En la era digital, las redes sociales, los medios de comunicación y la tecnología nos brindan la percepción de que estamos más informados y que tenemos mayor libertad de expresión que nunca. A través de las plataformas digitales podemos compartir nuestras ideas, opiniones y experiencias con un alcance global instantáneo. Sin embargo, esta aparente libertad de expresión también plantea interrogantes y desafíos. Casi cualquier persona con acceso a internet puede dar su visión del mundo o ser partícipe de debates, lo que aumenta la diversidad de voces y perspectivas. Pero, al mismo tiempo la era digital ha planteado preocupaciones sobre la calidad y la veracidad de la información. La proliferación de noticias falsas y la desinformación han generado debates sobre los límites de la libertad de expresión y la responsabilidad de las plataformas digitales en la difusión de contenido engañoso.
La reflexión sobre la libertad de expresión despierta gran interés en el contexto actual. Sin embargo, este debate perdura desde hace siglos. Concretamente en el siglo XIX encontramos las aportaciones de John Stuart Mill. Este filósofo utilitarista creía que la libertad de expresión era esencial para el bienestar general de la sociedad, al mismo tiempo que era necesaria para el desarrollo de la verdad y la democracia. Consideraba que el fin último del debate público y de la conversación era llegar a la verdad, y es que “esta (la verdad) surge del debate público, no viene de un dogma”, explica , a infoLibre Silvio Waisbord, profesor en la Escuela de Medios y Asuntos Públicos en la Universidad George Washington.
Si el filósofo levantara la cabeza...
En su línea utilitarista, Stuart Mill estaba seguro de que para la sociedad “es más útil que las personas puedan expresarse libremente y no se silencie ninguna opinión”. Así lo explica Fernando de los Santos Menéndez, profesor de Filosofía del Derecho de la Universidad Autónoma de Madrid, quien también recuerda que “lo que es verdadero o falso, lo que es correcto o incorrecto en términos morales no está escrito en ninguna parte salvo para quienes tienen una fe y creen en los textos sagrados”, de ahí la importancia de intercambiar opiniones y conocer distintas visiones sobre un mismo tema.
De los Santos Menéndez ve en este pensamiento cierta actualidad, pues “viviendo en la sociedad pluralista en la que vivimos, en la que cada cual tiene sus propias creencias, si queremos indagar y evaluar nuestras propias ideas necesitamos hablar con otras personas". "Es el único mecanismo que tenemos", añade. Y es que intercambiando nuestras experiencias y opiniones podemos encontrarnos con nuevas perspectivas o con argumentos en los que no habíamos pensado.
Las redes, un laboratorio para poner a prueba a Stuart Mill
En las redes sociales este intercambio se produce continuamente. De hecho, podrían ser un buen método a través del cual seguir los consejos de Stuart Mill. Fernando de los Santos Menéndez cree que el filósofo haría advertiría de la importancia de que estas plataformas “no refuercen tus propios sesgos”, usándolas para confrontar opiniones. Ve un problema en el algoritmo, que “te muestra aquello con lo que ya estás de acuerdo”, cuando “lo interesante es lo diferente a tu pensamiento”.
Con algo de imaginación, podríamos visualizar a Stuart Mill animándonos a leer a los trolls de Twitter, ya que al enfrentarnos a ideas con las que no estamos cómodos “podemos ver las objeciones que no nos habíamos planteado, rebatir otras opiniones con argumentos y reforzarnos en nuestra opinión o aceptar al contrario y cambiar de parecer”, según explica De los Santos Menéndez. Esto solo lo podemos hacer si estamos en contacto con aquello que nos incomoda y reflexionamos sobre lo que nos puede aportar.
La racionalidad antes y ahora
Sin embargo, está claro que en las redes sociales no siempre triunfa el debate pacífico y el respeto: los insultos son parte del día a día. De hecho, Ricardo Cueva Fernández, profesor de Filosofía en la Universidad Autónoma de Madrid, explica cómo el filósofo pensaba que “aquellos que expresan opiniones eran personas relativamente bien formadas y educadas”, algo que no siempre se cumple en estas plataformas. Por ello cree que Stuart Mill ante estos “fenómenos sería bastante precavido, porque incitan a la irracionalidad tal como él entendía la racionalidad”.
Esto también nos hace reflexionar sobre los límites que tendrían que marcarse en las redes sociales, tratando de dibujar una línea entre lo que es libertad de expresión y lo que simplemente son faltas de respeto. Sobre esto también pensó Stuart Mill. Como explica la filósofa Marta Bisbal Torres, el pensador “admite la restricción de la libertad si se daña a otra persona”. De los Santos Menéndez está de acuerdo, y señala que lo que sí aceptaría censurar Stuart Mill son aquellas “ideas que consisten en generar un daño a otras personas y tienen la capacidad de movilizar o incitar ataques a determinados colectivos o cuando se estigmatiza de tal manera a un grupo que se les pone en riesgo”.
Límites Vs censura
Ver másLas redes sociales ya viven en un mundo butleriano, ¿y 'nosotres'?
El autor marca una gran diferencia entre los límites a la libertad de expresión porque perjudican a las personas y la censura. Como explica Bisbal Torres, Stuart Mill consideraba que “el ser humano es racional y tiene la capacidad para elegir entre distintas posibilidades”, por lo que debía “tener acceso a todas las opiniones e ideas, de forma que él mismo pueda elegir libremente qué se acerca más a la verdad”. Censurar algunas posturas sería injusto para la sociedad, ya que no se estaría permitiendo contrastar y conocer distintas visiones. “La defensa de la libertad de expresión que hace Mill tiene sentido en la medida en que contribuye a conocer la verdad, no a imponer una determinada verdad. A menudo las verdades impuestas se mantienen porque se utiliza la censura para acallar las opiniones contrarias”, añade Bisbal Torres.
Stuart Mill no quería censurar ninguna opinión, seguro como estaba de que de la verdad finalmente triunfaría y que todas las opiniones podían contribuir a lograr esta verdad. Sin embargo, Silvio Waisbord cree que este tipo de pensamiento no es aplicable a la “realidad digital actual”. Y es que hoy en día hay una serie de peligros que el filósofo no podría haber imaginado. “El mejor argumento no siempre es el que resulta”, lamenta Waisbord, “los malos argumentos que no están basados en la verdad tienen consecuencias negativas”, y muchas veces un argumento falso cala mucho más en la sociedad que uno verdadero, y aunque este se rebata el efecto no llega a ser el mismo.
Waisbord también apunta que, mientras que Stuart Mill pensaba que el fin último de la conversación pública era la búsqueda de la verdad, en la actualidad muchos discursos tienen como objetivo influir, discutir, condicionar… De esta manera, aunque los de este filósofo siguen siendo “principios válidos para pensar la libertad de expresión hoy en día”, hay que tener en cuenta la parte “idealista” de su pensamiento y las diferencias que hay entre su época y el escenario actual. Ricardo Cueva Fernández tiene claro que si Stuart Mill aún viviera se asustaría, pues mientras que él temía que el Estado controlara la opinión pública, hoy en día nos enfrentamos a problemas más complicados como “el poder del sector privado” o “algunos monopolios mediáticos”.
En la era digital, las redes sociales, los medios de comunicación y la tecnología nos brindan la percepción de que estamos más informados y que tenemos mayor libertad de expresión que nunca. A través de las plataformas digitales podemos compartir nuestras ideas, opiniones y experiencias con un alcance global instantáneo. Sin embargo, esta aparente libertad de expresión también plantea interrogantes y desafíos. Casi cualquier persona con acceso a internet puede dar su visión del mundo o ser partícipe de debates, lo que aumenta la diversidad de voces y perspectivas. Pero, al mismo tiempo la era digital ha planteado preocupaciones sobre la calidad y la veracidad de la información. La proliferación de noticias falsas y la desinformación han generado debates sobre los límites de la libertad de expresión y la responsabilidad de las plataformas digitales en la difusión de contenido engañoso.