La entrada de Suecia este jueves -y de Finlandia el año pasado- en la OTAN puede verse como una mera ampliación de 30 a 32 países, pero su impacto cambia los equilibrios de poder militar en el norte del continente y por ende en toda la OTAN y la Unión Europea, pues ambos países son ya miembros de las dos organizaciones. Temerosas de una Rusia expansionista, tras el ataque de Moscú a Ucrania pidieron entrar en la Alianza Atlántica. Finlandia lo hizo el año pasado, pero la adhesión de Suecia fue retrasada hasta ahora por Turquía y finalmente por Hungría. Los dos tuvieron que ceder por la presión de Bruselas y de Washington.
El primer efecto evidente es que el Báltico pasa a ser prácticamente “el lago de la OTAN”. Todos los países ribereños, excepto Rusia, son miembros de la Unión Europea y de la Alianza Atlántica. Y Rusia apenas tiene una pequeña salida a ese mar en San Petersburgo y el militarizado, pero aislado, enclave de Kaliningrado, una reliquia de la Guerra Fría entre Polonia y Lituania. El Báltico es clave para la flota rusa, pues hacia Occidente sólo puede salir por ahí, por los puertos del Ártico que pueden helarse durante meses y por el Mar Negro, cuya salida controla Turquía, miembro de la OTAN. Y aunque los tratados internacionales obligan a los turcos a permitir la navegación libremente por esa vía, no lo hacen si se trata de buques militares, que necesitan permiso turco.
El Báltico ya no será el mar compartido de la Guerra Fría, cuando sus orillas se repartían entre la OTAN (Dinamarca y Alemania occidental), el Pacto de Varsovia (Alemania oriental, Polonia, la Unión Soviética) y países neutrales (Finlandia y Suecia).
La entrada de Suecia da además a la OTAN el control de Gotland, la isla sueca en el centro del Báltico, una especie de portaaviones gigante insumergible y apenas poblado que es militarmente estratégico. Quien controla esa isla tiene controlado el paso por el sur del Báltico y puede amenazar Kaliningrado, que pasa de ser un activo a una vulnerabilidad para los rusos.
Suecia es una potencia militar considerable en proporción a sus 10,4 millones de habitantes. En 2017 restableció el servicio militar obligatorio (para chicas y chicos) y su presupuesto de Defensa ha ido subiendo desde el 1,26% de 2021 hasta superar este año el 2%, el nivel mínimo que aconseja la OTAN. Tiene 50.000 soldados, aunque sólo la mitad son profesionales a tiempo completo y la otra mitad son reservistas. Pero el país aporta sobre todo una industria militar de las más completas y modernas de Europa y produce su propio material militar y para la exportación, como los aviones de combate Gripen, submarinos y corbetas. En aguas del Ártico tiene una flota naval cercana a Rusia.
La entrada de Finlandia y Suecia da además un respiro a los bálticos, porque permite a la OTAN tener profundidad estratégica y continua en Escandinavia. Si Rusia atacara los países bálticos sería muy difícil detener su avance y una ocupación al menos temporal, pero el contraataque ya no tendría que ser únicamente desde el mar porque Finlandia y Suecia proveerían bases aéreas esenciales.
Además, los 1.340 kilómetros de frontera terrestre entre Finlandia y Rusia (linde que prácticamente dobla la longitud de la frontera terrestre que había hasta ahora entre Rusia y la OTAN) generan una amenaza en los dos sentidos. Para la OTAN es un desafío su defensa, pero si Rusia ataca a los bálticos (que es lo que temen todas las diplomacias europeas) tendría al norte un agujero imposible de defender por la frontera finlandesa.
Suecia y Finlandia ayudan además a la OTAN a reforzar su presencia en el Ártico, que ya controlaba en parte gracias a Canadá, Estados Unidos y Noruega. La importancia de la región es cada vez mayor porque, a pesar de las preocupaciones medioambientales, puede ser fuente de hidrocarburos y porque el cambio climático abrió la ruta navegable hacia China por el norte, más corta que por el Canal de Suez y el sur de Asia.
La adhesión de Finlandia a la OTAN, hace un año, fue un giro de 180 grados en su política de Defensa y Seguridad. El país, que resistió militarmente a la Unión Soviética en los años 30 del siglo pasado, aunque tuvo que ceder su región de Carelia, fue forzado por las grandes potencias a mantenerse neutral durante toda la Guerra Fría.
Moscú no atacó a Finlandia a cambio de que esta no entrara en las estructuras occidentales: la OTAN y la por entonces llamada Comunidad Económica Europea. Las potencias occidentales aceptaron ese pacto de caballeros, que se tomó sin que los finlandeses pudieran decidir por su cuenta. Esa neutralidad no fue voluntaria sino una forma de evitar ser objetivo militar soviético.
El fin de la Guerra Fría llevó a Finlandia a unirse en 1994 a la Unión Europea, pero se mantuvo alejada de la OTAN. Los partidos de derechas estaban a favor y los de izquierda en contra, mientras la población estaba dividida.
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El ataque ruso contra Ucrania hizo que la inmensa mayoría del arco parlamentario y la gran mayoría de la población cambiaran de idea y vieran con buenos ojos el ingreso en la Alianza Atlántica. Una primera ministra socialista, Sanna Marin, fue la responsable de recorrer el camino de la adhesión, que duró menos de un año.
Finlandia no llegó con las manos vacías y como dijo hace dos años su entonces ministra de Exteriores Tytti Tuppurainen, el país pretende ser “un recurso, no una carga”. Con apenas 5,5 millones de habitantes y 12.000 soldados profesionales, tiene a 870.000 personas en la reserva que han recibido formación militar y puede movilizar inmediatamente a 280.000. Su capacidad artillera, necesaria para defender una frontera terrestre con Rusia que supera los 1.300 kilómetros, es de las mayores de Europa.
Su Marina está especializada en operar en el Báltico y en el Ártico y tiene una Fuerza Área muy potente para el tamaño y la economía del país. En diciembre de 2021 encargó a Estados Unidos 64 aviones de combate F-35 para reforzar y modernizar su Fuerza Aérea. El país gasta ya más del 2,5% del PIB en Defensa. El doble que España.
La entrada de Suecia este jueves -y de Finlandia el año pasado- en la OTAN puede verse como una mera ampliación de 30 a 32 países, pero su impacto cambia los equilibrios de poder militar en el norte del continente y por ende en toda la OTAN y la Unión Europea, pues ambos países son ya miembros de las dos organizaciones. Temerosas de una Rusia expansionista, tras el ataque de Moscú a Ucrania pidieron entrar en la Alianza Atlántica. Finlandia lo hizo el año pasado, pero la adhesión de Suecia fue retrasada hasta ahora por Turquía y finalmente por Hungría. Los dos tuvieron que ceder por la presión de Bruselas y de Washington.