Uno de los lemas más coreados a lo largo de las movilizaciones masivas que ha organizado el movimiento feminista tiene que ver con el derecho de las mujeres a vivir sin miedo. La calle, escenario hostil para ellas, comienza a ser reivindicado como el espacio seguro que siempre debió ser. Pero, ¿qué ocurre para quienes habitan los espacios públicos? Las mujeres sin hogar se ven sometidas a una exclusión social extrema que se entrelaza con la violencia por razones de género en todas sus vertientes.
Concepción Núñez prefiere no desvelar su edad. Aunque los sesenta ya no los cumple, dice. Es una de las participantes de la campaña para visibilizar a las mujeres sin hogar diseñada por la Asociación Realidades. "Muchas veces la agresión machista no significa que te hayan pegado", reflexiona al otro lado del teléfono. Su experiencia dicta que violencia es también "que te den de lado, no te hablen bien o no te den la oportunidad de integrarte". Núñez ha pasado muchas de sus noches en la calle, también en países como Francia, Marruecos, Italia, Estados Unidos o Inglaterra, afirma. La situación para las mujeres no varía especialmente aunque el paisaje sea otro. "La proyección de la mujer respecto a los hombres es muy obvia y si te das cuenta tratas de sobrevivir como puedes" porque al final "eres una contra todos los demás: el machismo y la violencia están a la orden del día", relata. La clave, a su juicio, "es no arrimarte a los demás, que es lo que las mujeres suelen hacer mal, porque buscan protección".
Según datos elaborados por el Observatorio Hatento –de delitos de odio contra personas sin hogar–, el 18,8% de las mujeres sin hogar entrevistadas sufre agresiones sexuales. El Instituto Nacional de Estadística (INE), por su parte, revela que el 24,2% de las mujeres que viven en la calle han sido víctimas de este tipo de agresiones, tal y como desprende el último estudio del organismo, que data de 2012. Este mismo análisis muestra que un 19,6% de las personas sin hogar son mujeres. "Tal y como está hecha la red de atención a las personas sin hogar, no se detecta bien a las mujeres". Habla Jesús Sandín, responsable del Programa de Atención a Personas sin Hogar en la ONG Solidarios para el Desarrollo. "Hablamos de que el 80% de las personas son hombres y sin embargo el fenómeno de feminización de la pobreza está demostrado", argumenta Sandín, "no tiene lógica, no hay manera de explicarlo salvo que no veamos a las mujeres, no seamos capaz de detectarlas". Según la Red Europea de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión Social –EAPN en inglés–, el índice de riesgo de pobreza entre las mujeres se incrementó una décima en España durante 2017. Además, por segundo año consecutivo, obtuvo una cifra récord: 22,2%, casi dos puntos por encima de la tasa masculina.
El de la invisibilidad es el primer obstáculo localizado por las organizaciones que trabajan con personas en situación de exclusión. La Federación Europea de Organizaciones que Trabajan con las Personas sin Hogar –FEANTSA, por sus siglas en inglés– se refiere al "sinhogarismo oculto" para hablar de la exclusión severa de las mujeres. "El sinhogarismo de los hombres tiende a ser público y visible y el de las mujeres privado y oculto", señala la Asociación Moradas por la Inclusión Social Femenina en un informe de 2017. "Esta invisibilidad tiene como consecuencia importantes diferencias entre hombres y mujeres sin hogar, que alteran las estadísticas haciendo que el número de mujeres sin hogar, comparado con el de hombres, sea mucho menor".
Maribel Ramos, directora de la Unidad de Soluciones de la Fundación RAIS, también percibe que "el fenómeno del sinhogarismo tiene una visión androcéntrica" porque se construye "en torno al más visible". Precisamente como "la conceptualización responde al patrón masculino, una parte del femenino no está contemplado en el marco tradicional de abordaje del problema". Esto ocurre, observa, entre otros motivos porque ellas acuden con mayor frecuencia "a su red familiar, están internas en viviendas o cuidando a personas". Y sin embargo, aunque lo hacen "a cambio de una vivienda, ellas también están en una situación de inestabilidad habitacional y si salen de ahí se quedan en la calle". Una vez llegan a la calle, las mujeres también tratan de acudir a recursos como los albergues. "Identifican que la calle es un escenario de altísimo riesgo para ellas", comenta Ramos.
Sandín coincide en achacar tal invisibilidad a los mecanismos de una red de recursos "centrada en varones y mayores", de manera que "tampoco aparecen jóvenes o personas LGTBI". A ello hay que añadir el déficit de relato: "Hay muy poca información, muy pocos estudios, muy pocos análisis, muy poca academia", lamenta. Si bien los pocos datos sobre el papel son de por sí alarmantes, Sandín reconoce que la experiencia dibuja trazos más finos. "Los datos son salvajes, prácticamente la totalidad ha sufrido violencia física y una parte muy alta sexual", afirma, para enseguida matizar que "a la mayoría les ha sucedido antes de estar en situación de calle".
La violencia como causa y como consecuenciaLa violencia como causa y como consecuencia
El perfil que establece Sandín de las mujeres sin hogar encaja con personas "más jóvenes y con un estado de salud mental y físico que presenta mayor nivel de deterioro". Asimismo, señala, el grado de violencia "es mucho mayor que el de los hombres y en muchos casos es muy grave". La especificidad de la violencia sexual, añade, es casi omnipresente.
La violencia, en este contexto, se presenta como una consecuencia común del sinhogarismo pero en muchas ocasiones sucede también como fenómeno previo. Gran parte de las mujeres atendidas ha sufrido malos tratos y otras tantas abusos en la infancia o adolescencia antes de llegar a la calle, expone Sandín. Esto sucede habitualmente porque las mujeres en exclusión social "intentan no acabar en situación de calle", de manera que acceden a recursos dañinos como la prostitución o se aferran a "relaciones tóxicas que establecen por convivencia". Muchos de estos vínculos afectivos, dice, son un "mecanismo de protección: para ellas es mejor que las agreda una persona en lugar de quince", lamenta el experto.
Maribel Ramos también percibe que la violencia de género se encuentra entre las causas de la situación de calle. "Las mujeres que sufren una situación de violencia de género de punto de partida entran en un proceso en el que su situación de alojamiento es cada vez más débil", dice. Eso, unido a la pobreza, la inestabilidad laboral, la dependencia económica o la ausencia de políticas de acceso a la vivienda, alimenta la vulnerabilidad de las víctimas.
Una orden de alejamiento en la calle
¿Qué ocurre cuando una mujer sin hogar sufre malos tratos o es víctima de una agresión sexual? Si el paso de denunciar todavía sigue siendo un lastre para las mujeres, aquellas que viven en la calle son mucho más reticentes a dar la voz de alarma. Las complejidades son inmensas: el tiempo hasta que se produce un juicio, la ausencia de prisión preventiva en muchos casos o la dificultad de imponer una orden de alejamiento en la calle. Además, relata Sandín, la violencia es una "situación que se repite", una espiral de difícil salida.
A rasgos generales, el Observatorio Hatento muestra que de "todos los episodios se denuncian menos del 10%". Las razones son varias, señala Ramos. En primer lugar, "les estamos pidiendo que crean en un sistema que ya les ha fallado previamente", pero también pesa la percepción de que "no son creídas por los operadores" o que "su situación de vulnerabilidad es tan alta que no les va a aportar nada un proceso de denuncia". Aunque el acceso al sistema judicial "es un derecho y debería ser una realidad, les pedimos que sean superheroínas", reconoce Ramos.
Para cambiar la situación resulta fundamental la formación. Ramos cita a los cuerpos municipales de Madrid: "Nos dicen que cuando los agentes están formados adecuadamente y tienen contacto directo con las organizaciones, los datos de denuncia se incrementan, porque al final es una policía mucho más cercana que entiende mucho mejor la problemática de la persona, además del delito que ha sufrido", comenta la experta.
En los albergues, si bien "las mujeres están más protegidas ante agresiones de alta frecuencia", no siempre existen protocolos específicos y el carácter mixto los convierte en un nido de inseguridad para ellas. Por otro lado, los trabajadores del albergue en el mejor de los casos pueden dar el aviso a las fuerzas de seguridadsiempre que la agresión se produzca dentro de las instalaciones, pero sus opciones se limitan si la víctima es atacada en la calle. Los operarios, asimismo, pueden animar a denunciar a la víctima, pero no siempre significa que ella quiera hacerlo. Esto hace que muchas de las agresiones sean casi imposibles de contabilizar.
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Falta de recursos
En este contexto, la Fundación RAIS apuesta por el impulso del recurso conocido como Housing First, "la estrategia más innovadora hoy por hoy en el panorama del sinhogarismo, incluida en la estrategia nacional". En ese sentido, se trata de fomentar "el empoderamiento de las mujeres" y se batalla por garantizar el necesario acompañamiento en la construcción de su vida fuera de la calle. La Asociación Moradas, por su parte, trabaja sobre formación de género, investigación y acompañamiento de las mujeres con el fin de "cambiar el sistema de atención y protección a las personas en exclusión social a través de la teoría feminista".
Los recursos públicos, no obstante, tienen todavía mucho camino por recorrer en esta materia. El Pacto de Estado contra la Violencia de Género no contempla ninguna medida relacionada con el sinhogarismo, un fenómeno que no termina de calar entre las prioridades de las instituciones. Concepción Núñez recuerda la urgencia del problema y reconoce lo evidente: "No pensé en la vida que yo iría a dormir en la calle". En la Plaza Mayor "duerme la rata más pequeña del mundo y la más grande", reflexiona, para finalmente concluir con un mensaje: "Le puede pasar a cualquiera. No es lo que tú hagas, es lo que la vida te da".
Uno de los lemas más coreados a lo largo de las movilizaciones masivas que ha organizado el movimiento feminista tiene que ver con el derecho de las mujeres a vivir sin miedo. La calle, escenario hostil para ellas, comienza a ser reivindicado como el espacio seguro que siempre debió ser. Pero, ¿qué ocurre para quienes habitan los espacios públicos? Las mujeres sin hogar se ven sometidas a una exclusión social extrema que se entrelaza con la violencia por razones de género en todas sus vertientes.