Domingo 3 de marzo de 1996. José María Aznar había ganado las elecciones generales. El líder del Partido Popular se dirigió desde el balcón de Génova a miles de simpatizantes con un discurso en el que los protagonistas eran sus votantes: “El PP ha ganado las elecciones. Habéis triunfado después de muchos años y de un modo limpio, democrático y ejemplar como hay que hacer las cosas”. “¡'Pujol, enano, habla castellano'!”, respondió la multitud en referencia al entonces president de la Generalitat. Aquel estudiante de Derecho que había comenzado su andadura en la política en las filas de Alianza Popular iba camino de convertirse en el cuarto presidente desde el regreso de la democracia a este país, pero sus 156 escaños no eran suficientes para llevarlo a la Moncloa. Necesitaba recabar apoyos. Empezaba así una carrera a contrarreloj para formar Gobierno.
Meses antes, las tensiones entre el PSOE e Izquierda Unida (IU) se habían hecho patentes. Julio Anguita había dejado claro que las posibilidades de un pacto entre su partido y el de Felipe González eran “mínimas”. El coordinador general de IU había repetido en reiteradas ocasiones que la única posibilidad de llegar a un acuerdo entre ambas formaciones sería “regenerando” a los socialistas, pero sentenció: "Es poco probable que el Partido Socialista se regenere si González continúa en el mismo". Nunca llegaron a entenderse a pesar de que podrían completar la mayoría que necesitaban con nacionalistas vascos y catalanes.
La noche electoral, en Barcelona, Jordi Pujol miraba una y otra vez los resultados. Habían sido moderadamente buenos para Convergència i Unió (CiU), con 16 parlamentarios, uno menos que en los anteriores comicios. Pero esos 16 diputados valían ahora mucho. Sabía que iba recibir tarde o temprano la llamada de Aznar. “Estos 16 diputados son importantes y nos van a permitir poder defender eficazmente nuestro proyecto de Cataluña dentro del marco del Estado español (...), pero especialmente en el campo económico y social”, dijo rodeado de periodistas en una rueda de prensa. Y así fue. Los equipos negociadores de ambos partidos se pusieron manos a la obra en la búsqueda de una hoja de ruta común. Y es que Aznar no tenía más remedio que sentarse con los nacionalistas catalanes. El Partido Socialista, evidentemente, ya había anunciado que votaría “no” en su investidura. El recelo mutuo que ambos líderes habían sentido en el pasado auguraba un acuerdo complicado. Mientras tanto, el candidato conservador lanzaba mensajes conciliadores delante de la prensa. Uno de los más destacados fue cuando un periodista de TV3 le preguntó “¿Habla usted catalán?”, a lo que este le respondió: “Cuando estoy en círculos reducidos, no muy amplios, en la intimidad, lo hablo también”.
El 27 de marzo Federico Trillo-Figueroa (PP) fue elegido presidente del Congreso de los Diputados con 179 votos. Tres días después, conservadores y convergentes pactaron la composición de la mesa de las dos cámaras. El 1 de abril, Pujol autorizaba a su portavoz en Madrid, Joaquim Molins, a negociar con Rodrigo Rato. Pero a diferencia del acuerdo con los socialistas en el año 93, esta vez desde CiU exigían un pacto detallado y por escrito, donde planteaban una serie de reivindicaciones que González había desestimado. Entre ellas, modificar la financiación autonómica (elevar del 15% al 30% la cesión del impuesto sobre la renta [IRPF]), suprimir el servicio militar obligatorio en un plazo de seis años, sustituir los gobernadores civiles por subdelegados provinciales, así como ceder a la Generalitat competencias de Tráfico, Puertos, Costas y ordenación del suelo. Paralelamente, el 4 de abril Coalición Canaria anunciaba que sus cuatro diputados apoyarían la investidura de Aznar después de un pacto de legislatura que le otorgaba más autogobierno a las islas. Mariano Rajoy fue uno de los actores clave en la negociación.
La reunión que duró casi 8 horas
El 24 de abril el presidente catalán y el líder del PP tuvieron una reunión discreta. Al día siguiente, el grupo de intermediarios de ambas formaciones se encerraron durante más de siete horas y media en una suite de la novena planta del hotel Plaza en Barcelona. Un avión de vuelta a Madrid trasladó a los catalanes al día siguiente al hotel Alameda para seguir con las negociaciones. Durante el encuentro las tensiones subieron de tono. La reunión se alargaba y los convergentes tenían que coger el último vuelo en dirección Barcelona. Hombres trajeados subían y bajaban las escaleras para llamar a Aznar e informarle de cómo avanzaban las conversaciones. Había problemas en trasladar al papel lo acordado de palabra. Finalmente, no llegaron a un acuerdo por falta de tiempo y lo pospusieron para el día siguiente.
Era 26 de abril, habían pasado 54 días desde la celebración de las elecciones y el pacto estaba a punto de fraguarse. Desde la sede de Convergencia en el paseo de Gràcia de Barcelona, ambas delegaciones —la del PP formada por Rodrigo Rato y Juan Costa y la de CiU, por Joaquim Molins, Macià Alavedra y Josep Sánchez Llibre— se negaron a explicar el contenido del pacto y se limitaron a hacer una declaración pública sin aceptar preguntas de los periodistas. Según Rato se trataba "de colaboración política y parlamentaria". Para Molins habían alcanzado un acuerdo “de investidura y de gobernabilidad". Los consejos nacionales de Convergència Democrática y de Unió Democrática habían sido convocados de manera urgente al día siguiente, el comité ejecutivo del PP también se reuniría el domingo por la mañana.
Después de siete semanas y medio de negociaciones y tres encuentros secretos, llegó la foto más esperada. Aznar y Pujol se dejaron ver por primera vez en público. Era el 28 de abril. El Hotel Majestic de Barcelona estaba atestado de cámaras, fotógrafos y periodistas con micrófonos. La expectación fue tan grande que tuvieron que hacer tres turnos para captar el momento de los dos políticos dándose la mano. De fondo se escuchan gritos que decían: “¡La mano por favor!”. Sobre el papel de 18 folios había escritos 400.000 millones de pesetas que serían transferidos en los próximos cuatro años a Cataluña. La prensa no tardó en bautizar aquel encuentro como el Pacto del Majestic.
Turno de los nacionalistas vascos
Y si la foto Aznar-Pujol abrió portadas, la frase pronunciada por el presidente del PNV, Xavier Arzalluz, el día que pisó por primera vez la sede madrileña en el marco de las negociaciones para formar gobierno, abrió titulares: “He conseguido más en 14 días con Aznar que en 13 años con Felipe González”. Su presencia en la calle Génova aquel martes 30 de abril despertó un gran interés entre los periodistas allí presentes. Arzalluz hizo gran parte de su intervención en euskera y uno de ellos le preguntó si sabía dónde estaba. Iñaki Anasagasti, ex portavoz del PNV en el Congreso de los Diputados, explicó en una entrevista en La Vanguardia que la respuesta de su compañero fue: ‘Esto de aquí detrás son las gaviotas del PP, y este edificio, la sede del PP en la calle Génova. ¿No es así? ¿Usted cree que no sé con quién estoy pactando?’.
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El acuerdo se cerró a cambio de mayores competencias para el País Vasco, medidas específicas como el surgimiento de la operadora vasca de telefonía Euskaltel, así como la devolución del patrimonio histórico incautado durante la Guerra Civil. El propio Aznar llegó a plantear el traslado del Guernica de Picasso a Bilbao, lugar donde nació su padre. Aunque en el imaginario colectivo quedó el recuerdo que los votos del PNV fueron claves para la investidura de Aznar, lo cierto fue que a estas alturas de las negociaciones el pacto cerrado con CiU y Coalición Canaria le garantizaba a los conservadores los apoyos suficientes para obtener la mayoría absoluta de la Cámara. Pero el intermediario del PP encargado de entablar los encuentros con los jeltzales, Jaime Mayor Oreja, sabía que detrás había más cuestiones de fondo. Contar con el apoyo de los peneuvistas sería clave ante un escenario de negociación con ETA, además les permitió condicionar el acuerdo con CiU sobre todo al principio de las conversaciones, una vez se habían celebrado las elecciones. Para los convergentes tenía valor que sus homólogos en el País Vasco estuvieran también en el pacto.
La votación final
El 4 de mayo, día de la votación de la investidura, Aznar con unos papeles bajo el hombro subía las escaleras de la tribuna para pronunciar su primer discurso. El candidato prometía un gobierno dialogante, austero, transparente y reformista. “Avanzando juntos, reconociendo nuestro pluralismo y diversidad, respetándolo, logrando acuerdos inteligentes, actuando con lealtad a la Constitución España podrá afrontar los problemas que tiene planteados (...) señores y señoras diputados para tales propósitos solicito la confianza de la Cámara”, articuló entre aplausos. El ambiente era relajado. Felipe González prometió su apoyo en cuestiones de Estado, pero su insistencia en conocer el coste de los pactos entre conservadores y nacionalistas provocó un breve rifirrafe. Con 181 votos a favor, 166 en contra y una abstención, José María Aznar consiguió que su apretada victoria electoral se convirtiera en una mayoría absoluta en el hemiciclo.
Domingo 3 de marzo de 1996. José María Aznar había ganado las elecciones generales. El líder del Partido Popular se dirigió desde el balcón de Génova a miles de simpatizantes con un discurso en el que los protagonistas eran sus votantes: “El PP ha ganado las elecciones. Habéis triunfado después de muchos años y de un modo limpio, democrático y ejemplar como hay que hacer las cosas”. “¡'Pujol, enano, habla castellano'!”, respondió la multitud en referencia al entonces president de la Generalitat. Aquel estudiante de Derecho que había comenzado su andadura en la política en las filas de Alianza Popular iba camino de convertirse en el cuarto presidente desde el regreso de la democracia a este país, pero sus 156 escaños no eran suficientes para llevarlo a la Moncloa. Necesitaba recabar apoyos. Empezaba así una carrera a contrarreloj para formar Gobierno.