Elecciones gallegas
El voto a Ciudadanos y al BNG será clave para decidir si Feijóo obtiene su tercera mayoría absoluta
Hace cuatro años, en las últimas elecciones autonómicas, Alberto Núñez Feijóo se encontró con que había ampliado su mayoría absoluta de 38 a 41 diputados, tres más de lo que necesitaba, a pesar de haber conseguido el mismo porcentaje de voto que en 2005 (45,8%). Y eso en plena crisis económica, siendo alumno aventajado en la política de recortes del PP. ¿La explicación? El voto al resto de partidos con representación parlamentaria (PSdeG, AGE y BNG), las candidatutas que superaron la barrera legal del 5%, no sumó ni el 45%, una de las cifras más bajas de los últimos 20 años.
Esos mismos ingredientes son los que el PP necesita este domingo para conservar el control del Parlamento de Galicia: limitar al mínimo la fuga de votos por la derecha (en donde esta vez tiene un potencial agujero de la mano de Ciudadanos) y confiar en que una parte de los votantes de la oposición se quede fuera del Parlamento porque haya elegido papeletas de partidos incapaces de superar la barrera del 5% (lo que apunta a las expectativas del BNG). Y si nos fiamos de las encuestas, todo sugiere a que va a conseguirlo después de navegar sin grandes contratiempos por una campaña en la que su partido ha sabido mantener el control de la agenda.
Con el marco del debate desplazado a la cuestión de la gobernabilidad de España, los asuntos clave de la legislatura gallega apenas han conseguido hacerse hueco en la campaña. Se ha hablado poco de los recortes (en educación, normalización del gallego, función pública o sanidad), algunos de ellos con graves consecuencias, como los que han provocado la muerte de enfermos de hepatitis C que no recibieron la medicación que necesitaban (un asunto todavía pendiente de resolver en los tribunales). Apenas se ha debatido acerca de las decisiones de la Xunta que dieron lugar a la escandalosa fusión de las cajas de ahorro, un proceso apagado con dinero público que ha acabado resultando ser un negocio redondo para el banco venezolano que al final se ha quedado con lo que hasta hace poco era la principal entidad financiera gallega. O de la ampliación durante 60 años, desafiando compromisos anteriores del propio PP, de la concesión del permiso a Ence para mantener en plena ría de Pontevedra una de sus plantas de producción de celulosa más polémicas.
Feijóo ha acabado la campaña habiendo pronunciado decenas de discursos y teniendo que someterse a numerosas entrevistas en las que, sin embargo, no ha tenido que esforzarse mucho para, cuando le preguntaban, seguir sin dar una respuesta creíble a su estrecha relación con el narcotraficante Marcial Dorado. Ni a su amistad con Pachi Lucas, un empresario al que la policía considera el conseguidor de los contratos de formación de los que se nutría una trama de sociedades dirigida por un emprendedor coruñés próximo al PP.emprendedor Como tampoco se ha visto emplazado a tener que dar explicaciones por seguir dando cobertura política al presidente de la Diputación de Ourense, José Manuel Baltar, acusado judicialmente de haber ofrecido un puesto de trabajo a cambio de sexo (la grabación de las conversaciones del dirigente del PP no deja mucho lugar a la imaginación).
Campaña entre algodones
El presidente gallego ha pasado por la campaña entre algodones con un discurso basado en la apelación a los sentimientos (nadie considera casual que la filtración de su futura paternidad se haya producido en este momento) y en la identificación de Galicia con la imagen de supuesto buen gestor que han construido a medida los medios de comunicación tradicionales, que cada año reciben grandes cantidades de dinero de las que se han vuelto especialmente dependientes en plena crisis económica y publicitaria. Los numerosos y sonados escándalos protagonizados por su partido durante los últimos años (la corrupción del PP en el Gobierno local de Santiago, la condena contra Baltar padre por enchufar trabajadores en la diputación provincial o incluso el procesamiento de dirigentes de Lugo por manipular el voto de ancianos en las elecciones de 2012) no parecen haberle rozado siquiera. La docilidad de la práctica totalidad de la prensa escrita, de casi todas las emisoras de radio y de la televisión pública, sometida a un control informativo férreo, han sido sus mejores aliados para salir bien parado en todos estos casos.
Feijóo tiene además a su favor las dificultades de los partidos de la oposición para construir discursos alternativos sólidos. El Partido dos Socialistas de Galicia (PSdeG), la marca gallega del PSOE, ha tenido que afrontar la campaña electoral mientras atraviesa uno de sus momentos más sombríos. En los últimos cuatro años ha visto cómo su secretario general, Pachi Vázquez, se veía forzado a ceder la dirección e incluso a abandonar su escaño presionado primero por los malos resultados electorales y después por una investigación judicial que puso en cuestión la limpieza de su gestión cuando, años atrás, fue alcalde de la localidad ouensana de O Carballiño. Las acusaciones de corrupción también defenestraron a su sucesor, el primero elegido en primarias, José Ramón Gómez Besteiro, y forzaron a los socialistas a dejar el partido en manos de una comisión gestora teledirigida por la dirección de Pedro Sánchez. Los socialistas tuvieron que improvisar una candidatura a la Presidencia para la que la militancia eligió a Xaquín Fernández Leiceaga, un economista y exdiputado de origen nacionalista que no sólo no ha tenido tiempo de darse a conocer sino que despierta muy escasas simpatías en una parte significativa del partido a la que Ferraz ha desplazado de las listas.
Frenar la fuga de votos
Así las cosas, el desafío de los socialistas, que hace cuatro años sumaron 18 diputados, no es ni siquiera mejorar ese resultado. Su objetivo es frenar la fuga de votos hacia la derecha (casi un 11% de los votantes indecisos dudaba a comienzos de septiembre, según el CIS, entre las dos grandes fuerzas estatales) y hacia la izquierda (en este caso el CIS contabilizaba más de un 12% de indecisos) para evitar el sorpasso de En Marea que ha anticipado la mayoría de las encuestas. Si no lo consiguen, es seguro que los diferentes sectores enfrentados desde hace años dentro del PSdeG reanudarán las hostilidades.
En Marea, la gran novedad de esta convocatoria, tampoco ha llegado a las elecciones en el estado de gracia del que salió de las municipales de 2015, cuando se hizo, entre otras, con las alcaldías de A Coruña, Ferrol y Santiago. Las dificultades para tejer una alianza estable con Podemos, los problemas de coordinación interna entre Anova (la formación de Xosé Manuel Beiras), Esquerda Unida y las mareas municipalistas y la bisoñez política de su candidato, el juez Luis Villares, hasta hace pocas semanas magistrado del Tribunal Superior de Justicia de Galicia, no juegan a su favor. En el caso de En Marea la diferencia entre el éxito y el fracaso pasa no sólo por superar al PSOE, algo que llevan un año dando por hecho, sino por atraer suficientes votos como para romper la mayoría absoluta del PP y hacerse con la Presidencia de la Xunta.
Con todo, siendo importante el resultado que obtengan PSdeG y En Marea, no son pocos los analistas que ponen el foco de lo que ocurra este domingo en el resultado del BNG. Para que las fuerzas alternativas al PP sean lo suficientemente fuertes en el Parlamento es imprescindible reducir al mínimo los votos que vayan a formaciones que no superen el 5%. Nadie duda de que el BNG, que atraviesa sus horas más bajas (hace cuatro años vio reducido su grupo parlamentario a siete escaños y se ha quedado fuera del Congreso tanto en diciembre como en junio), conseguirá superar el 5% en A Coruña y Pontevedra, pero está por ver que lo logre en Lugo y Ourense.
La Ley Electoral hace que las papeletas a formaciones que se queden por debajo de ese porcentaje sean papel mojado y eso sólo puede favorecer al PP en la adjudicación de los últimos escaños. La conclusión es que si el BNG logra representación por las cuatro provincias pondrá más difícil la mayoría absoluta del PP.
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Lo que ocurra con Ciudadanos será también crucial. El partido de Albert Rivera superó con holgura los 100.000 votos en las generales de diciembre y en las de junio. El PP no puede permitirse perder esos sufragios; por eso ha dirigido el grueso de su campaña en los últimos días a apelar directamente a los votantes de este partido, conscientes de que si Ciudadanos no logra representación, esos votos se perderán para el zurrón de la derecha.
En la sede del PP gallego sólo hay dos preocupaciones: que el BNG entre en el Parlamento por las cuatro provincias y les dispute escaños también en Lugo y Ourense y que la fuga de votos hacia Ciudadanos les quite los dos o tres puntos porcentuales que, en su caso, marcan la diferencia entre hacerse con la mayoría absoluta o ocupar el solar baldío de la oposición.
Porque, a diferencia de lo que sucede en España, en Galicia nadie tiene dudas sobre la viabilidad de un pacto poselectoral alternativo al PP. Da igual quién quede por delante: la prioridad común al PSOE, En Marea y BNG es desplazar al PP del poder. Ni siquiera las dificultades que entraña tejer un pacto viable entre estos tres partidos impedirá un acuerdo, siempre y cuando el PP no alcance los 38 diputados, el listón de la mayoría absoluta.