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La “contienda atronadora” es más ruido que parálisis: cinco acuerdos entre PSOE y PP en la España de 2024

En el vientre de la ballena

Sara Montero

Gestación subrogada, vientres de alquiler, explotación reproductiva, gestación por sustitución… Hasta en el nombre hay discusión. Las palabras elegidas para definir la práctica por la que una mujer gesta para otra persona o personas, y que se suele formalizar con un contrato, definen el lado en el que estás. En los últimos meses el debate ha saltado a los medios de comunicación después de que este verano unas 20 familias españolas en Kiev (Ucrania) tuvieran problemas para inscribir a los bebés. Pero esta nueva manera de formar una familia tiene muchas implicaciones, desde las biológicas hasta políticas. Esta nueva realidad viene a romper el principio mater sempre certa est por el que hasta ahora se ordenaban la mayoría de las relaciones filiales.

La primera aclaración que debe hacerse es que en España la gestación subrogada ya está regulada. El artículo 10 de la Ley sobre Técnicas de Reproducción Humana Asistida de 2006 declara “nulo de pleno derecho” cualquier contrato de gestación de “una mujer que renuncia a la filiación materna” a favor del contratante. Eso sí, la misma legislación deja a salvo el derecho del padre biológico a reclamar la paternidad, un recurso que utilizan muchas familias. En muchos casos, en la gestación subrogada se usa el semen del padre solicitante y óvulos de su pareja o de una donante. Por tanto, la gestante no aporta material genético.

Lo que abrió la puerta definitivamente a la situación actual fue una instrucción emitida por la Dirección General de Registros y Notariado de 2010 que permitía el registro de estos bebés por parte de los padres, siempre que hubiera una resolución judicial dictada por un tribunal competente del país de origen. Todo, según el documento, para asegurar que se cumpliera el “interés superior del menor” y no se socavasen los derechos de las mujeres.

Aunque no esté permitida este tipo de gestación, se celebran ferias, como Surrofair, para dar a conocer esta práctica. “Es una forma de instrumentalizar el cuerpo de las mujeres como un nuevo nicho de negocio”, asegura María José Guerra Palmero, profesora de Ética y Filosofía Política de la Facultad de Humanidades de la Universidad de La Laguna. La experta remite al llamado Informe Wendel (del Comité de Bioética de España sobre los aspectos éticos y jurídicos de la maternidad subrogada) que recomienda “la nulidad” de este tipo de contratos independientemente del país de origen para evitar “la explotación de las mujeres y la lesión del interés superior de los niños”. Según este documento, el altruismo acaba tornándose imposible en estos casos.

Una historia con polémica

La primera puerta de la maternidad subrogada la abrió la inseminación artificial en la pasada década de los setenta. El fallecido abogado estadounidense Noel Keane se considera uno de los pioneros en establecer este tipo de acuerdos, al redactar el primero en 1976, en Michigan, entre una pareja y una estudiante. Entonces, las madres se buscaban a través de anuncios del periódico. Este letrado fue uno de los primeros en advertir que la subrogación de la maternidad podía ser un jugoso negocio.

Ya entonces se abrieron debates morales que hoy continúan sin resolverse. En este caso, las dudas éticas tomaron forma corpórea bajo el nombre de Baby M en 1986. Todo comenzó cuando el matrimonio Stern, William y Elisabeth, contrató a Mary Beth Whitehead para que gestase el bebé de la pareja tras ser inseminada por él. El problema vino unos días después del parto. Whitehead se arrepintió y decidió reclamar a su bebé. El conflicto acabó en los juzgados y con un final salomónico. El tribunal declaró que Baby M (Melissa para los padres legales, Sara para la madre biológica) se quedaría con los Stern y que Whitehead tendría derecho a visitas. Han pasado más de dos décadas de este mediático caso. La maternidad subrogada se ha colado hoy en la cotidianidad, gracias a los medios de comunicación y a algunas celebrities. Incluso, en algunas series. Los españoles asistieron como espectadores al embarazo de Phoebe, de la venerada serie Friends, que gestó tres bebés para su hermano.

Sin embargo, la realidad en 2018 es muy distinta. Si se hace una panorámica mundial, esta práctica sigue siendo una excepción. Unos pocos países la permiten, entre los que se encuentran Estados Unidos, Canadá, Ucrania, Portugal, Grecia, Georgia, Rusia, México, Tailandia, India, Nepal o Reino Unido, que tiene una de las legislaciones más restrictivas. Los marcos regulatorios son muy distintos y hacen que se genere un “turismo reproductivo” hacia las zonas donde hay menos trabas. Para saber moverse entre legislaciones diferentes, las parejas españolas recurren a agencias como Interfertility, con sede en Madrid y Barcelona. De hecho, esta empresa ha servido de enlace con los testimonios que ofrece este reportaje.

Miguel Ángel lleva preparando su paternidad desde hace años. Pasada la treintena, decidió que quería tener un hijo y acudió a los servicios de adopción de la Comunidad de Madrid a informarse. “Me dijeron que era difícil”, recuerda sobre las dificultades de un hombre que intenta adoptar en solitario. Algún tiempo después, un amigo inició un proceso de gestación subrogada en India y Miguel Ángel, seducido por la idea, comenzó a ahorrar. Hoy espera su primer hijo con una mujer canadiense, que tiene una familia propia.

En su caso, las posibilidades para la subrogación eran limitadas porque no en todos los países aceptan que los padres sean homosexuales. Eligió Canadá por la seguridad que le ofrecía, por el altruismo que se les presupone a las madres y porque el proceso médico era más barato que hacerlo en Estados Unidos. “Desde un principio decidí que quería tener una relación cercana con ella, que vaya más allá del embarazo y del parto. Si quiere, la niña va a tener trato con su gestante”, explica. Miguel Ángel ha reflexionado muchas veces sobre cómo quiere explicarle a su hija sus orígenes: “Creo que tratar las cosas con secretismos lo oscurece todo. Lo más bonito es la verdad”.

En el caso de Canadá, solo se pagan los gastos médicos de la gestante. Pero los acuerdos son complicados porque la propia biología siempre tiene un punto imprevisible. Por eso, se pactan también las posibles complicaciones. “La gente habla de la gestación como si fuera ir a un supermercado”, se queja Miguel Ángel. En su contrato, él exigía ciertos cuidados de la madre, como por ejemplo no montar a caballo durante el embarazo, y establecía que sus padres serían los encargados de cuidar del bebé si él fallece durante el proceso, por citar un par de ejemplos. ¿Y en caso de que el niño naciera, por ejemplo, con malformaciones? “Si hasta la semana 12 se ve alguna anomalía en el bebé, ella puede abortar. A partir de esa semana, yo asumo toda la responsabilidad de lo que ocurra”, aclara.

Para los ciudadanos que quieran tener una opinión formada y busquen contrastar unos testimonios con otros, la primera barrera es evidente: la distancia. Para hablar con las gestantes, hay que salir fuera o hacerlo mediante Skype. Al otro lado de la pantalla del ordenador está Lindsay, una de esas mujeres canadienses que ha prestado su cuerpo para gestar en dos ocasiones, primero a una pareja francesa y después para una de Londres. Ella tiene también hijos propios. Precisamente, la dificultad para quedarse embarazada hizo que se prometiera a sí misma que ayudaría en el futuro a otras parejas si podía gestar. “Sí existe un vínculo fuerte con el bebé, pero yo tenía asumido que lo iba a dar. Lo que quiero es ayudar a otra persona”, cuenta. Su experiencia ha sido positiva y afirma que intentará repetir siempre que su cuerpo se lo permita. Lindsay tiene 35 años.

En Ucrania, sin embargo, existe la compensación económica. Es una realidad que nadie oculta. Se impone el pragmatismo. “Ucrania no tiene el nivel económico de Canadá”, afirma Olga, una gestante ucraniana de 33 años sobre por qué ella eligió la modalidad comercial. En su caso, dio a luz dos niños para una pareja. Ahora ve cómo crecen en Facebook. “En Ucrania sí hay necesidad de dinero. Uno tiene que pensar en su familia y en las necesidades de sus hijos. También supone un desgaste para el cuerpo”, aclara. Se decidió por este proceso porque ella y su marido querían comprarse una casa en Kiev.

En su caso, también coincide en que siempre tuvo claro que los niños que gestaban no eran hijos suyos y había “una pareja que los esperaba muchísimo”. Sin embargo, la razón y las hormonas no siempre van por el mismo lado: “Cuando di a luz, al cuerpo parecía faltarle algo. Quizá fuera por el cambio hormonal, porque te sube la leche…”, explica sobre cómo reaccionó su organismo al comprobar que, pese a que estaba preparado para acogerlo, no había bebé. Ella condensa ese cóctel de sentimientos con las palabras “tristeza del cuerpo”.

Un debate con muchas aristas

En el debate sobre la maternidad subrogada entran en juego muchas sensibilidades. A veces, sus detractoras se encuentran intentando contrarrestar historias personales y argumentos sentimentales con datos y estudios. En España, una parte importante del movimiento feminista se ha movilizado contra los intentos de legalizar esta práctica. La plataforma No Somos Vasijas es una de las más combativas contra esta modalidad que consideran que promueve la “mercantilización” del cuerpo, el tráfico y las “granjas de mujeres”.

Esta división de opiniones se ha trasladado también al seno de los partidos políticos. Solo Ciudadanos ha elaborado un proyecto legislativo para llevarlo al Congreso, por supuesto, plagado de polémica. En su propuesta, negaba el “carácter lucrativo o comercial” de la gestación, pero establecía una “compensación resarcitoria” para cubrir los gastos del proceso y preveía multas para posibles incumplimientos. Cuando la formación naranja dió el paso, obligó al resto de formaciones políticas a posicionarse.

El PSOE es el que mantiene la postura más clara. En las resoluciones de su último Congreso Federal, que marcó las líneas maestras de su acción política, ya alertaba de que el partido “no puede abrazar ninguna práctica que pretenda socavar los derechos de mujeres ni de niñas ni apuntalar la feminización de la pobreza”. De hecho, sentenciaban que “los vientres de alquiler” suponen “una mercantilización de las mujeres”. Esa misma postura se ha trasladado al Gobierno, donde la vicepresidenta y ministra de Igualdad, Carmen Calvo, se ha mostrado como una de las voces más vehementes contra esta práctica.

El Partido Popular tampoco apoyó la propuesta de Ciudadanos, pero aún tiene el debate pendiente tras el ascenso de Pablo Casado al poder y el nuevo posicionamiento del partido. En este asunto, algunos conservadores coinciden con los diputados de izquierdas, aunque por distintos motivos. Aunque las dirigentes de Podemos se hayan pronunciado explícitamente contra la gestación subrogada, el debate interno fue fuerte y desembocó en un documento publicado el pasado mes de febrero en el que se oponían de manera frontal “a la explotación reproductiva de las mujeres”.

“Hay intereses minoritarios y lucrativos. No es muy normal que una práctica que no es legal tenga congresos y ferias”, explica la diputada morada Sofía Castañón. Ella cree que no hay libertad de elección “si para emanciparte y tener una casa has tenido que gestar para otros”. Más allá de su postura política, advierte de los dilemas que abre aceptar los vientres de alquiler. Entre ellos, tratar la gestación como “una técnica de reproducción”, “la sublimación de la maternidad” por encima de todos los demás derechos o “la idea de que la familia se puede adquirir y que se crea a través del poder económico”. Cuando el deseo de ser madre se convierte en un derecho, el siguiente paso es dictar las correspondientes obligaciones, que pueden recaer en las mujeres más pobres. Además, Castañón remarca cómo el propio proceso refuerza la idea patriarcal: “La filiación se la dan al padre y la madre se convierte en adoptante en ese proceso”.

La mistificación de la genética

María Eugenia Rodríguez Palop, profesora titular de Filosofía del Derecho en la Universidad Carlos III de Madrid, es tajante: ni es un derecho, ni hay “una mayoría a favor”, ni hordas de mujeres españolas que quieran gestar de manera altruista. Sin embargo, esta investigadora va más allá y advierte del espíritu conservador de esta nueva forma de crear una familia. “La gestación subrogada es una reproducción ligada a la pervivencia genética. Hay una mistificación del ADN, como en una familia patriarcal al uso”, comenta en referencia a un pensamiento que ya sostenía Aristóteles y Tomás de Aquino sobre la necesidad del hombre de perpetuarse a sí mismo con el útero femenino como vehículo.

Palop ve en la propuesta de Ciudadanos una gestación subrogada de bajo coste más que altruista, que además juega con el “mito de la mujer abnegada”, que presupone que ellas, educadas para satisfacer los deseos de los hombres, quieren pasar por un embarazo y un parto solo por generosidad. “Lo que muestran los hechos es que allí donde no hay compensación, no hay gestantes”, remata.

“¿Por qué consideramos que tiene que ser altruista la gestación subrogada y no le aplicamos el mismo criterio a la donación de óvulos?”, pregunta Consuelo Álvarez, profesora de Antropología Social de la Universidad Complutense. Ahora realiza el estudio Familias, centros de reproducción asistida y donantes: miradas cruzadas para la Universidad, en el que se incluyen casos de maternidad subrogada. La experta cree que hay que ampliar el debate y que es tramposo desvincular la gestación de otros procesos relacionados con la maternidad: “También hay mujeres que dan su leche a otras en los bancos de leche o que cruzan el océano para venir a España a cuidar a los hijos de otras personas, dejando a los suyos en su país”.

Partiendo de que la maternidad es también un constructo social, la antropóloga advierte del riesgo de creer que “los criterios morales y éticos europeos son únicos y aplicables a todo el mundo”. En su caso, por ejemplo, afirma que ha entrevistado a mujeres ucranianas que gestarían para otros, pero que nunca donarían óvulos. La excesiva importancia que le damos a la gestación tiene una razón cultural.“Desde que se concibe, proyectamos un proceso de antropomorfización en los embriones. Es interesante porque esas emociones protegen al nuevo sujeto, pero también condicionan mucho a las mujeres”, explica sobre por qué a muchas les parece impensable que una madre pueda entregar al bebé. “La mayoría tienen hijos y quieren darles una vida mejor”, concluye.

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La discusión está muy lejos de estar cerrada y el pulso entre partidarias y detractoras continúa tenso. Muchas creen que este es uno de los grandes debates de la cuarta ola feminista.

*Este artículo está publicado en el número de noviembre de tintaLibre. Puedes consultar todos los contenidos de la revista haciendo clic aquí. aquí

 

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