No soy un loco
Alvise Pérez,
La Razón, 21 de abril de 2021
En los primeros años noventa, cuando el felipismo agonizaba, un señor mayor, con una reproducción del Guernica en la mano, encaraba a los visitantes al Reina Sofía ofreciendo una interpretación peculiar del cuadro: “¿Le explico el Picasso? Nada que ver con Guernica. El socialismo no deja [sic]”.
En un artículo de Cuadernos Hispanoamericanos, la escritora Ana Basualdo cuenta que Saturnino Soria, un jubilado, intentaba explicar que el origen del cuadro se encontraba en otra obra, Los horrores de la guerra, de Rubens, teoría que había conocido a través del texto de un profesor murciano. Inquisidor, Saturnino, cuenta Basualdo, señalaba a la gente joven que entraba a ver la obra de Joseph Beuys: “Son cristianos nuevos, socialistas, taimados”.
En mi primer viaje a Madrid, a finales de los años ochenta, lo vi por primera vez en la puerta del Casón del Buen Retiro, donde aún estaba el Guernica. Allí había comenzado su cruzada, su cátedra iluminadora y fue, además, donde, siendo empleado del museo, tomó contacto con aquella curiosa interpretación que le cambió la vida hasta el final de sus días. Como vigilante de sala del Prado, asumió espontáneamente el rol de guía para explicar a todo visitante que se acercaba al Guernica su teoría. Cuando la situación se hizo insostenible, lo despidieron. Pero el oscurantismo no consiguió detener a Soria, quien primero se instaló en la puerta del Casón del Buen Retiro para trasladarse luego, siguiendo al cuadro hasta las escaleras del Reina Sofía donde el tiempo, lentamente, lo disolvió.
Las ocurrencias de Alvise Pérez en Ciudadanos también son singulares como las de Saturnino Soria, compartiendo incluso la misma aversión por los socialistas. Después de iniciarse en política en UPyD, el partido de Rosa Diez, en 2012 se trasladó a Leeds para olvidarse de esa experiencia y afiliarse a los Liberal Democrats, ostentando el hecho de ser el primer español que se convirtió en delegado del Liberal Youth. La organización juvenil tiene un medio digital, libel, donde Pérez publicó una autoentrevista en la que cuenta banalidades como llevar “sangría Don Simón y tortilla de patatas a cada reunión” y declarar que allí a un español le “basta ser demócrata y tener la certeza de que la democracia es un verbo que debe conjugarse [sic]. En base a esto, vemos qué organizaciones coinciden mejor con nuestras opiniones, y colaboramos. Algo que muchos españoles y otras minorías hacen ya por todo el país [Reino Unido]”. Como se puede leer, Pérez aún padecía la enfermedad infantil de los libertarios. Faltaba muy poco para dejar atrás la pubertad.
Alvise fue útil para hacer crecer la espuma de Ciudadanos, cuya dirección fue incapaz de pensar a largo plazo y fracasó a corto
En 2017 Toni Cantó aún era diputado en el Congreso, pero ya estaba preparando su aterrizaje en Valencia donde pretendía disputar la Generalitat a Ximo Puig y Mónica Oltra. Cantó mantuvo un encuentro con Pérez y no dudó en convencerse de que tenía delante a la persona idónea para llevar la campaña y, por encima de todo, la creación de la narrativa digital que circularía por las redes. Un asesor de Ciudadanos, compañero de Pérez en el equipo de trabajo, lo recuerda así: “Alvise es un buen repartidor de dopamina política. Daba a los políticos de Ciudadanos lo que anhelaban. Sólo con ver que el tuit tenía interacciones o que el acto que convocaban tenía gente ya se sentían alcaldes o miembros del gobierno autonómico. Este modus operandi cortoplacista es ideal para los agitadores sociales. Alvise fue útil para hacer crecer la espuma de Ciudadanos, cuya dirección fue incapaz de pensar a largo plazo y fracasó a corto”.
Al poco tiempo de llegar a Valencia, subió un tuit en el que aseguraba que un grupo de manteros había provocado que un taxi atropellara a un niño de 7 años. Lo ilustraba con una foto en la que, efectivamente, se veía a un grupo de manteros con sus ofertas desplegadas en la acera, pero también a un grupo de gente caminando por la calzada. Pérez no se enteró de que era una vía peatonal; ya apuntaba maneras. Fue por entonces cuando en el equipo comenzaron a llamarle “el camarero de Leeds”.
Se reveló como un productor de bulos sin par, con demostraciones memorables contra las vacunas, la agenda 2030 o el 11-M
Aquellos comienzos fueron sólo un tímido prólogo del apogeo, que llegó con la pandemia en Madrid cuando se reveló como un productor de bulos sin par, con demostraciones memorables contra las vacunas, la agenda 2030, el 11-M o, recientemente, en la campaña de las europeas, denunciando un posible fraude electoral, relato falso que los otros dos partidos de la derecha difundieron en las autonómicas y municipales de 2023 pero que luego olvidaron ante los resultados del escrutinio. Da la impresión de que también se siente cómodo interpretando un cover de alguna pieza exitosa de sus compañeros de ruta.
Al contrario de aquello que proponía Pérez en Leeds a la revista libel cuando ponía énfasis en la democracia y en su ejercicio desde la óptica liberal, hoy asume un relato libertario, disruptor, extremo, en la línea narrativa de Javier Milei o la ejecutiva de Nayib Bukele: “Si tenemos que meter a 40.000 tíos en prisión, los metemos, y si luego me tiene que venir la ONU a decir que estoy violando derechos fundamentales, me descojono. Digo, mira, pues te cojo a los 40.000 en fila y te los llevo, ¿a dónde queréis? ¿A qué país progre quieres que te los lleve? ¿A Francia? ¿A Alemania? Para vosotros los 40.000 criminales que no queremos en España”
Con estas propuestas pretende ahora llegar a la Moncloa. Toni Cantó, cuando comprendió que el fichaje era ingobernable, lo desplazó de la jefatura del gabinete a una posición menor. Pérez, al comprender el final del ciclo, se fue por su propio pie. Sabe que el camino es largo, tanto como lo fue para Saturnino Soria dejar contra su voluntad el Casón del Buen Retiro y nunca llegar a ser un guía del Reina Sofía. “¿Le explico el libertarismo? Nada que ver con la democracia. El socialismo no deja”.
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Si hay un narcoterrorista, no quiero que se le persiga,
quiero que le pegues con un subfusil.
Alvise Pérez,
'El País', 12 de junio de 2024
Javier Milei convirtió en eslogan popular el sintagma “no hay plata”. Lo mismo sucede, en términos de dislate, con el principal argumento que esgrimía Alvise Pérez en su campaña de las últimas elecciones europeas: pedir el voto para aforarse y evitar la cárcel. Consiguió tres escaños. “Es que tengo que votarle para que tenga inmunidad política y no puedan imputarle”, declaró una mujer mallorquina al diario Última Hora de Palma al salir de su mesa electoral. Parafraseando a Ian Fleming, Alvise ha hecho campaña pidiendo licencia para mentir.
Aquello que llama más la atención es la levedad de sus ideas y la ausencia total, no ya de un programa, sino de un dogma mínimo desde el cual proyectar sus propuestas. Se autodefine como “liberal-libertario” y a partir de expresiones extremas abraza la guerra cultural de líderes como Milei, referente del que pareciera adoptar el marco paleolibertario de Murray Rothbard, el economista estadunidense, seguidor de la Escuela Austríaca de economía de Mises y Hayek. Milei se siente cómodo allí no solo por asumir su dogma extremo en cuestiones económicas, sino por expresar un libertarismo que Pablo Stefanoni, en su libro ¿La rebeldía se volvió de derecha?, define como un campo sumamente flexible en el que “se puede defender ‘libertariamente’ el consumo de drogas, el aborto y otras demandas progresistas, o se puede propiciar que el mercado infinito abarque incluso los ‘mercados incómodos’, como la venta de órganos o la privatización de la seguridad o incluso de la justicia”. Milei, por ejemplo, aboga abiertamente por un mercado libre de venta de órganos y bebés. Alvise Pérez plantea, de momento, la restricción de dinero digital y el regreso del efectivo, la abolición de la Agenda 2030; una reforma penal extrema, en principio orientada hacia la inmigración siguiendo la línea de Trump, y posiciones antifeministas y enfrentadas al movimiento LGTBI.
Cuesta ver su propuesta general ya que carece de un programa que la articule y sus manifestaciones son expresiones inconexas
De todos modos, cuesta ver su propuesta general ya que carece de un programa que la articule y sus manifestaciones son expresiones sueltas propias, inconexas, de un influencer más que de un político. De hecho, su mayor fuerza radica en un canal de Telegram con casi 600.000 seguidores y 982.000 en su cuenta en Instagram. Alvise Pérez considera medios a estas redes sociales, efectivos, sin duda, como vectores de propaganda, pero no como herramientas informativas. La máscara de Anonymous que usa como logo de Se Acabó La Fiesta a pesar de cubrir el rostro de una ardilla, símbolo de su feligresía, más que un detalle naíf pareciera que ocultara una versión nativa del club de la lucha. Alvise no concilia, enfrenta; no propone, golpea.
Pérez rechaza que se le llame influencer al igual que reniega de los partidos políticos, pero se trata de un influencer fuerte que ha conseguido movilizar voluntades en las redes hasta alcanzar 800.000 votos y tres escaños en la cámara europea. Pérez interactúa de manera dinámica con sus seguidores y mantiene el canal abierto para recibir denuncias de todo tipo sin fijar ningún margen de chequeo. He aquí una de las claves de la inmunidad que anhelaba como aforado, ya que uno de los roles que sí asume Pérez es la de litigador: tiene en su espalda un largo número de juicios que incluyen demandas de Manuela Carmena, Ana Pastor, José Luis Ábalos y Salvador Illa, entre otros. Quienes le acompañan en la lista de las europeas son ilustres desconocidos, dos supuestos empresarios que ni siquiera se han dignado a realizar una sola aparición pública. Todo llevaría a pensar que, al fin de cuentas, Alvise Pérez tiene como fin operar a la manera del sindicato Manos Limpias, con una cobertura judicial y un altavoz calificado provistos por la Unión Europea, la cual, vaya paradoja, es una de sus dianas.
Será esta la razón por la que no tiene programa: “Eso de publicar un libreto prometiendo el oro y el moro para que la gente lo lea, da igual. Lo que tienes que tener son iniciativas y medidas, no un programa electoral basura que luego no cumple nadie”, dijo en una entrevista de El País después de las elecciones.
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Pero, ¿usted quién es?
@EqInvestigación (X),
La Sexta, 23 de octubre de 2020
Como es sabido, el verdadero nombre de Alvise Pérez es Luis. En muchos medios de referencia, cuando se publica una nota biográfica suya se subraya el hecho de que Alvise es la traducción de Luis al lombardo, nombre del personaje de una novela de Agostino Nifo, sitio del cual Pérez lo tomó por identificarse con él. Cuando se recurre a la obra de Nifo, en la página italiana de Wikipedia, encontramos que se trata de un filósofo y humanista que vivió entre los siglos XV y XVI, sirvió al papa León X y en español solo es posible acceder a un ensayo, Sobre la belleza y el amor. El resto de su obra, medio centenar de títulos, está publicada en su mayoría en latín y en un número reducido de lenguas modernas. No hay ninguna novela en el prolífico trabajo intelectual de Nifo, lo cual no es impedimento para que Pérez haya abordado cualquiera de esos textos y se haya topado con el nombre que adoptó. Por su parte, Rita Venturelli, la investigadora del CLACSO (Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales), en un trabajo que publicó sobre Nifo y su obra De regnandi Peritia (Sobre la habilidad de gobernar), dice que se trata de una reescritura “tranquilizadora” de El Príncipe de Maquiavelo, sujeta a la ideología dominante transmitiendo “la utopía de los buenos sentimientos y de las costumbres aceptadas”. La Wikipedia italiana, más procaz –también menos rigurosa–, no habla de una versión de El Príncipe, sino de un simple plagio.
Quizás Pérez ignore todo este contexto de su nombre adoptivo. Tal vez, por el contrario, pueda ilustrarnos sobre el filósofo de la Campania. Después de todo, el florentino fue famoso por acomodar la visión aristotélica de Averroes al dogma de Roma y por ello, León X lo nombró conde palatino con derecho a usar su apellido, Medici. Todo un atractivo mundo para Pérez que no ha hecho más que empezar en “la habilidad de gobernar”.
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Yo no debería existir.
Alvise Pérez, El Español, 23 de junio de 2024
Ver másMarine Le Pen: yo no soy esa
La última película del director francés Robert Guédiguian, un realizador que al igual que Ken Loach, aborda temas sociales, es una suerte de comedia que gira en torno a una catástrofe ocurrida en Marsella hace pocos años, cuando se derrumbaron dos edificios en ruinas en el centro histórico, dejando muertos, un centenar de evacuados en situación de desamparo humanitario sin cobertura y un agujero como símbolo de esa situación. La trama cuenta la vida de esos personajes y la decisión de una trabajadora sanitaria, muy popular entre el vecindario, de presentarse a las elecciones municipales como cabeza de un bloque de izquierdas. Un personaje, viejo comunista, dice: “En Marsella todo el mundo es de izquierdas, no hay burgueses, ni racistas, solo hay buenas personas”. Esto es lo que lleva a dar un tono ligero de comedia a la historia en una ciudad signada por la guerra del narcotráfico y la corrupción inmobiliaria.
Hace unos años, Robert Guédiguian hizo otra película, ya clásica, Presidente Mitterrand, donde cuenta los últimos días del exmandatario en el Eliseo, basada en una biografía de Georges-Marc Benamou. Una de las reflexiones que Mitterrand le dice a Benamou, interpretados por Michel Bouquet y Jalill Lespert, respectivamente, es: “Soy el último político francés con un mínimo margen ante el poder financiero global; esto se acaba aquí”. Más allá de la vanidad de Mitterrand y los giros que dio en sus legislaturas, sabía lo que estaba diciendo. Todas las costuras de los viejos partidos franceses se han roto.
Marine Le Pen, Jordan Bardella, Eric Zemmour. Cada cita electoral en Francia va agregando un nuevo actor de la ultraderecha frente a una izquierda que se atomiza o concentra frente al abismo sin terminar de resolver ni la tensión política ni los problemas de fondo. No es distinta la situación en España, donde a las figuras extremas dentro del Partido Popular y a Vox se acaba de sumar el singular líder de Se Acabó La Fiesta. Por cierto, la película de Guédiguian que cuenta la última aventura de la izquierda en Marsella, aún en cartelera, se llama Que continúe la fiesta.
No soy un loco