Las agresiones contra el colectivo LGTBI han ido en aumento en los últimos años. La escalada de violencia, innegable pese a los casos excepcionales como el de Malasaña, y la brutalidad de los ataques que han trascendido sienta un peligroso precedente que pone en guardia a las organizaciones. Ante lo incuestionable de esta realidad, la ultraderecha mueve ficha: condena la violencia, pero le busca un nuevo enemigo representado por las personas migrantes. Una estrategia importada de sus homólogos europeos que, en algunos países, ha calado en buena parte de la población e incluso ha movilizado al electorado.
El último episodio, la falsa agresión en el barrio madrileño, dio alas a Vox. Enseguida el portavoz del partido ultra en el Congreso de los Diputados, Iván Espinosa de los Monteros, recalcó su condena a las agresiones homófobas, pero aprovechó para poner el acento sobre los supuestos culpables: la inmigración. "Los gais saben que pueden pasear más tranquilamente por las calles de Varsovia o de Budapest que por las de Molenbeek [barrio de Bruselas] o algunas del centro de Madrid", sostuvo el líder parlamentario de la formación. El martes, el propio Santiago Abascal habló de una "oleada de violencia e inseguridad" que "se ha adueñado" de las calles. A su juicio, "el consenso progre y sus lacayos mediáticos silencian muchos de estos casos para no hablar del origen de los agresores".
Sus palabras quedaron reforzadas por las de su secretario general, Javier Ortega Smith. De nuevo, el mismo esquema: condena explícita de la violencia y criminalización de quienes a su juicio y sin pruebas la alimentan. "Donde esa inmigración ilegal es mayor, se está produciendo violencia por provenientes del Magreb contra mujeres, a quienes obligan a ir cinco o diez pasos por detrás. Nosotros denunciamos esa violencia". Este mismo miércoles, la diputada en la Asamblea de Madrid Rocío Monasterio, insistió en la tesis: en países como Irán y Afganistán, embistió en una entrevista, "no se respeta a los homosexuales y a las mujeres tampoco". Y agregó que "las vecinas de Batán o Casa Campo no van solas del trabajo a casa porque las rodean los menas".
No es la primera vez que el partido ultra abraza, sin pruebas, la misma teoría. En 2019, tras la sentencia del Supremo contra la Manada de Pamplona, Vox se erigió en redes sociales como "el partido que más defiende a las mujeres" y denunció "el manto de silencio impuesto por medios, políticos y feministas supremacistas en torno a las más de cien manadas" que, afirmaban, habían actuado desde el inicio del juicio, "en su inmensa mayoría formadas por inmigrantes y menas". Una vez más, sobre este dato el partido no aportó ninguna prueba.
En julio de 2019, la formación difundió en redes sociales el vídeo de un ciudadano discutiendo con varios jóvenes. Según el partido, el hombre trataba de "evitar la agresión a una joven" y los "gobiernos progres de todos los partidos están permitiendo que se degraden barrios enteros como consecuencia de la inmigración ilegal". Los Mossos d'Esquadra confirmaron entonces que la discusión se produjo por un accidente de tráfico y el Ayuntamiento de L'Hospitalet de Llobregat señaló que no había ningún inmigrante en situación administrativa irregular entre los participantes en la trifulca.
En lo que respecta a los delitos de odio, las estadísticas del Ministerio del Interior muestran que en 2020 los incidentes con base en la orientación sexual de la víctima fueron cometidos en un 65,4% por españoles, un 59,4% en el caso de los perpetrados por razón de género. Respecto a violencia de género, los autores de los crímenes mortales desde que existen datos oficiales son en un 67,2% de origen español. Conviene recordar que la población extranjera supone un 11,3% del total, por lo que la incidencia real, en proporción al total de habitantes, es mayor. Cuestiones como la precariedad y el desarraigo, sostienen los expertos, están en la base de la violencia entre la población extranjera.
El precedente europeo
Que Vox señale a las personas migrantes ante casos de violencia contra las mujeres o el colectivo LGTBI tiene sus ecos en Europa. En Francia, una encuesta de Institut d'études opinion et marketing (IFOP) en 2019 desvelaba el gran apoyo hacia Marine Le Pen entre la comunidad homosexual. El botón que activó al electorado LGTBI fue muy claro en el país vecino: señalar a la población musulmana como una amenaza a abatir.
El periodista Miquel Ramos, autor del informe De los neocón a los neonazis. La derecha radical en el Estado español, arroja luz sobre los motivos que se esconden tras las dinámicas de la ultraderecha. "Saben que ir contra determinados consensos de derechos humanos a veces es arriesgado", así que al ser "un hueso demasiado duro de roer", lo que hace el partido de Santiago Abascal es "usar los derechos del colectivo para señalar a otros como una amenaza". Tiene un nombre: feminacionalismo en el caso de las mujeres y homonacionalismo cuando se trata de la comunidad LGTBI. "Es una manera de darle la vuelta, erigirse como sus defensores".
Ignacio Paredero, sociólogo, politólogo y activista en la Federación Estatal LGTB (FELGTB), señala que el concepto homonacionalismo ha conseguido persuadir al colectivo LGTBI en otros países, pero en suelo español "por ahora afortunadamente" parece que las dinámicas son diferentes, porque la población española y también la LGTBI han demostrado ser de las más respetuosas con la inmigración. "Hemos tenido crisis migratorias importantes y por ahora no ha sucedido", recuerda. Para que cale el discurso anti inmigración de la extrema derecha, debe existir una "fuerte xenofobia social de fondo".
"Vox importa estrategias porque en países como Francia sí ha funcionado", comenta Paredero. Florian Philippot fue el director de campaña de Frente Nacional en 2012, año en el que el partido se impuso como tercera fuerza, y pasó a ser su vicepresidente desde entonces y hasta 2017. En 2014 salió públicamente del armario. En un reportaje de 2015, el diario El Mundo citaba al escritor Didier Lestrade, autor del libro ¿Por qué los gais se han pasado a la derecha?, para referirse a una estrategia de "seducción" hacia el colectivo homosexual, a través una defensa explícita de las minorías "atacadas por el islam". No es el único ejemplo. En Holanda fue paradigmático el papel de Pim Fortuyn, abiertamente homosexual y crítico con el islam, fundador de un partido de extrema derecha. Algo parecido ocurre con Alice Weidel, autodefinida como feminista, declarada lesbiana y líder del xenófobo y ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD). Vox, continúa Paredero, busca "alimentar ese discurso, arañar algo de voto LGTBI diciendo que la inseguridad la traen los inmigrantes".
¿Caladero de votos?
Pero de ahí a conseguir calado electoral, hay un abismo. "Entre los grupos ultra europeos también hay diferencias", puntualiza Paredero. Vox alberga en su ADN una raíz esencialmente católica que lanza un mandato: situar en el punto de mira al feminismo y a los derechos LGTBI. No hay más que echar un vistazo a propuestas como el conocido veto parental. "Por supuesto, siempre dirán que están a favor del colectivo, pero en sus iniciativas propondrán retroceder en derechos. Sin ir mas lejos, Vox acaba de recurrir en el Constitucional la Ley Trans canaria. Cosas como esas son imposibles de disfrazar", señala el activista.
A la misma conclusión llega el politólogo Pablo Simón. "Muchas veces, cuando hablamos de partidos populistas y radicales, vemos elementos comunes, pero en el fondo tienen ideas muy distintas", señala al otro lado del teléfono. Una de esas diferencias anida precisamente en su posición respecto "a las minorías". Ahí existen dos corrientes, continúa el politólogo: una protestante o laica, con posiciones más abiertas, y otra de raíz católica, mucho más conservadora. Los primeros dicen defender "los valores de vida occidentales" y por eso cargan contra quienes detectan como amenaza. En el otro extremo, "la ultraderecha europea central y oriental, muy católica y tradicional: en lugar de atraer a las minorías usando su agenda xenófoba, se enfrentan a ellas". Ese, mantiene Simón, es el lugar en el que están los de Abascal: contra consensos como el derecho al aborto o el matrimonio igualitario.
Por otro lado, la tradición y cultura española define de manera cristalina los ejes en los que se posicionan los partidos y su electorado. "Por nuestra historia, nuestra tradición y también por la Iglesia, en España el eje izquierda-derecha y el eje progresista-autoritario están solapados". Es decir, la izquierda está ligada al "ecologismo, el feminismo y a los derechos sociales", cuestión que "le hace más difícil a Vox captar ese electorado". En el resto del continente, añade el Pablo Simón, esos ejes no siempre coinciden.
Y sin embargo, Santiago Abascal insiste: "En Vox hay muchas personas homosexuales, lo que ocurre es que Vox no acepta el discurso de la izquierda ni de determinados lobbies", subrayó el líder del partido hace semanas. Los expertos consultados coinciden en que sí, entre los votantes de la ultraderecha puede haber personas del colectivo, sencillamente porque "la gente no vota por una sola razón, cuestiones como la economía o la simple convicción" tienen mucho peso, señala Simón, "pero hay brechas en términos de representación que no se dan en otros partidos". En cuestiones de género, el último barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), relativo a septiembre de 2021, determina que sólo un 5,1% de las entrevistadas votaría a Vox si se celebrasen elecciones mañana, frente a un 10,2% de los hombres preguntados por la misma cuestión. Aunque el organismo no interpela sobre la orientación sexual, "no hay ninguna razón para esperar que no ocurra" lo mismo con el colectivo LGTBI.
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El PP en la encrucijada
¿Y qué ocurre con el Partido Popular? A juicio del politólogo, los de Pablo Casado "tienen muchas almas y distintas fases" que condicionan su posición sobre los derechos LGTBI. "El PP es conservador a priori, no va a mover el equilibrio en favor de más derechos", sin embargo, una vez ese mismo partido "llega al poder, a veces lo deja estar: no los desmantela". Sucede, en ese contexto, que si tradicionalmente el partido jugaba una "competición por el centro", la novedad ahora "es que el escenario de competición" ha cambiado radicalmente con la entrada de Vox en las instituciones. "No es fácil decidir si compras o no el marco de la extrema derecha, por eso Pablo Casado es tan errático", disecciona Simón.
Este miércoles el Congreso aprobó con el rechazo de Vox y la abstención del PP, una iniciativa para agilizar la ley LGTBI. Tan sólo un día después, la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, reiteró durante la sesión de control su intención de modificar las leyes LGTBI y contra la violencia de género que existen en la comunidad, una exigencia que parte de la ultraderecha. Y el viernes, ambas formaciones volvieron a ir de la mano a la hora de enmendar en su totalidad la Ley de Libertad Sexual. El motivo, argumentaron, "su sesgo ideológico". Incluso en el Parlamento Europeo, los conservadores se abstuvieron esta semana a la hora de decidir si la pasaba a ser un delito perseguido en la Unión Europea. La eurodiputada Isabel Benjumea votó en contra de la resolución, en sintonía con los europarlamentarios de Vox.
Las agresiones contra el colectivo LGTBI han ido en aumento en los últimos años. La escalada de violencia, innegable pese a los casos excepcionales como el de Malasaña, y la brutalidad de los ataques que han trascendido sienta un peligroso precedente que pone en guardia a las organizaciones. Ante lo incuestionable de esta realidad, la ultraderecha mueve ficha: condena la violencia, pero le busca un nuevo enemigo representado por las personas migrantes. Una estrategia importada de sus homólogos europeos que, en algunos países, ha calado en buena parte de la población e incluso ha movilizado al electorado.