El caos de la era Milei y el periodismo

Hay una pregunta que me hago bastante desde que Javier Milei ganó las elecciones como presidente de Argentina, incluso desde un poco antes, y es para qué sirve el periodismo ¿Cuál es nuestro rol como periodistas en sociedades cada vez más fragmentadas, en las cuales las personas consumen cada vez más aquello que les confirma su sesgo, incluso a costa de la veracidad de la información? Alguien podrá decirme, y con razón, que la verdad objetiva no existe, y yo respondería que, si bien en términos filosóficos eso es cierto, para nosotros, los periodistas, existen los hechos, y que nuestro propio juramento hipocrático es tratar de reconstruirlos y contarlos de la manera más fiel y honesta posible.
Pero en la era Milei nada de eso existe porque todos los sistemas de creencias y organización social tradicionales están puestos en crisis. Y el periodismo es uno de ellos. Con el agregado de que somos apuntados como partícipes necesarios y cómplices de un sistema que le arruinó la vida a las personas. Así de brutal.
Javier Milei nos acusa de ensobrados. En la jerga argentina, eso quiere decir que el periodista recibe un sobre con dinero para instalar versiones falsas o hacer operaciones de prensa, todas prácticas muy lejanas a la ética periodística y muy cercanas al uso político de información proveniente de manera ilegal de los servicios de inteligencia. Si sos un ensobrado, tu información no es confiable ni creíble.
La estrategia de Milei con la prensa no es exclusiva de su gobierno ni tampoco una novedad mundial. Está escrito hace por lo menos cinco años en un libro que es el fetiche de todos los periodistas de Argentina: Los ingenieros del caos, de Giuliano da Empaoli, se volvió una referencia ineludible en cualquier conversación de colegas. Se trata de un ensayo que recopila las estrategias de construcción política de la extrema derecha en diferentes países, aunque habla principalmente de Italia, Estados Unidos y Hungría.
Lo llamativo es por qué este libro se volvió tan popular entre nosotros. La explicación tiene nombre y apellido, Santiago Caputo. Es una de las tres patas del triángulo de hierro que gobierna la Argentina —y que se completa con los hermanos Javier y Karina Milei— y fanático de la novela El mago del Kremlin, del mismo autor. Mientras que la novela ficcionaliza la política, el ensayo describe al detalle los mecanismos de funcionamiento de los populismos de derecha, y le pone nombre y apellido a las estrategias.
En la introducción, Da Empaoli dice: “El carnaval contemporáneo se nutre de dos ingredientes que no tienen nada de irracional: la ira de algunos ámbitos de la clase trabajadora, que se alimenta de motivos sociales y económicos reales. y una maquinaria de comunicación imponente, originalmente concebida con fines comerciales, que se ha convertido en el principal instrumento de quienes quieren multiplicar el caos”.
Entender el pensamiento del asesor presidencial no solo dejó de ser importante únicamente para hacer un correcto análisis político, sino que se volvió central para saber qué lugar tiene el periodismo en el aparato de comunicación y construcción de poder del Gobierno. Los ataques sostenidos a la prensa son el corazón de la estrategia narrativa de toda la extrema derecha, incluido el gobierno de Milei.
El blanco predilecto
Desde que asumió la presidencia en diciembre de 2023, la administración nacional eligió al periodismo como uno de sus blancos predilectos. La lista incluye: el cierre de la agencia de noticias pública Télam y el desmantelamiento de los medios estatales; el establecimiento de un aparato de comunicación paralelo en redes sociales y canales oficialistas en YouTube; la imposición a través de un decreto presidencial de mayores restricciones para acceder a la información pública; ataques personales, agraviantes e insultantes a periodistas, especialmente virulentos contra aquellos que trabajan en medios de comunicación mayormente consumidos por los potenciales votantes de La Libertad Avanza (el partido de Milei), por mencionar solo algunas de las actitudes hacia la prensa. Incluso la periodista feminista Luciana Peker decidió instalarse en Madrid debido a las amenazas que venía recibiendo antes de las elecciones y que sin dudas se volverían más graves con el nuevo gobierno. La Argentina descendió el año pasado 26 lugares en el índice de Libertad de Prensa que elabora Periodistas sin Fronteras. Hacer periodismo se volvió objetivamente más complejo.
Ahora, la preocupación es prácticamente imposible de ignorar, como el día que recibí aquel mensaje de Amy. Facundo Iglesia Frezzini, uno de los periodistas del staff del Buenos Aires Herald —el diario en el que ambas lideramos la redacción— acababa de descubrir que habían usado su nombre para abrir fraudulentamente una sociedad en Estados Unidos (LLC, por sus siglas en inglés).
Como parte del equipo de investigación de la Revista Crisis, Facundo y sus compañeros de redacción habían puesto el ojo en el accionar de las milicias digitales libertarias, que derivó en la publicación de un detallado artículo el 13 de julio de 2024 titulado Las milicias digitales de la ultraderecha. Allí, buscaron reconstruir la manera en la que La Libertad Avanza (el partido de Milei) opera en redes sociales a través de diferentes terminales autónomas, pero con conexiones con figuras centrales del mundo libertario. Una de estas figuras es Daniel Parisini, una especie de Tucker Carlson de YouTube, visitante habitual de la oficina de Santiago Caputo en la Casa Rosada, y uno de los principales hostigadores en redes sociales a través de su usuario en X (antes Twitter) @GordoDan.
Como consecuencia de esta investigación, Facundo junto a otros dos usuarios de X mencionados en el extenso reportaje, se habían convertido en el blanco de KFC, una de las organizaciones señaladas como responsables de liderar los embates libertarios paraoficiales.
Pero esta vez el ataque había pasado los límites de las redes sociales. No se trataba de una coordinación de agresiones conjuntas por parte de usuarios que poblaban las plataformas digitales con insultos o publicación de información personal, sino que habían suplantado su identidad para crear una LLC en el Estado de Florida. El objetivo era claro: acusarlos de cobrar dinero por publicar el artículo, una forma de desacreditar su investigación al vincular la obtención de la información con fuentes o motivos dudosos.
Lo preocupante no se limitaba únicamente a esto, sino a cómo se habían enterado de que eran propietarios de esa LLC. La noticia les había llegado por los propios circuitos libertarios, verdaderos paladar negro mileistas. En un space de X, uno de los apuntados como líderes del aparato paralibertario había dicho: “Ayelén, Smaldone y el que hizo la nota de KFC tienen una empresa juntos en Estados Unidos”. “Están haciendo alguna movida porque tienen una empresa afuera (sic). Algún día van a tener que explicar eso”, afirmaban durante la conversación.
Milicias digitales libertarias
Si bien la investigación que había puesto a Facundo en el ojo de las milicias digitales libertarias no era original del Herald, la preocupación de Amy revelaba dos cuestiones: en primer lugar, la humana, porque Facu es nuestro compañero y sabíamos que este tipo de accionar mafioso en contra de la actividad periodística tiene un costo personal. Y, en segundo lugar, porque nos abría la pregunta de cómo construir estrategias de preservación en un contexto en el que hacer periodismo se vuelve cada vez más complejo.
La estrategia política de la extrema derecha usa una fórmula muy potente a nivel narrativo: opone la realidad del pueblo a las élites privilegiadas que viven a costa de él. Esa casta parasitaria está formada por políticos tradicionales, empresarios, sindicalistas y periodistas.
¿Cuándo fue que perdimos la confianza de las audiencias? ¿Qué estábamos haciendo mientras nuestros niveles de popularidad bajaban, nuestra legitimidad se erosionaba y los números dejaban de acompañarnos? Probablemente hayamos estado mirando la pantalla de nuestro móvil, como el resto de la humanidad.
2007 puso el mundo patas para arriba. Ese año, Apple lanzó su primer iPhone y fue el quiebre que aceleró un cambio radical en nuestra manera de informarnos, entretenernos y comunicarnos.
Internet ya había puesto a los medios de comunicación tradicional frente a la necesidad de brindar información online, pero la movilidad, la fragmentación y la hiperindividualización de los consumos provocó según la académica argentina Lila Luchessi un descentramiento del periodismo y de los periodistas como figuras cruciales en el ordenamiento de la información.
Esa es mi principal sensación y, al mismo tiempo, mi principal preocupación. Correr detrás de los acontecimientos encarnando el rol de aguafiestas que señala las cosas negativas desgasta nuestro propio lugar de enunciación. ¿Cómo hacemos periodismo que no destruya al periodismo?
Esta pregunta me hizo volver a las páginas del libro Defenderse, de la filósofa francesa Elsa Dorlin. En él, Dorlin analiza desde una perspectiva feminista cómo construir estrategias de autodefensa que no impliquen la destrucción propia en el movimiento instintivo de preservación vital. O sea: cómo hacemos para reaccionar sin que esa reacción invalide nuestro derecho a reaccionar.
Pienso todas estas cosas mientras, al mismo tiempo, intento poner en perspectiva la realidad de la Argentina. Me ruborizo un poco si comparo nuestra situación con la de Cuba o Venezuela, donde el ejercicio de la profesión es imposible o casi imposible. Busquen si no la historia de Abraham Jiménez Enoa, un brillante periodista cubano que debió exiliarse en España ante las amenazas que recibió en su país por hacer su trabajo.
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Sigo pensando, sigo trabajando, sigo haciendo periodismo todos los días. No hay que detenerse. Más allá de los desafíos, sigo teniendo una convicción: nunca va a morir el poder de una historia bien contada. La clave es encontrarlas.
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*Estefanía Pozzo es periodista argentina, directora del ‘Buenos Aires Herald’.