La desinformación y el bulo forman una vieja pareja que nunca ha estado tan presente en los escenarios de la comunicación política. Los expertos afirman que ambas técnicas propagandistas, bien conocidas por Goebbels y el nazismo, afilaron sus armas después de la Segunda Guerra Mundial, pero nunca como hasta el presente se había manejado tal cantidad de información y nunca la desinformación había sido tan apabullante. Son las dos caras de la misma moneda que en el número de febrero de tintaLibre analizamos.
Dice el filósofo Norbert Bilbeny en nuestras páginas que ya no es cuestión de quién se cree al mentiroso, sino que la epidemia se ha extendido hacia los extensos dominios de quién se cree a quién. Los cuatro años de Donald Trump, además, han encumbrado lo que en su lenguaje se ha dado en llamar hechos paralelos, esa vasta constelación de supuestos indemostrables que, accionados desde su Twitter personal, ha inflamado a sus creyentes y terminado tristemente con episodios como el asalto al Capitolio. En plena noche electoral, todavía con el recuento en marcha y centenares de miles de votos por contar, proclamarse ganador de las elecciones es algo absolutamente delirante, lo que no ha impedido que más de la mitad de sus 74 millones de votantes siga pensando que el exmandatario, ahora residente en Florida, fue víctima de un robo.
Una inmersión en la maltratada psique española, en 'tintaLibre'
El contagio viral del maniqueísmo y la polarización en la época de la postverdad se extiende por todas partes. Florecen las sectas negacionistas y los grupos supremacistas que comulgan con esos delirios irracionales que, según Silvio Waisbord, que analiza el caso de QAnon, siempre han estado presentes en la historia de Estados Unidos y ahora han tenido un crecimiento insospechado amparados por la impunidad de las redes sociales y protegidos por la manga ancha de la libertad de expresión.
Nuestro número de febrero rinde también tributo a la memoria dos personajes que lucharon por un mundo más razonable. Azaña, retratado de forma magistral por la periodista Josefina Carabias, fue según Valle-Inclán la “cabeza mejor amueblada de la República”. Albert Camus también peleó lo suyo contra la barbarie totalitaria y sus textos en Combat, el periódico de la Resistencia, son antológicos en este sentido. Pero quizás la fábula moral más extendida sobre la mentira tiene a un personaje infantil, Pinocho, como protagonista, y a un periodista florentino de la segunda mitad del XIX, Carlo Collodi, como su hacedor. El mismo Pinocho con el que el pintor Antonio Saura nos invita desde nuestra portada. Un número con la nariz y la sombra muy alargadas, sin duda.
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La desinformación y el bulo forman una vieja pareja que nunca ha estado tan presente en los escenarios de la comunicación política. Los expertos afirman que ambas técnicas propagandistas, bien conocidas por Goebbels y el nazismo, afilaron sus armas después de la Segunda Guerra Mundial, pero nunca como hasta el presente se había manejado tal cantidad de información y nunca la desinformación había sido tan apabullante. Son las dos caras de la misma moneda que en el número de febrero de tintaLibre analizamos.