“Era imposible encontrar un piso o una habitación y tuve que dormir donde fuera, en el parque, en la playa… donde fuera”. Hasta llegar a los contenedores marítimos reconvertidos en pisos temporales, Said Zahar ha vivido situaciones límite, como no tener más remedio que acostarse en plena calle, tratando de dormir en el duro asfalto, sin más certidumbre que el ahora y sin perspectiva alguna de futuro. Ahora todo eso forma parte del pasado. Vive con su mujer y sus dos hijos en un Alojamiento de Proximidad Provisional (APROP) del Ayuntamiento de Barcelona. “De vivir en la calle a esto… es mi mansión”, asegura Zahar, visiblemente feliz.
Los APROP están hechos con contenedores metálicos de mercancías que transportan las embarcaciones. Para convertirlos, se ha recurrido a la producción industrial, para lograr una “producción ágil y eficiente”, cuenta el Ayuntamiento. De hecho, las obras estuvieron listas en apenas 26 semanas, seis meses y medio, aproximadamente. Si los pisos se hubieran construido de forma convencional los trabajos se habrían demorado dos años. Con esta apuesta se ha reducido un 33% la energía primaria no renovable y las emisiones de CO2, calcula el consistorio. Asimismo, se redujeron a la mitad el consumo de recursos.
El resultado de todo ello son 42 pisos, 35 con dos dormitorios y 53 metros cuadrados, y otros siete más pequeños, de 26 metros cuadrados y una habitación. Más de la mitad de personas que van a vivir allí serán familias monoparentales, en su mayoría encabezadas por mujeres. Este tipo de pisos no son los primeros que levanta el Ayuntamiento de Barcelona, porque en 2019 se instalaron 12 viviendas de estas mismas características en el barrio del Raval. Ese proyecto ha recibido varios premios de arquitectura, como el FAD, en el que el jurado destacó esta obra por “su valor experimental, su vocación de servicio y su afán de investigación en la contribución de la evolución de la disciplina en términos de sostenibilidad social y ambiental”.
Los nuevos pisos de uso temporal están situados en Glòries, justo al lado de un bloque de obra nueva que vende pisos a partir de los 477.500 euros, que cuentan con piscina y terraza. El objetivo es que personas en riesgo de exclusión social tengan un techo en el que refugiarse, tener autonomía y crear un proyecto de vida, siempre acompañados por los servicios sociales municipales. Pasados dos años, se espera que puedan salir de ahí e irse a un alojamiento fijo, como una vivienda de protección oficial (VPO). Mientras, tienen un hogar garantizado, con objetos de primeras calidades. Y todo por un alquiler que ronda el 20% o 30% de sus ingresos, sean los que sean.
Las obras se terminaron a finales del año pasado y ahora las familias están empezando a entrar a vivir. “Hace una semana que estamos aquí”, cuenta Zahar, que reconoce que el cambio ha sido espectacular. “Mira el espacio”, dice, “todo es nuevo, la cocina, el salón, hay dos habitaciones, un baño como Dios manda, agua caliente… todo es perfecto”. Cuando se le pregunta por el pasado, este padre de familia admite que todo es mucho más gris, incluso negro. “He tenido que luchar demasiado. Cada día pienso que no puedo más, pero te levantas y dices, ostras, ya no estoy solo y hay que seguir”.
Por el camino, una travesía en que se las ha visto y deseado, a lo largo de 23 años viviendo en España. Incluso a pesar de su elevada formación, porque en Marruecos se graduó en económicas y psicología. “En 2014 tuve problemas, me quedé sin trabajo y me echaron del piso de malas maneras, porque me subieron el precio del alquiler de golpe, pero el triple, pagaba 450 y me pedían 1.500”, rememora.
“Luego estuve con una empresa que trabajaba para Cabify. Me engañaron, porque en el contrato ponía ocho horas por día y luego trabajaba 12 y 14, porque me obligaban a venir una hora antes e irme una hora después, para preparar el coche, saber qué le pasa, limpiarlo, ponerle gasolina…”. Aún así, es optimista: “Cobraba 1.050 euros al mes, ya era mileurista, como la mayoría de los españoles. Era el sueño americano [ríe]”.
A pesar de mejorar su situación económica, Zahar no pudo salir de la calle. “Después de trabajar me iba a Montjuïc a dormir en la montaña, me lavaba en duchas municipales y comía en la calle, compraba y comía al momento”. “Luego ya fui al Ayuntamiento y allí pedí ayuda para conseguir un piso”. Y fue cuando llegó a los APROP de Glòries, pasando antes por varios albergues para personas sin hogar.
“Aquí los trabajos son escasos, un día tienes y otro no”. Explica que ha faenado sin contrato en Mercabarna, el principal mercado mayorista de alimentos frescos de Europa en volumen de comercialización. “Nadie te hace contrato, te dicen: es que si te contrato no te puedo pagar, si tú no quieres, ningún problema, hay muchos que sí”. Zahar asegura que hoy día hay un auténtico mercadeo por los sueldos, con gente regateando a la baja cuánto está dispuesta a cobrar. “Es un mercadillo a la antigua, porque la gente quiere comer y necesita mandar dinero a sus familias”, resume.
“Bailo con mi hijo, la gente piensa que estoy loca, pero es porque estoy feliz”
“Ahora bailo con mi hijo, la gente piensa que estoy loca, pero es porque estoy feliz”. A Amal Chafik la vida le ha cambiado por completo. Este lunes cumplirá dos semanas en los APROP de Glòries, pero ya sabe que ahí sí, que ese es su hogar, una casa como nunca la ha tenido en Barcelona. “Este era el piso que me imaginaba para el futuro, pero ahora que ya lo tengo es como si estuviera dormida y soñara con esta casa, pero no, es real”, cuenta entre carcajadas.
Con 16 años se vio forzada a casarse con un hombre en Nador, Marruecos. Allí tuvo dos hijos. El menor de ellos nació con hidrocefalia, por lo que se fue varias veces a Málaga a que lo cuidaran. Después de dudar y pensarlo mucho, con poco más de 20 años se armó de valor para dejar la relación con su marido, con el que sigue casada, mandar a la hija con su madre e irse con el pequeño a Barcelona, donde lo atienden los especialistas de la sanidad pública. Hasta llegar al piso actual, ha pasado por diversas habitaciones, pensiones y casas compartidas que le han ofrecido desde Cruz Roja, no sin pocos problemas de convivencia con los otros inquilinos.
Aún queda mucho camino por andar, reconoce esta madre soltera. “Tengo permiso de residencia, pero no el de trabajo, porque hace falta que alguien me haga un precontrato con el compromiso de contratarme un año entero a jornada completa”, explica. Estos requisitos, ya muy dificultosos para cualquier persona, son casi imposibles de conseguir para Chakif, que además no puede asumir esa carga de trabajo. Tiene que cuidar ella sola de su pequeño, que a menudo tiene que ir al médico a hacerse chequeos y pruebas. Mientras, percibe la Renta Garantizada de Ciudadanía (RGC), con la que puede costear el piso y las necesidades básicas.
El trabajo de buscar trabajo
Zahar ahora mismo busca trabajo. Hace un año que lo intenta. Necesita que lo contraten, ni que sea una semana, para poder cobrar el paro al que tiene derecho. La última vez se le pasó el plazo. No fue culpa suya, cuenta: “La página web no me dejaba, porque no había citas disponibles”. Aunque fue con un documento que acreditaba que lo intentó, desde la administración no se lo aceptaron, explica, y le dijeron que no tenía más alternativa que volver a conseguir un trabajo y, más tarde, volver a pedir la prestación por desempleo.
En su casa tiran con lo que gana su pareja, que les da para llegar a final de mes, pero no para ahorrar. Cuenta que su niña ya le pide juguetes y tiene que hacer malabares para saber cómo decirle que no. “Ella no lo entiende, tiene solo cuatro años. Si se rompe algo dice: papá, vamos a comprar otro. Ella piensa que es tan fácil como entrar a la tienda, comprar e irse, pero no, poco a poco le voy explicando que el dinero no viene del aire, sino que hay que trabajar para ganarlo”, argumenta. “Hace 5 años que no voy a restaurantes”, reconoce. En el pasado, casi otra vida ya, la cosa era muy distinta: “Tenía dos coches, un trabajo, cobraba bien, compraba ropa de marca…”.
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Chafik quiere estudiar catalán. “Me encanta”, reconoce. De hecho, le pide a su hijo que le enseñe el idioma, que él aprende en el colegio, pero de momento no logra convencerlo. Esta madre de familia está haciendo un curso de castellano y otro de limpieza y confía en que en algún momento encontrará cómo compaginar los cuidados que requiere su niño con un trabajo que le permita sentirse más independiente de la administración pública.
Las listas para acceder a un piso social, colapsadas
Tener derecho a una vivienda y recibirla al momento es una quimera hoy día. En Cataluña hay 2.500 personas en lista de espera. Solo en Barcelona, más de 600. Eso se convierte en años. Muchos, a menudo. Chafik hace dos años que está pendiente. Zahar, cinco.
Para suplir la escasa oferta de vivienda protegida, el Ayuntamiento de Barcelona gasta 60.000 euros cada día en alojar a personas en hostales y pensiones. De media, dan cobijo a 2.300 personas al mes. Aun con todo, más de un millar de vidas humanas duermen al raso cada noche. Vidas como la de Zahar, no hace mucho.
“Era imposible encontrar un piso o una habitación y tuve que dormir donde fuera, en el parque, en la playa… donde fuera”. Hasta llegar a los contenedores marítimos reconvertidos en pisos temporales, Said Zahar ha vivido situaciones límite, como no tener más remedio que acostarse en plena calle, tratando de dormir en el duro asfalto, sin más certidumbre que el ahora y sin perspectiva alguna de futuro. Ahora todo eso forma parte del pasado. Vive con su mujer y sus dos hijos en un Alojamiento de Proximidad Provisional (APROP) del Ayuntamiento de Barcelona. “De vivir en la calle a esto… es mi mansión”, asegura Zahar, visiblemente feliz.