¿Qué pasó?
Aquel caluroso día de septiembre se quedó grabado a fuego en la memoria de millones de personas. Nueva York acababa de quitarse las legañas cuando un avión comercial embistió la torre norte del World Trade Center provocando una enorme bola de fuego. Cámaras de diferentes medios de comunicación se desplazaron a la zona y comenzaron a retransmitir en directo. Un cuarto de hora más tarde, con todos los focos puestos sobre el edificio, ciudadanos de todo el mundo pudieron ver en la pequeña pantalla cómo un segundo aparato embestía la torre sur. Se disipaba la duda: no era un accidente aéreo, Estados Unidos estaba sufriendo el mayor ataque terrorista de su historia.
A estos dos primeros ataques, hay que añadir el de un tercer avión que fue estrellado deliberadamente contra el Pentágono y el de un cuarto aparato, secuestrado y pilotado en dirección al Capitolio o La Casa Blanca, según se indicó en la página 14 del informe elaborado a posteriori por la Comisión del 11-S. Sin embargo, esta última aeronave no consiguió alcanzar su objetivo y se precipitó sobre una zona campestre de Pensilvania.
¿Cuándo pasó?
El primero de los ataques se produjo pasadas las nueve menos cuarto de la mañana de aquel 11 de septiembre de 2001. Un boing 767 con 92 personas a bordo de la compañía American Airlines se estrelló, ante la incrédula mirada de los neoyorquinos que se desplazaban a sus respectivos puestos de trabajo, en la torre norte del World Trade Center. Diez minutos antes, la Administración Federal Aeronáutica (FAA, por sus siglas en inglés) había alertado al Mando de Defensa Aérea de América del Norte (NORAD, por sus siglas en inglés) de las sospechas de secuestro de la aeronave.
Cámaras de televisión de un gran número de medios de comunicación se desplazaron al lugar de los hechos. Antes de que la ciudadanía estadounidense, y mundial, pudiese digerir la imagen de la enorme bola de fuego y de la densa columna de humo que cubría Manhattan tras el impacto, otro aparato, con una diferencia de veinte minutos del primero, se incrustaba en la torre sur en riguroso directo televisivo. La FAA alertó a la NORAD unos segundos después de la sospecha del secuestro de ese boing 767 de United Airlines en el que viajaban 65 personas. Ambas torres se derrumbaron en poco más de una hora. El poder económico de EE UU había sido atacado por un elemento, hasta ese momento, completamente desconocido e infravalorado.
De forma perfectamente coordinada, y después de que el entonces presidente de Estados Unidos, George W. Bush, pronunciase un discurso desde la escuela primaria en la que se encontraba de visita, en el estado de Florida, un tercer avión de American Airlines, del que también existían sospechas de secuestro, embiste, pasadas las nueve y media de la mañana, el símbolo del poder militar estadounidense: el Pentágono. En diez minutos, el Congreso y la Casa Blanca son completamente evacuados ante la amenaza de un nuevo ataque.
Finalmente, los atentados del 11-S se cerraron cuando una cuarta aeronave de United Airlines, de la que tenían la certeza de haber sido secuestrada —algunos pasajeros del avión contactaron con sus familiares durante el trayecto—, cayó en campo abierto en Pensilvania. Aunque se desconoce el destino de este cuarto vuelo, algunas estimaciones consideraron que podía dirigirse al Capitolio o la Casa Blanca, el poder político estadounidense. La versión oficial aseguraba que los pasajeros del vuelo, armados de heroico patriotismo americano, se habrían levantado contra los secuestradores haciendo que estos perdiesen el control del aparato.
La masacre en suelo estadounidense se saldó con 3.000 muertos, entre ellos las 19 personas identificadas por las autoridades como los terroristas —tres equipos de cinco y uno de cuatro en los aviones—, y en torno a 6.000 heridos. El mayor atentado terrorista de la historia.
¿Quiénes fueron los protagonistas?
Después de un día ajetreado, Bush, el entonces presidente por el Partido Republicano, se dirigió al país en un mensaje televisado: “Hoy, nuestros conciudadanos, nuestra forma de vida, nuestra libertad, fueron atacados en una serie de actos terroristas deliberados y mortales”, pronunció sin apartar la mirada de las cámaras con semblante serio desde el Despacho Oval de la Casa Blanca. Durante los casi cinco minutos de intervención, Bush dejo claro que su ejército “es poderoso y está preparado”, como preludio de lo que posteriormente sería calificado como “guerra contra el terrorismo”. Horas antes, el jefe del Ejecutivo se encontraba en una escuela de Florida en el momento en el que recibió la noticia de boca de su jefe de gabinete. Sin embargo, continuó con el acto, algo por lo que fue muy criticado en las horas posteriores a los atentados.
Así, las pesquisas de la inteligencia estadounidense y el FBI revelaron que el país se enfrentaba a un enemigo completamente desconocido y nada definido, diluido en forma de organización terrorista y sin apoyos —al menos de forma clara— de ningún país: Al Qaeda. Fundada por el saudí Osama Bin Laden, el grupo terrorista, que gozaba de brazos armados a lo largo de Asia y África —Al Qaeda en la Península Arábiga (AQPA), Al Qaeda en Irak (AQI), Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI)– contaba con el apoyo de los talibanes afganos, motivo que adujo EE.UU a la hora de invadir Afganistán un mes después de los ataques.
¿Qué fue de sus protagonistas?
Después de la “guerra contra el terrorismo” en Afganistán y la posterior invasión de Irak –en la que participaron más de una quincena de países, entre los que se encontraba España–, el presidente Bush, tras permanecer dos legislaturas al frente de la Casa Blanca, abandonó el Gobierno en unas elecciones presidenciales en las que se impuso el candidato demócrata Barack Obama. Desde su salida del Ejecutivo, el expresidente ha aparecido públicamente en contadas ocasiones.
Al Qaeda, por su parte, ha quedado relegada a un segundo plano en el ámbito del terrorismo internacional. La expansión del autoproclamado Estado Islámico (anteriormente AQI) a lo largo de Siria e Irak, pero sobre todo sus mediáticas ejecuciones grabadas y difundidas en las redes sociales, ha provocado que la causante de miles de muertes aquel 11 de septiembre haya perdido la batalla más importante para una organización terrorista: la de la presencia en los medios de comunicación.
Tras el asesinato de Osama Ben Laden el 1 de mayo de 2011 en Abbottabad (Pakistán) —un país que desde los atentados colaboró, o eso parecía, estrechamente con Estados Unidos para encontrar al líder del grupo terrorista— a manos de un equipo de operaciones especiales estadounidense, Al Qaeda se encuentra en sus horas más bajas y liderada por el egipcio Ayman al Zawahiri.
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¿Por qué fue importante?
Los atentados del 11 de septiembre supusieron un punto de inflexión en la concepción que se tenía entonces del terrorismo. Los pequeños grupos terroristas que atentaban en sus países de origen dieron paso a organizaciones terroristas internacionales, con brazos armados en diferentes Estados y pequeños grupúsculos o personas afines a título individual —lo que se define como “lobos solitarios”—, dispuestos a sembrar el terror en todo el mundo. El terrorismo comenzó, con Al Qaeda, a organizarse como una auténtica red de franquicias.
Los ataques en EE UU y el comienzo de la guerra en suelo afgano llevaron al entonces Ejecutivo estadounidense a tomar una decisión que todavía genera polémica en el país: la creación de una prisión en la base militar de Guantánamo (Cuba) y la apertura de numerosos centros clandestinos de detención de la CIA en Oriente Medio y el norte de África donde se han denunciado torturas de todo tipo. En diciembre de 2014, el Comité de Inteligencia del Senado estadounidense emitió un contundente informe sobre estas prácticas.
¿Qué pasó?