Necesidad y verdad
En busca de hospedaje - Diego de la Torre
Editorial Zelig (2024)
Joan Margarit afirmaba que, gracias a la lectura a los veinte años de las Cartas a un joven poeta de Rilke, había aprendido algunas verdades sobre él mismo y sobre la poesía. Una de esas verdades era que escribirla debía responder a una necesidad "imperiosa e inaplazable", y que solo así un poema podría contener la verdad y la intensidad que requería. Añadía que esa idea lo acompañó siempre. La poesía de Diego de la Torre (El Rinconcillo de la Caliza, Albanchez, 1974) también es fruto de esa convicción.
Heredero de albañiles y picapedreros, a los que la piedra salvó del hambre, en el poema que abre su libro En busca de hospedaje (Editorial Zelig, 2024), reconoce sin dilación que "cuando el hambre le aprieta/ el interno costado de la lengua/ y necesita despojarse los majanos de piedra/ que le hacen peso en el envés del ojo,/ trae sus puñados de piedra/ hasta la piedra blanca de la página,/ los tira en alto: a cara o cruz o nunca/ y se queda escuchando en el silencio/ el rebotar de piedras contra piedra,/ el cántico volado de las piedras/ mellándose los cantos de su boca/ en la piedra impertérrita del tiempo".
Tras la declaración de ese umbral, todos los poemas que conforman el libro nos hablan desde la necesidad y desde la verdad. La mirada de Diego de la Torre, una mirada inteligente y profundamente humana, que quiere "saber contemplar", consigue que la poesía, como ya propone el título del libro, sea una búsqueda de hospedaje, un refugio contra la intemperie, para él y para sus lectores. Y esa es su conquista: encontrar las palabras que nos acompañen "en el difícil diálogo/ de la verdad y lo posible", que nos lleven/ sencillas, a pie llano, / al lugar donde estábamos/ seguros de estar siendo, /bajo la luz del sol/más fuertes que la nada".
De la Torre, con una voz sobria e intimista, ahonda en los márgenes de lo real, porque sabe que allí estamos siempre "buscándole un lugar a nuestras vidas" y en esos márgenes establece un diálogo consigo mismo y con los otros, consciente de que la poesía debe establecer puentes a través de los que transitar de la historia personal a la colectiva.
La reflexión sobre el tiempo impregna todo el poemario. El tiempo nos ignora, destruye todo aquello que fue, todo aquello que fuimos y nos abandona al desamparo, leemos en el poema "Ante el espejo": "quizá ya sepas que los años/ se hacen por ellos solos y en nosotros. / Ni nos preguntan/ ni nos saben".
Y, sin embargo, debemos seguir construyéndonos, enraizados en lo que nos hizo. Con su necesidad de comprender, el poeta jienense, en una concepción bergsoniana de la memoria, recurre al recuerdo, especialmente a su infancia, donde la realidad y los sueños jugaban de la mano. En algunos de los mejores poemas del libro, el pasado y el presente se enlazan y la memoria no se configura únicamente como la recuperación de la imagen de un tiempo perdido, sino que se articula en un espacio concreto en el que conviven dos momentos de la vida del poeta. Esta conexión, este conocimiento de uno mismo a través de la recuperación de los recuerdos, le permite enfrentar el presente, ordenarlo. Copo a copo y Prefiguración, por ejemplo, son dos magníficos poemas en los que la nieve de la infancia se mezcla con una necesidad del presente: salvar del olvido, quizá en el blanco del papel, personas y momentos que nos cobijaron con su gesto.
El paso del tiempo nos conduce inexorable a la muerte y la desolación de su certeza atraviesa los poemas de En busca de hospedaje. La muerte, que antes solo era "la espalda recta contra la pared/ y el juego interrumpido bruscamente/ al ver la seriedad de los mayores", ahora toma nombres, en pasillos de hospital y en cortejos fúnebres y se vislumbra y amenaza en los ojos de los padres que el tiempo convierte en huérfanos "Dos ancianos que observan, /con mal disimulado miedo/el deslizarse de los días/hacia las sombras de lo oscuro".
Y ahí reside también la labor del poeta. La conciencia de lo fugitivo y el desasosiego ante el paso del tiempo buscan amparo en las "palabras que insisten, y golpean recurrentes", y que configuran imágenes que se oponen "tercas al empuje del tiempo", que persiguen salvar el instante. Porque el instante nos configura y los poemas deben contribuir a la construcción del yo. "Todavía/ soy el niño que te espera/solitario en la tarde, /y va hilvanando historias/con las que defenderte tu cadáver/y su puñado de palabras/del negro manto del olvido".
En ese absoluto respeto por la poesía, como poeta y como lector, dialoga en sus poemas con aquellos que le precedieron, no duda en mostrar sus afinidades electivas. En un honesto homenaje, Cernuda, Margarit, Machado, Ángel González, Ruy Belo o Fernando Assis Pacheco se conjeturan en sus versos porque sabe que "uno se encuentra siempre/ en los poemas de los otros".
Un brindis por el impulso
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A pesar del tono elegíaco de su poesía, Diego de la Torre no renuncia al vitalismo. El amor y la belleza nos conmueven, nos anclan a la vida y son el eco que resuena sobre la finitud, "lo que nos hace entender la importancia/de cada cosa en cada cosa."
Este poeta, alejado de oquedades y de prisa, muchos años después de la publicación de Carreteras Cortadas (Premio de Literatura para Escritores Noveles de la Diputación de Jaén, 2013) nos ofrece un poemario que sabe de la cambiante complejidad del mundo y se detiene a contemplarla, reflexivo, para poder fijar sus contornos y buscar alguna certeza. Nos da hospedaje.
* Mònica Vidiella Bartual es profesora de Lengua y Literatura castellana de bachillerato en Barcelona.