Marine Le Pen: yo no soy esa
La mansión de Jean-Marie Le Pen se encuentra en Saint-Cloud, al suroeste de París, sobre unas colinas desde las que se domina una panorámica de la ciudad en la que sobresale la torre Eiffel. Son las vistas que acaparan la atención en el despacho del anciano, en la primera planta de su palacete, pero no por ello deja de llamar la atención entre las maquetas de barcos, las pequeñas estatuas y los retratos, un gran calendario con la efigie de Vladímir Putin. Esta última es sin duda la única afinidad que Marine Le Pen comparte con su anciano padre.
De esa casa, en un barrio exclusivo, cerrado y de pocas fincas donde nació y vivió buena parte de su vida Marie Bonaparte, sobrina del emperador y psicoanalista que dio cobijo allí a Sigmund Freud en su viaje al exilio hacia Londres en 1938, Marine Le Pen huyó cuando el dóberman de su padre mató a dentelladas a su pequeña gata bengalí. El ensayista Michael Eltchaninoff, en su libro Inside the mind of Marine Le Pen, cuenta que cuando acudió a Saint-Cloud a entrevistarse con Jean-Marie Le Pen, el vigilante jurado que le abrió la puerta estaba acompañado por un dóberman. El visitante le preguntó si el perro tenía la costumbre de morder o comer gente; muy serio el hombre respondió: "Depende de la persona".
No pocos sustos le dio Jean-Marie a su hija Marine, quien además le reprocha a su padre haber recibido una pobre formación cultural como ella misma reconoce en sus memorias, limitada solo a una educación ética y moral y ninguna intelectual. Hay cierto desdén en la afirmación, pero también una distancia calculada con el progenitor. Una vez fue sorprendida al no saber de qué se le hablaba al mencionarle la Marcha sobre Roma. Tal vez no lo supiera o quizás no lo quería saber. La misma ambigüedad que la ha llevado a plantear que no es de derechas ni de izquierdas.
Hace cuarenta años, el 13 de febrero de 1984, Jean-Marie Le Pen era un político de ultraderecha apenas conocido en Francia y la plantilla del Frente Nacional cabía en un pequeño apartamento de la rue Bernoulli de París. La noche de aquel día, Le Pen fue invitado al programa político L'Heure de vérité, el de mayor audiencia entonces en la televisión francesa y se explayó, como es su costumbre, sin pelos en la lengua, sobre racismo y antisemitismo, recordó que mientras su nombre estaba inscrito en los monumentos de guerra, el de Georges Marchais, el entonces líder comunista francés, sólo figuraba en las nóminas de las fábricas de Messerschmitt en Alemania. Se refería al lugar de trabajo de Marchais, mecánico de oficio, antes de la caída de Francia.
Tomando por sorpresa al presentador, se puso de pie en el plató y pidió un minuto de silencio por los muertos en el Gulag y contra la dictadura comunista. Todos en el estudio quedaron atónitos. El resto de Francia, también. Ese día empezó la carrera real del Frente Nacional
Estas soflamas se habrían eclipsado para siempre entre los rayos catódicos, pero impactaron aquella noche porque Le Pen, en el transcurso de su intervención, protagonizó un gesto mediático de vanguardia, un recuerdo del futuro de Steve Bannon. Tomando por sorpresa al presentador, se puso de pie en el plató y pidió un minuto de silencio por los muertos en el Gulag y contra la dictadura comunista. Todos en el estudio quedaron atónitos. El resto de Francia, también. Ese día empezó la carrera real del Frente Nacional, que alcanzó su máximo logro en la primera vuelta de las presidenciales en 2002, alcanzando el segundo lugar por delante de los socialistas, antes de que Marine Le Pen tomara las riendas del partido para transformarlo en la actual Agrupación Nacional.
Marine Le Pen perdió el debate presidencial de 2017 frente a Emmanuel Macron y volvió a sucumbir en 2022 en el mismo escenario y contra el mismo candidato, pero en este último enfrentamiento exhibió un salto narrativo. La conductora de Agrupación Nacional, como dijo la noche del último debate, ya no plantea implosionar explícitamente la Unión Europea sino reformarla para defender que los franceses puedan trabajar en Francia. Tampoco entra en el negacionismo climático limitándose a denunciar una "ecología punitiva" que ejerce, sostiene, una gran violencia sobre las clases medias y bajas, argumento que siguió calibrando hasta concebir una suerte de ecosistema intramuros: "ecología patriótica".
Marine Le Pen no deslumbra y su pasado como estudiante de Derecho con reputación de clubber y demorada en el GUD, un grupo de extrema derecha estudiantil francés, pesa a la hora de medirse con un cuadro brillante como Macron pero, no obstante, Le Pen no se detiene, su narrativa está en mutación constante y, lo más importante, lee el tejido social y las audiencias. Al terminar el debate, le señalaron que su perfil había sido mucho más amable que en encuentros anteriores. "Nos portamos mejor", respondió sin ahorrar ironía.
Macron no podría responder si es de derechas o de izquierdas ni las dos cosas a la vez, pero Le Pen no lo pregunta porque ella misma ha ido desdibujando el relato ultra heredado del padre para proponer una síntesis que no es superadora pero sí productora de votos. Sustituir el lema que utilizaba el viejo partido, "preferencia nacional" como arma retórica xenófoba, por "prioridad nacional"
Marine Le Pen no interroga a Macron sobre la franja ideológica por la que el presidente circula. Siendo economista e intelectual, incluso exbanquero, proveniente del socialismo más laxo. Macron no podría responder si es de derechas o de izquierdas ni las dos cosas a la vez, pero Le Pen no lo pregunta porque ella misma ha ido desdibujando el relato ultra heredado del padre para proponer una síntesis que no es superadora pero sí productora de votos. Sustituir el lema que utilizaba el viejo partido, "preferencia nacional" como arma retórica xenófoba, por "prioridad nacional", sintagma que pretende poner a los franceses primeros en la fila a la hora de atender los reclamos básicos, forma parte del lifting sobre el mismo rostro. Ya no se le oye hablar de "lucha contra la inmigración" sino de "tomar conciencia sobre la cuestión emigratoria", lo cual, como expresaba en una canción Silvio Rodríguez, no es lo mismo, pero es igual.
"Ni de derechas ni de izquierdas, franceses", deja caer cuando le mencionan la matriz ideológica de la que proviene y mantiene oculta a través de un trampantojo narrativo, razón por la cual avanza sin pudor en el campo cultural de la izquierda, pero no asumiendo la libertad del modo que lo hace Isabel Díaz Ayuso señalando una Casa del Pueblo como si fuera una checa, sino, por ejemplo, citando a Jean Jaures porque “desde la izquierda traicionó al FMI y a sus vecinos chics”o a la némesis de su padre, el general De Gaulle, en quien ve a su predecesor: “alguien capaz de volver a poner de pie a Francia”. Por citar, menciona en sus intervenciones a Hannah Arendt, con lo cual intenta neutralizar el perfil antisemita del antiguo Frente Nacional, a Jean Cocteau para nublar su pasado homófobo o a René Chair para diluir el recuerdo de Vichy. Está claro lo que declaró al salir del debate: “Nos portamos mejor”.
Michael Eltchaninoff rescata en su libro un discurso que pronunció en 2011 en la ciudad de Metz: "Vosotros, hombres y mujeres de izquierdas, mirad lo que han hecho con vuestras esperanzas. Mirad en lo que se ha convertido la izquierda, que se suponía que nos iba a traer el progreso, a apoyar a los débiles, a defender a los que trabajan, a los que luchan, a traer un futuro mejor. Han abandonado todo eso, lo han enterrado. Hoy han sido corrompidos hasta la médula por el dinero y por el poder". Si un cliente de la Taberna Garibaldi de Pablo Iglesias en Lavapiés suelta esto acodado en la barra, nadie de quienes le escuchan le quitaría razón.
Más allá de que se den por aludidos Javier Milei o Díaz Ayuso, el objetivo retórico de Le Pen es acelerar el conflicto entre la gente y las elites
Hay más. Ese mismo año en un mitin en París: "Libertad es cualquier cosa menos ultraliberalismo. Ellos llaman libertad al zorro en el gallinero, la ley de la jungla, la ley del más fuerte contra el más débil". Más allá de que se den por aludidos Javier Milei o Díaz Ayuso, el objetivo retórico de Le Pen es acelerar el conflicto entre la gente y las elites. El antielitismo, en el imaginario de Marine Le Pen, debe unir a la gran mayoría de los franceses y en esa cruzada no hay parcelas ideológicas. He aquí otro modo de cultivar el campo semántico de "prioridad nacional".
Entre sus lecturas, Marine Le Pen dice haber leído Las partículas elementales de Michel Houellebecq. No es seguro que haya seguido interesada por este autor, pero si llegó a sus manos Serotonina, una obra que se publicó a principios de 2019 coincidiendo con el conflicto de los chalecos amarillos, habrá pensado en esas manifestaciones. Su protagonista, testigo de violentos conflictos rurales, ve un telediario que muestra escenas de estos y reflexiona: "...me acordé de que yo también, durante casi quince años, siempre había tenido razón en mis informes, que defendían el punto de vista de los agricultores locales, siempre había manejado cifras realistas y propuesto medidas de protección razonables, circuitos cortos económicamente viables. Pero yo solo era un agrónomo, un técnico, y a fin de cuentas siempre me habían dicho que no, las cosas siempre habían dado un vuelco en el último momento hacia el triunfo del librecambismo, hacia la carrera de la productividad, así que abrí otra botella de vino, la noche ya se había instalado en el paisaje, noche sin fin, ¿quién era yo para haber creído que podía cambiar algo en el movimiento del mundo?"
Fuera del campo de la ficción, en pequeñas poblaciones rurales, la escritora y periodista Florence Aubenas, para pulsar el ánimo de la gente ante las legislativas de julio de este año, publicó una serie de reportajes en 'Le Monde' en algunas pequeñas poblaciones. En Bourges, una ciudad de 60.000 habitantes en la zona central del Valle de Loira, Nicolas Malin, un joven informático en excedencia no retribuida, regresa disgustado de repartir folletos del Nuevo Frente Popular por el campo: "Me han escupido, y eso que soy de la zona", lamenta. En Bourges, el año pasado, se registraron un 30% más de precarios, incluidas parejas con dos sueldos: "La gente se acerca a nosotros para hablar de sí mismos más que de política, sólo quieren que los escuchemos", dice Nadia Nezlioui, de 56 años, teniente de alcalde socialista.
En 2018 Aubenas escribió una crónica, también para Le Monde, donde describía el día a día de la revuelta de los chalecos amarillos en el interior de Francia a lo largo de una semana en la que convivió con ellos. Los manifestantes estaban organizados en acampadas instaladas en las rotondas de las autovías que cruzan el interior del país, en los puntos donde están ubicados los supermercados y las gasolineras. Buena parte de los chalecos amarillos está en el paro y quienes conservan aún el trabajo lo tienen a varios kilómetros de su casa, de la escuela de los niños, de los servicios sociales y, por supuesto, de los centros de abastecimiento. "Hoy es día 8 y ya hemos gastado el sueldo que nos ingresaron el último día del mes anterior". Registra Aubenas que el precio del combustible se puede leer en lo alto de las gasolineras y su variación es seguida por los manifestantes como en otro contexto el índice Dow Jones.
Marine Le Pen llega a esta gente y para ganar voluntades otrora progresistas ha cambiado la piel radical por una epidermis republicana
Marine Le Pen llega a esta gente y para ganar voluntades otrora progresistas ha cambiado la piel radical por una epidermis republicana. La operación que ha emprendido da la espalda a la corriente disruptiva: en lugar de echarse al monte retórico como Mateo Salvini, Boris Johnson, Donald Trump o Bolsonaro, tiene que ganar París y no le importa asistir a una misa republicana. Tampoco descubre nada nuevo.
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El último socialismo francés protagonizó su propio ascenso al hoyo cuando François Hollande gano la presidencia para perderla y provocar la desaparición de su partido. Antes de aquel triunfo en el año 2012, se publicó un libro con una conversación entre Hollande y el filósofo Edgar Morin. Hollande exhibe en el diálogo su convencimiento del poder de la política y Morin deposita en el candidato, justamente, la posibilidad de llevar adelante un gran proyecto, una nueva política que reivindique el rol de Francia y su capacidad de intervenir en la historia. Casi nada. Solo un año después, en una entrevista que publicó infoLibre, Morin ya se muestra escéptico. "No lo doy por perdido", dice. Sigue "esperando", pero no por eso deja de ser lapidario: "El presidente Hollande, que ha crecido en el seno del Partido Socialista, proviene de una formación que ha perdido su pensamiento, heredado de los grandes reformistas de principios del siglo".
En Le Bourg, un pueblo occitano que no llega a 300 habitantes, Florence Aubenas conversa con un joven de 32 años en el reportaje cuyo contexto son las legislativas de este año. No da su nombre, pero cuenta que tienen una pequeña granja con unos pocos socios y que son todos de izquierdas. Dice que se acercó al socialismo hace unos años y lamenta: “Empecé el quinquenio de François Hollande con un poco de esperanza y acabé gaseado en las manifestaciones contra las leyes laborales de [Miriam] El Khomri [exministra de Trabajo socialista]”.
¿En qué difiere la operación de Marine Le Pen desde la derecha radical al republicanismo con las gestiones de Hollande, Tony Blair o Gerhard Schröder parapetados en los valores socialdemócratas, pero implementando duras políticas neoliberales? Otra vez Silvio Rodríguez: no es lo mismo, pero es igual. Las cosas se cuentan solas. Si Marine Pen llega a heredar la mansión de su padre se deshará de los dóberman, sin duda, y puede que incluso del pequeño castillo. Pero hay algo que se llevará no muy lejos de allí, a su mansión rodeada de muros en La Celle-Saint-Cloud: el calendario con la efigie de Vladímir Putin.