Detrás del telón
Hacer cine, enseñar cine
El oficio de Paula Ortiz (Zaragoza, 1979) es bien conocido. Con dos películas a sus espaldas, de Tu ventana a la mía y La novia, la guionista y directora de cine cuenta con tres nominaciones a los Goya (mejor director, director novel y guion adaptado). La novia, adaptación de Bodas de sangre, de Federico García Lorca, tuvo muy buenas críticas y se convirtió en la gran ganadora de los Premios Feroz, otorgados por la prensa, además de recibir 12 candidaturas a los cabezones. Pero su trabajo del día a día, el que le ocupa más horas entre rodaje y rodaje, y también el que llena regularmente su cuenta corriente, es más desconocido. Y eso que no resulta nada exótico y que otros cineastas desempeñan también esa misma labor. De lunes a viernes, y también algún fin de semana, Ortiz es profesora. Cuando no hace cine, enseña cine. La docencia también forma parte de los oficios que sostienen la cultura cada día, lejos de los focos, y que recogemos en esta sección veraniega.
La directora lleva cuatro años dando clases en el grado de Comunicación Audiovisual de la Universitat de Barcelona. Allí tiene, al fin, su plaza de contratado doctor. Antes, estuvo en la Universidad de Zaragoza —allí se licenció en Filología Hispánica—, donde también impartió clases mientras realizaba el doctorado sobre las nuevas metodologías en la escritura de guion. Siguiendo su especialidad, ahora imparte las asignaturas de Guion, Historia de los modelos audiovisuales —"que es como historia de los géneros del cine", aclara por teléfono para los legos—, Metanarrativas y Proyectos, donde los alumnos llevan a la práctica los conocimientos adquiridos. Tiene alumnos, por tanto, en los cuatro años del grado. Cuando infoLibre habla con ella, a finales de junio, se encuentra justo de evaluación en evaluación, poniendo las notas del curso.
Habrá que empezar por el principio. Director de cine, ¿se hace o se nace? ¿Se puede enseñar a crear? "Enseñar a crear suena muy grande", dice entre risas. "Pero el oficio de los narradores y las narradoras no deja de ser una tarea que se aborda por fases, como todo. Y al final construir una película te exige un conocimiento de tus herramientas". No solo las técnicas. De hecho, la cineasta critica la "fascinación" que observa en la enseñanza del audiovisual "por el último juguete". "A mí me parece fundamental lo que hace cualquier profesor, que es señalar la responsabilidad del uso de esa herramienta, que una cámara es un arma muy poderosa, que tiene muchas posibilidades y hay que explimirla al máximo, pero desde el respeto", apunta.
De hecho, su asignatura favorita entre las que imparte, y lo dice sin dudarlo un segundo, es Metanarrativas. Lo que se oculta tras ese nombre algo críptico es una mirada a formas de contar que se escapen "de la lógica y los cánones de la narrativa clásica y comercial". El profesor con el que imparte la materia se centra en lenguajes cercanos a las artes plásticas, mientras ella, explica, se interesa por los discursos filosóficos que "se traducen en el cine pero que están fuera de lo narrativo". En sus clases caben distintas vías de pensamiento del siglo XX posterior a la Segunda Guerra Mundial, desde el pensador francés Michel Foucault y su estudio del poder, autores del posestructuralismo francés como Jacques Derrida o Gilles Deleuze o pilares de la teoría de género.
Los imaginarios del futuro
¿Por qué resulta necesaria un conocimiento como este para un futuro guionista, director, productor o trabajador, en general, del audiovisual? "Porque la narrativa clásica al final sigue siendo romántica y sigue estando dentro de los parámetros de la Ilustración", solventa. Esto habrá que explicarlo un poco más. La cineasta continúa: "Es verdad que parecen asignaturas que enseñan extremos opuestos del oficio, pero todos son necesarios: tienes que manejar las herramientas clásicas para saber contar en el cine, y tienes que saber que hay herramientas más allá de lo comercial. Hay muchas capas en las que puedes bucear, y puedes moverte en un grado amplio de complejidades, simbologías y proyección de tu propio discurso". Se trata de que sus alumnos, cuenta, sepan dar forma a un imaginario que será irremediablemente nuevo, suyo, y no se vean atrapados sin remedio en la repetición de lo que ya existe, lo que ya se ha hecho... o lo que ya ha dado dinero.
Este es uno de los aspectos que más interesantes le resulta de su segundo (o primer) trabajo. No solo porque cada año regresa volver a las bases, a lo que llama "cimientos fundamentales". También porque estar en contacto con gente más joven que ella —con esa distancia que se agranda, curso a curso, entre profesor y alumno— la acerca a una nueva "sensibilidad": "Es tremendamente enriquecedor. Y luego me hace pensar en que lo que cambia de las ficciones que se cuenta, cómo se modifican formas o ritmos, y qué es lo que no cambia. Cuáles son las vías que vehiculan el relato. Y es interesante ver que hay motores dramáticos que son siempre los mismos".
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Aunque lo verdaderamente relevante de su trabajo —y aquí le brilla cierta solemnidad en la voz— es su impacto: "Quieras que no, aunque no lo pienses diariamente, de ahí van a salir los creadores y los imaginarios del futuro, entonces sí que es algo serio". Observa cuáles son los intereses de los alumnos. Su fascinación, en los últimos años, por las narraciones apocalípticas, para lo que Ortiz ha desarrollado una teoría: "Ellos han vivido su entrada en la edad adulta en medio de una crisis muy fuerte, y eso les llevaba a proyectar realidades más asfixiantes en busca de una salida". La presencia, en los proyectos del último curso, del conflicto catalán.
Sabe que ella quizás deje huella porque otros profesores la dejaron en ella. Habla de sus profesores en Universidad de Nueva York, pero también del crítico literario y profesor de literatura Túa Blesa: "Todos los que me han marcado tenían la misma actitud: un amor por la imaginación y la literatura, un recuerdo de que esto tiene que servir para hacer gozar a los demás, que es fundamental". Con ellos mantiene el contacto y siguen siendo los primeros lectores de sus guiones. Pero menciona a otra, más lejana, a quien le ha perdido la pista. "Mariángeles Calvo", dice, recuperando algo en la memoria. Era la profesora que impartía Fotografía, una optativa, en secundaria. "Luego, estudiando dirección de cine en Nueva York me di cuenta de que no me estaban enseñando mucho más que aquella profesora de un instituto público de Zaragoza", recuerda. Si Mariángeles Calvo lee esto, que sepa que sí, que a ser directora de cine se enseña.