semana de debates, charlas y reuniones; con mucho gasto de saliva y pocas horas de sueño. Un encuentro donde los delegados de las diferentes asociaciones participantes hablaron, lloraron, rieron y se emocionaron en pro de un futuro alimentario y social mejor. Como dijo Noam Chomsky tras participar en una reunión de la organización en Porto Alegre, “se trata de la auténtica globalización […] gentes de todo el mundo interactuando para, al volver a sus pueblos, implantar ideas de cambio social”. La Vía Campesina ha plantado nuevas semillas, dependerá de las aguas políticas y la luz social que acaben germinando.

"Esta es una organización de lucha y combativa", aseguró Elizabeth Mpofu, coordinadora general de la organización internacional La Vía Campesina. Realmente, el ambiente que se respira es de lucha revolucionaria. Se comparten eslóganes y se escuchan consignas que los asistentes conocen, corean y vitorean, tipo: "¡Globalicemos la lucha, globalicemos la esperanza!"; o "¡Alerta! Que camina la lucha feminista por La Vía Campesina". Las personas congregadas tienen el rostro dorado por el sol y las manos curtidas por los aperos campestres. Son campesinos y campesinas de todo el mundo buscando soluciones a las consecuencias de la agroindustria, intentando ser resistencia.

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