TINTA LIBRE

La obscena impunidad de Juan Carlos I

Una de las últimas imágenes de Juan Carlos I: a bordo del Bribón en una regata en Sanxenxo (Pontevedra) el pasado 27 de abril.

El 1 de abril de 2025, día de San Hugo en el calendario católico y día de los inocentes en un montón de países del planeta, supimos que el rey Juan Carlos I quería volver a estar presente en los titulares de los periódicos y en los informativos de televisión. Porque consideró oportuno demandar por supuestos delitos de difamación y protección de su derecho al honor al expresidente cántabro, Miguel Ángel Revilla y reclamarle, a título personal, 50.000 euros y una rectificación pública. Dejó claro, por si había algún mal intencionado en la sala, que en caso de que el asunto avance y le llegara esa cantidad a su real persona, sería inmediatamente destinada a Cáritas España. 

Minutos después de haberse conocido la noticia, el demandado organizó una rueda de prensa. Revilla, animal mediático y omnipresente, embajador de la anchoa, de la tierruca y de la campechanía sin títulos, se sentó en una mesa y, rodeado de micrófonos y escoltado por sus libros (ya puestos, qué menos que unos royalties), mostró su perplejidad ante el asunto, se presentó como un anciano vulnerable a más no poder, un nadie. Cómo pudiste hacerme eso a mí, con lo que hemos sido, con lo que hemos compartido. “Es injusto y mezquino que un inviolable demande a un ciudadano de a pie”, declaró Revilla. Un David pequeñísimo frente a un Goliat que ha perdido el norte. Un duelo entre campechanos. 

No contento con eso, apenas una semana después, el rey emérito y residente fiscal en Abu Dabi decidió demandar por supuestos delitos contra el honor a su expareja Corinna Larsen y al exabogado de esta última, el letrado ginebrino Dante Canonica. 

Todo esto sucedió en medio de la elaboración de sus memorias tituladas Reconciliación y escritas por Laurence Debray, de las que aún no se sabe ni fecha de publicación y ni siquiera si verán la luz. Y cuando ya nos habíamos acostumbrado a sus visitas a la localidad gallega de Sanxenxo, su subir y bajar del barco, el marisco que tanto le gusta, si saluda o no a los presentes, si se le ve desmejorado o en su mejor momento. 

Las preguntas se suceden una tras otra. ¿Qué le pasa a Juan Carlos I? ¿Por qué se empeña en recordarnos su obscena impunidad? ¿Por qué insiste en recordarnos que no todos somos iguales ante la ley y ante el mundo? ¿Qué le lleva a remover sus propias sombras? ¿Es todo producto de su propio aburrimiento o por enfado? ¿A quién escucha el monarca y a quién le hace oídos sordos? ¿Qué quiere de nosotros, atención o amnesia?

“Convendría recordar que ya tuvo impunidad hace muchos años, cuando la necesitó para que la institución que representa se consolidase tras la muerte del dictador Francisco Franco. El problema es cuando esta se asume en beneficio propio”, explica Jaume Claret, profesor agregado en los Estudios de Artes y Humanidades de la UOC, y director de su máster universitario de Historia del Mundo Contemporáneo. Califica la sucesión de hechos anteriormente citados como “sorprendentes” y sólo le encuentra una explicación, que no es otra que una forma bastante particular de reivindicar y salvar su legado. 

Las riendas del relato histórico

“Supongo que tiene que ver con la necesidad de dominar las riendas del relato histórico y qué va a decir la Wikipedia de él cuando no esté, no tanto con la necesidad económica. Salvando las distancias, me recuerda un poco a Jordi Pujol”, añade. Ese mismo nombre, el del todopoderoso presidente catalán, también lo saca en la conversación Txetxu Ausín, científico titular en el Instituto de Filosofía del CSIC y presidente del Comité de Ética de esta misma institución. “Con Juan Carlos I y el expresident hay una especie de movimiento para rehabilitar su figura, cuando ambos tendrían que pasar por grises, y esto lo único que hace es recordarnos una y otra vez lo que pasó, y que los que desconocían algunas de las cosas que hicieron se enteren”.  

Las consecuencias que acarrea que un personaje haga dejación de sus funciones son imprevisibles. En el caso de Juan Carlos I, hablamos de una persona a la que han protegido los poderes del Estado, sobre todo un bipartidismo (y especialmente el PSOE) que mantiene las constantes vitales de la institución a la que aún representa y que también, en cierta medida, ha condenado al personaje. 

“Aceptó el sacrificio de irse, pero llegó un momento en el que se dio cuenta de que no va a volver a España. Y que alguien como Miguel Ángel Revilla muestre su contrariedad a muchas de las cosas que sabemos que ha hecho… Creo que es el último clavo en el ataúd de Juan Carlos”, afirma Claret, que tampoco descarta, llegados a este punto de la historia, que todo se deba a un ataque de egolatría, a una disonancia cognitiva entre el mundo en el que vivió y el actual. 

Porque el rey –el que duerme en Abu Dabi y el que duerme en el Palacio de la Zarzuela– ya no es tan intocable, a la prensa ya no se la controla tanto como antes y la España de 2025 se parece bastante poco a la de la década de los 70 del siglo anterior. “Una vez abierta la pasta de dientes, ya no se la puede devolver al tubo. La ejemplaridad, en definitiva, ha saltado por la ventana”, concluye. 

“Desde el punto de vista jurídico, es difícil que esto pueda prosperar, porque cuando hay colisión entre la libertad de expresión e información y el derecho al honor, suele tener prevalencia lo primero, sobre todo si el personaje tiene relevancia pública, como es el caso”, explica Joaquim Bosch, magistrado y portavoz territorial de Juezas y Jueces para la Democracia, autor del libro Jaque a la democracia, editado por Ariel. El límite, añade, es el insulto, y no le consta que el expresidente de Cantabria haya manifestado cosas injuriosas. 

Un movimiento que, en su opinión, supone un riesgo elevado para la reputación del rey emérito. “Ha recibido muchas críticas y ninguna resolución judicial en su contra, pero ir a un procedimiento de este tipo tiene el riesgo de que Revilla pueda probar lo que ha dicho, que cumpla el principio de veracidad”, explica. Que no tenga en su haber una sentencia que lo condena es algo que también resalta la periodista Mábel Galaz, que cuenta, con rotundidad, que además de haber perdido conexión con la realidad, está tan mal rodeado como asesorado. “Está obsesionado por no pasar a la historia como el cazador de elefantes y el amante de Corinna. Eso le cabrea muchísimo, y como es poco reflexivo, se mueve por impulsos”, dice.  

En el caso del rey Juan Carlos, la ejemplaridad se ha ido socavando, e incidir en este tipo de movimientos no solo implica un daño a sí mismo, sino a la institución e incluso un aumento de la desconfianza de la ciudadanía, comenta Txetxu Ausín, para quien el demandante “ha sido jefe de Estado pero ha sido poco modelo, o más bien antimodelo”. 

Lo que quedará de él, ya sea en Wikipedia o en los libros de Historia, y si insiste en seguir por esa senda, será toda esta colección de excentricidades, o decisiones erráticas. Cumpleaños compartidos en su revista de cabecera, ¡Hola!, rodeado de una corte que ya solo se acerca para aplaudirlo a rabiar y darle la razón en todo. Paseos en barco, almuerzos con sus hijas, saludos con la mano de siempre, sonrisa contenida, demandas que esconden enfados, mensajes de su entorno retransmitidos por periodistas de su confianza, y un Tribunal Supremo que acaba de rechazar imputarlo por la gestión de su fortuna. “Creo que lo de Revilla responde más a una demanda ejemplarizante y la de Corinna tiene la intención de recuperar el dinero, porque lo quiere para sus hijas”, aclara Mabel Galaz. 

El 22 de noviembre de este año se cumplirán 50 años de la proclamación de Juan Carlos I como rey de España ante las Cortes franquistas. Durante esa proclamación, pronunció su primer discurso como monarca y en él expresó su deseo de “ser el Rey de todos los españoles, sin excepción”. Otra frase que, con la mirada y lo que sabemos hoy, ha envejecido regular. 

Y surgen nuevas preguntas. ¿Qué se hará con este aniversario? ¿Quiénes se encargarán de organizarlo? ¿Vendrá Juan Carlos I a soplar las velas o será el gran ausente de la lista de invitados? Será un día en el que aparezca de nuevo en los titulares de los periódicos y en los informativos de televisión, aunque esta vez, quizá, quisiera remediarlo. Por si acaso, una vez más, se nos recuerdan sus sombras.  

 *El último libro de la escritora y periodista Ángeles Caballero es ‘ Los parques de atracciones también cierran’ (Arpa, 2023).

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