La blasfema de la techumbre

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Eva Orúe | Sara Gutiérrez

Luce muy resuelta. Lleva lo que bien podría ser un vestido camisero con falda hasta la rodilla, manga corta, cintura marcada, fruncida, y, tal vez, sólo tal vez, unas alpargatas blancas.

No la vemos de frente sino que nos muestra su perfil porque anda curioseando qué hace el apóstol (¿o quizá es un santo?) atrapado a su diestra, y al hacerlo da la espalda a la mujer que ocupa la tabica siniestra, una señora con los brazos en jarras, vestida de "pellote rojo sobre gonela aprestada de color malva", según la descripción indumentaria que leemos en la web Aragón mudéjar donde, para que todo quede claro, reproducen estas tres figuras del lado izquierdo de la segunda sección:

 

Tres tabicas, entre ellas la de la mujer, de la catedral turolense de Santa María de Mediavilla. WEB ARAGÓN MUDÉJAR

También se la puede ver en este vídeo (minuto 17:14) que recoge el proceso de restauración de la techumbre mudéjar de la Catedral turolense de Santa María de Mediavilla.

Es, obviamente, una impostora, una intrusa moderna.

Es, dijo Ángel Novella, "como una blasfemia entre una oración".

Me gusta mi novia

"Se cuenta que un restaurador pintó a su novia en los años cuarenta del siglo XX sobre uno de los tableros de la techumbre –explica Ana Carrassón López de Letona, conservadora restauradora del Instituto del Patrimonio Cultural de España (IPCE) y encargada de la restauración de la techumbre finalizada en 1999–. En la Guerra Civil, un proyectil destruyó la novena sección y dejó a la vista la techumbre, oculta desde el siglo XVIII por una bóveda encamonada. Iniciada la protección y reparación de la cubierta al finalizar la contienda, se repuso lo perdido y en campañas sucesivas se restauró la pintura bajo la dirección de restauradores del Museo del Prado. La figura de la joven de cuerpo entero se pintó en uno de los casetones alargados del siglo XIII sobre restos de pintura original".

Es el toque incongruente de una magnífica representación artística. Como escribió Gonzalo Borrás Gualis, "si la techumbre de la catedral de Teruel puede calificarse como una obra de arte excepcional aun atendiendo tan sólo a la estructura de su armadura de madera de par y nudillo (…), cuando por fin nos referimos a su decoración pintada merece, sin duda, el calificativo de unicum, siendo conocida con el sobrenombre de Capilla Sixtina del arte mudéjar".

Techumbre de la Catedral turolense de Santa María de Mediavilla. Archivo Fotográfico del Instituto de Estudios Turolenses (Foto: J. Foster)

Declarada, junto con la torre de la catedral, Patrimonio Mundial por UNESCO, la techumbre data del último tercio del siglo XIII y en ella trabajaron varios equipos de artesanos, probablemente dirigidos por un maestro de obras, todos ellos desconocidos.

"La policromía se adscribe al gótico lineal, con modelos arcaizantes y reflejos de las pinturas de Sijena –expone su restauradora–. Su excepcional calidad técnica, al temple de huevo, ha permitido que haya llegado en un relativo buen estado hasta nuestros días, e incluso se conservan restos de pintura original en el alero. No existe, o no se ha desentrañado, un programa pictórico unitario. Estamos ante una muestra variada de motivos de tradición ornamental islámica y occidental, donde se plasma el imaginario de la época: seres mitológicos y escenas fantásticas procedentes de bestiarios y fuentes literarias medievales. Hay representados temas vegetales, geométricos, epigráficos y figurativos profanos y religiosos, éstos más escasos. También contiene escenas de danza, música, oficios, los meses del año, alardes y justas de caballeros en un rico y colorido repertorio".

Si esta muestra del mudéjar de la madera ha llegado hasta nosotros es, en parte, por la mala cabeza de quienes, como ha sido ya mencionado, allá por 1700, la cubrieron por bóvedas fingidas al gusto barroco, un enmascaramiento que, escribe el arquitecto Luis Oramas, tuvo la virtud de preservarla inalterada. "Será a partir del movimiento cultural regeneracionista turolense a fines del siglo XIX cuando, en nuevo cambio pendular de los gustos, se recupere el interés por la techumbre original".

Entre los años 1932 y 1935 se dejó constancia fotográfica de la obra, y durante la guerra se realizó un apeo de protección que no evitó algunos daños, el último de los nueve tramos de los que constaba la armadura fue destruido. Pero, y ya perdonarán el lugar común, como no hay mal que por bien no venga, "fueron precisamente los lamentables impactos de las bombas sobre el edificio los que permitieron la recuperación de esta techumbre", asegura Icíar Alcalá Prats, de la sección de Bienes Muebles de la Dirección General de Patrimonio Cultural de Aragón. La sustitución del tramo deteriorado corrió a cargo del Servicio de Regiones Devastadas. Tuvo que pasar medio siglo para que "una documentada restauración llevada a cabo bajo la dirección técnica del Instituto de Patrimonio Histórico Español entre 1996 y 1999" haya permitido "volver a contemplarla en todo su esplendor".

La intervención así elogiada, expone Carrassón López de Letona, abordó una serie de estudios para entender la situación y problemas de la techumbre y de su entorno, "pero también para saber más sobre cómo se construyó y pintó". Se tuvieron en cuenta aspectos tales como su tamaño y función –se trata de una cubierta y está pintada–, sus materiales y estado de conservación para hacer el diagnóstico y luego plantear el tipo y alcance de la intervención. Se revisó su estanqueidad, y se trataron "los problemas de seguridad, iluminación, uso, presencia de biodeterioro, fijación y limpieza de la pintura, y se hizo un exhaustivo examen de la reintegración o repolicromado de los años cuarenta. Fue una intervención eminentemente conservadora y volcada en documentar la obra, en la que además respetamos los añadidos de posguerra siempre que no ocultaran pintura original. Con la figura de la joven se hizo una excepción, a pesar de que se pintó sobre una decoración de bandas rojas y amarillas apreciables como fondo de la figura".

Todo ello a mayor gloria de una catedral, la de Teruel, que es con toda probabilidad el edificio mudéjar más representativo de Aragón.

De reglas y excepciones

Cerramos ya esta serie en la que hemos seguido el rastro de algunas apariciones inesperadas (el teléfono móvil de Calahorra, el fotógrafo y los aliens de Palencia, el escudo del Athletic de Trujillo y, hoy, la señora rumbosa de Teruel) en edificios monumentales.

Y para cerrar el viaje, volvemos al punto de partida, a las reglas que hay que seguir en la reparación.

"Son las que marcan las buenas prácticas y la deontología profesional", resume Ana Carrassón López de Letona, quien subraya que no por ser una obra más o menos importante puede ser mejor o peor la calidad de la intervención, "aunque sí hay múltiples factores relacionados directa o indirectamente con la obra (entorno, estado de conservación, uso…) que condicionan el tipo de actuación". En cualquier actuación de conservación-restauración es imprescindible saber qué tipología de obra tenemos y qué ha ocurrido para decidir lo que se debe o puede hacer y cómo. "Los estudios progresivamente más rigurosos de nuestro patrimonio nos están permitiendo conocer mejor los materiales, las técnicas de elaboración y comprender su comportamiento para actuar de manera más precisa sobre las causas desencadenantes de los problemas, minimizar sus efectos y reducir la manipulación del bien".

El pulpo en el garaje

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Lo cual a veces exige desandar el camino andado porque, en expresión de uno de nuestros interlocutores en estas entregas, Fernando Álvarez Prozorovich, director del Master de Restauración de Monumentos de la Universitat Politècnica de Catalunya, "a veces restaurar es desrestaurardesrestaurar o desmontar cosas que están mal hechas".

"Siempre se ha comparado la restauración arquitectónica con la medicina y hoy puede mantenerse", concluye otro de nuestros guías en esta serie de reportajes, Javier Rivera Blanco, catedrático de Historia de la Arquitectura y la Restauración de la Universidad de Alcalá. "No se podrá nunca curar un enfermo si el médico no interpreta bien los análisis del laboratorio y todas las pruebas que le hagan al paciente. Es necesaria una buena diagnosis para interpretar los síntomas (los datos obtenidos) con acierto. Por ello la profesión de restaurador exige formación específica y sensibilidad innata y educada".

Y es, añadimos, una tarea esencial en un país como el nuestro, dueño de un rico, vasto y en ocasiones colonizado patrimonio artístico.

Luce muy resuelta. Lleva lo que bien podría ser un vestido camisero con falda hasta la rodilla, manga corta, cintura marcada, fruncida, y, tal vez, sólo tal vez, unas alpargatas blancas.

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