El rey desnudo

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Los historiadores coincidirán a la hora de establecer el momento precisoen el que el rey Juan Carlos I sufrió el golpe de timón que provocó su posterior hundimiento. La mayoría lo fijará a raíz de su aparatosa caída en Botsuana y su urgente repatriación para ser operado en un hospital de Madrid. Ningún comunicado oficial pudo contrarrestar el terrible impacto que causó la foto de Juan Carlos I junto al cazador y el elefante, un imponente ejemplar de 50 años, cinco toneladas y colmillos de más de un metro de largo. Los españoles, en lo peor de la crisis económica, supieron que el rey participaba en un safari de superlujo junto a su amante Corinna Larsen. En esa fecha, 14 de abril de 2012, coincidiendo con el aniversario de la República, se descubrió el pastel. De nada le sirvió al monarca que días después pronunciase aquellas palabras patéticas: “Lo siento mucho, me he equivocado. No volverá a ocurrir”.

A partir de tan fatídica imagen se acabó la discreción mediática, la comprensión política y la tregua judicial, tal vez amparada en una inmunidad que protegía las cuentas opacas y las aventuras del jefe del Estado. Los historiadores consultarán archivos, informes y documentos para demostrar que la cosa venía de lejos. Tiempo atrás se habían publicado los nombres de algunas de sus amantes, de sus amistades peligrosas y de la corte que le rodeaba en el Palacio de Marivent durante los veraneos de la familia Real en Mallorca. Las imprudentes andanzas del rey eran secretos a voces desde que en junio de 1992, en una de sus escapadas secretas a Suiza, no pudo firmar el nombramiento del nuevo ministro de Exteriores, tras fallecer el anterior titular Francisco Fernández Ordoñez. Como no era la primera vez que desaparecía sin dar cuentas a nadie y ponía en aprietos al Gobierno, el presidente Felipe González se puso de acuerdo con Sabino Fernández Campo, jefe de la Casa del Rey, para darle un escarmiento. El rey está ausente, dijo cuando le preguntaron, dando a entender que, de manera irresponsable, estaba fuera de control y en paradero desconocido. Acto seguido estallaron los rumores que pronto fueron confirmados: se encontraba en Suiza con Marta Gayá, su amante de entonces, cuya fotografía apareció en las portadas de las revistas españolas Época y Tribuna, en la italiana Oggi y la francesa Point de Vue. A pesar de sus frivolidades, el Borbón estaba en plena euforia y aún mantenía su buena imagen de rey campechano, motor del cambio y, sobre todo, defensor de la democracia frente a la intentona golpista del 23-F. Con semejante capital acumulado se sentía impune ¿Qué importancia tenía echar una cana al aire de vez en cuando? Las infidelidades solo le importaban a su desconsolada esposa, la reina Sofía, quien a pesar del sufrimiento no perdía la esperanza de que sentara la cabeza al ver que se iba haciendo mayor.

¿A cuento de qué había que dar un escarmiento al monarca? se preguntarán en este punto los historiadores. Les será fácil comprobar que no eran solo sus líos de faldas lo que traía de cabeza a su entorno. Sabino estaba empeñado en preservar al rey, o más bien a la Corona, de las amistades peligrosas y presuntos comisionistas o testaferros como Manuel Prado y Colón de Carvajal, Simeón de Bulgaria o el príncipe Tchokotua, entre otros de menos renombre. Ya había aconsejado al monarca que devolviese algunos regalos de cierta entidad procedentes de personajes como Javier de la Rosa o Mario Conde. Este último logró intimar con el rey a través de la relación previa que estableció con su padre don Juan de Borbón. El banquero quería hacerse con el poder político y pensó que su cercanía a la Zarzuela sería una buena plataforma, pero Sabino era un obstáculo para sus planes, así que necesitaba desactivarlo. Para lograr su propósito, tuvo la suerte de contar con varias circunstancias fortuitas y providenciales.

Una de ellas fue la aparición de la atractiva periodista británica Selina Scott, que llegó al Palacio de la Zarzuela avalada por Constantino de Grecia, hermano de la reina Sofía, gracias a cuya recomendación logró la gran exclusiva que desde hacía tiempo perseguían muchos de sus colegas españoles. Ese fue uno de los motivos, el agravio a la prensa nacional, por los que Sabino trató, sin éxito alguno, de impedir dicho encuentro. Durante varias semanas, Selina compartió la vida del rey, se paseó de incógnito por las calles de Madrid en su moto Harley Davidson, fue de copiloto en su helicóptero sobrevolando El Escorial, navegó en el yate Fortuna por los alrededores de Mallorca, en definitiva, consiguió todo lo que Sabino intentaba evitar, que el rey apareciese, además de con su proverbial campechanía, complacido, seductor y charlatán ante una profesional competente que le hizo hablar y actuar más de la cuenta. Bravo por la Soctt que se marcó uno de los documentales con más audiencia de la historia de la televisión española.

"A pesar de sus frivolidades, el borbón estaba en plena euforia y aún mantenía su buena imagen de rey campechano, motor del cambio y, sobre todo, defensor de la democracia frente a la intentona golpista del 23-F

La otra circunstancia que actuó sin proponérselo a favor del banquero fue la Corte de Mallorca, es decir, el príncipe Tchokotua y Marta Gayà que lograron hacer a su íntimo amigo José Luis de Vilallonga biógrafo oficial de Juan Carlos I. Una vez más, Sabino se vio en la obligación de advertir al rey, a sabiendas de que le tocaba las narices, su absoluta discrepancia con la elección del autor, al considerarlo inconveniente para tratar ciertos asuntos de Estado. Las conversaciones entre el rey y Vilallonga se grabaron durante varias semanas del invierno del 92 en el despacho de la Zarzuela y el libro se publicó un año más tarde, tras varios intentos de censurar el texto, de modo especial, en lo referente a la versión del rey sobre el intento golpista del 23-F y las alusiones indiscretas a los protagonistas de la rebelión militar. Algo se logró eliminar de la edición española, pero la versión íntegra se publicó en Francia. Aún así, queda mucho por contar, entre otros detalles no menores, la revisión histórica del papel que tuvo Juan Carlos I durante aquellas horas. Existen testimonios tan abundantes que los historiadores tendrán que dedicarle el capítulo más largo.

Para no perder el hilo de la narración, en definitiva, la concomitancia entre Mario Conde, Selina Scott, José Luis de Vilallonga y ciertas confidencias con algunos periodistas fue la gota que colmó el vaso. El inmediato cese de Sabino estaba cantado y tras él aparecieron nuevos episodios de su reinado no menos turbulentos.

Su Alteza Serenísima

Poco tiempo después, la decoradora mallorquina Marta Gayà fue desplazada por la fulgurante aparición de Corinna Larsen, la mujer que cambio la suerte del rey y precipitó su caída en desgracia. Los historiadores marcarán aquí una última etapa sobre la que existe copiosa documentación escrita, escuchas telefónicas, grabaciones clandestinas, testimonios directos, declaraciones judiciales de sus protagonistas e incluso la intervención de los servicios de inteligencia del Ministerio de Defensa. El propio Narcís Serra, ministro de Defensa desde 1982 y vicepresidente de Gobierno hasta 1995, ha declarado que autorizó dispositivos del Centro Superior de Información de la Defensa (CESID) “para ocultar los devaneos de Juan Carlos I cuando era rey”, de lo cual, añadió, “no me arrepiento”. Parecía referirse en este caso al lugar que le facilitaban para los encuentros amorosos con la supervedette Bárbara Rey, que también provocó algún que otro problema en la Zarzuela y fue víctima de un robo y amenazas diversas para evitar que se fuera de la lengua.

Vuelvo a la última pareja estable del rey, que se presentó como la princesa Corinna zu Sayn-Wittgenstein y se hacía llamar Su Alteza Serenísima, utilizando indebidamente el título del aristócrata alemán que fue su segundo exmarido. Los que la conocen bien cuentan de ella cosas poco bonitas, entre otros su primer marido, Philip Adkins, que la define como “una mujer inestable y peligrosa”, “una sociópata narcisista”. El rey Juan Carlos fue advertido por quienes habían elaborado pruebas irrefutables contra Corinna Larsen, de los riesgos a los que se enfrentaba al relacionarse con esta mujer, comisionista de larga trayectoria, pero el monarca estaba tan ciegamente enamorado que nadie le hizo entrar en razón. Ella le organizaba los viajes, le acompañaba en las regatas, actuaba en su nombre ante oligarcas extranjeros e hizo de intermediaria en transacciones con los mandatarios de Rusia, Arabia Saudí y los Emiratos del Golfo. Era tal su poder de seducción que logró que el rey la instalase en la finca de La Angorilla, en un antiguo pabellón de caza fastuosamente rehabilitado, en El Pardo, a escasos kilómetros del Palacio de la Zarzuela. Vivieron juntos durante una larga temporada en este idílico paraje rodeado de gamos, ciervos y jabalíes. Llegó incluso a comunicar al príncipe y a las infantas su intención de casarse con ella. Así iban las cosas en palacio hasta que un buen día a Corinna se le ocurrió organizar el safari para cazar elefantes en Botsuana, cuyo malogrado desenlace precipitó los acontecimientos. A los juancarlistas se les cayó la venda de los ojos y, como en el famoso cuento que popularizó Hans Christian Andersen, El traje nuevo del emperador, vieron por primera vez al rey desnudo.

El resto de la aventura real es sobradamente conocida. El monarca abdicó en su hijo y, tras abrirle la Fiscalía una investigación por su fortuna oculta en el extranjero durante los años de reinado y posteriores, se produjo su salida forzosa hacia los Emiratos Árabes, donde ha fijado su residencia parece que definitivamente. Antes tuvo que pagar deudas pendientes para regularizar su situación con Hacienda. Tras la ruptura con Corinna quiso recuperar los cien millones de dólares, regalo del rey de Arabia Saudí, que había ingresado en la cuenta de su amante. Al ser acusada de blanqueo de dinero, ella dijo que se trataba de una donación irrevocable que el rey le había hecho “por gratitud y por amor” y, desde entonces, prometió “arruinar su reputación”. Y lo logró. Tras su caída en desgracia, el rey emérito ha sorteado las acusaciones judiciales, por motivos de inviolabilidad o prescripción de los presuntos delitos, pero de lo que nunca podrá liberarse es de los deseos de venganza de Corinna Larsen, la mujer que le hundió la vida.

Nativel Preciado (Madrid, 1948) es periodista y escritora. Su dilatada trayectoria ha sido reconocida con los principales premios del periodismo (Francisco Cerecedo, Víctor de la Serna) y la literatura (Planeta, Primavera, Fernando Lara, Azorín)

Los historiadores coincidirán a la hora de establecer el momento precisoen el que el rey Juan Carlos I sufrió el golpe de timón que provocó su posterior hundimiento. La mayoría lo fijará a raíz de su aparatosa caída en Botsuana y su urgente repatriación para ser operado en un hospital de Madrid. Ningún comunicado oficial pudo contrarrestar el terrible impacto que causó la foto de Juan Carlos I junto al cazador y el elefante, un imponente ejemplar de 50 años, cinco toneladas y colmillos de más de un metro de largo. Los españoles, en lo peor de la crisis económica, supieron que el rey participaba en un safari de superlujo junto a su amante Corinna Larsen. En esa fecha, 14 de abril de 2012, coincidiendo con el aniversario de la República, se descubrió el pastel. De nada le sirvió al monarca que días después pronunciase aquellas palabras patéticas: “Lo siento mucho, me he equivocado. No volverá a ocurrir”.

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