Casi sin darnos cuenta y de manera habitual compartimos nuestros pensamientos más íntimos con empresas tecnológicas. Sus algoritmos nos clasifican y extraen conclusiones preocupantes sobre quiénes somos y qué queremos. También configuran nuestros pensamientos, elecciones y acciones cotidianas, desde con quién salimos hasta qué votamos.
Conectando los puntos desde Galileo hasta Alexa, la abogada británica Susie Alegre traza la historia y la fragilidad de nuestro derecho humano más importante: la libertad de pensamiento. Lleno de estudios de casos impactantes en la política, la justicia penal y la vida cotidiana, este libro innovador muestra cómo nuestra libertad mental está amenazada como nunca antes. Atrevido y radical, este libro nos propone que solo si reformulamos nuestros derechos humanos para la era digital podremos salvaguardar nuestro futuro.
infoLibre publica un adelanto de Libertad de pensamiento. La larga lucha por liberar nuestra mente, novedad editorial que verá la luz en septiembre de la mano de la editorial Akal.
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¿Qué podría ser más humano e íntimo que el pensamiento? Cuando hablamos de privacidad, sentimos que no tenemos nada que ocultar. Pero, si hablamos de libertad de pensamiento, ¿cuántos estaríamos realmente dispuestos a decir «no tengo nada que pensar»?
Mientras que la idea de privacidad parece cerrada, introspectiva y exclusiva, diseñada para restringir y ocultar el yo, mantener fuera a los demás, la idea de libertad de pensamiento es expansiva, exploratoria y abierta. Es el espacio para descubrir ideas nuevas, probar nuevos puntos de vista, ser descorteses, irreverentes y picantes, profundos y pomposos, para entender el lugar que ocupamos en el mundo que nos rodea. La libertad de pensamiento es un viaje de descubrimiento y la privacidad es el puesto de peaje.
Tim Berners-Lee no inventó Internet para esclavizar nuestras mentes. Pero, en las pasadas tres décadas, un optimismo panglosiano combinado con cínico interés propio ha permitido que la escala de nuestra dependencia y el alcance de la penetración de la tecnología en nuestras mentes se expanda de manera descontrolada. Las grandes tecnológicas han eludido la regulación a base de asustar a los políticos con la amenaza de que asfixiaría la innovación: nadie quiere que lo acusen de ludita. Ahora que hemos empezado a despertar a la realidad, se nos dice que ya está hecho, que es algo tan complejo y omnipresente que debemos aprender sin más a convivir con ello. Pero no tenemos que aprender a vivir con un sistema que nos niega la dignidad. Debemos recordar el espíritu revolucionario de París y Berlín que caracterizó el año en el que nació Internet. Y necesitamos aprender a cambiar Internet, para convertirla en un sistema que contribuya a nuestra libertad individual y colectiva.
En una carta abierta escrita en 2019 para conmemorar los 30 años de su invento, Tim Berners-Lee decía lo siguiente:
Sobre el telón de fondo de noticias acerca de la mala utilización de la Red, es comprensible que muchos sientan miedo y duden de que realmente sea una fuerza positiva. Pero, dado cuánto ha cambiado Internet en los pasados 30 años, sería derrotista y falto de imaginación asumir que la red que conocemos no pueda mejorarse en los próximos 30. Si renunciamos a construir una Internet mejor ahora, no será la red la que nos haya fallado. Nosotros le habremos fallado a la red. [….]
Este no es un libro sobre tecnología; trata sobre los derechos humanos y la importancia de estos. Han pasado casi tres cuartos de siglo desde que la humanidad se unió para reconocer los derechos establecidos en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Pero lo que parecía un periodo definitivo de paz y prosperidad, al menos en Europa y Norteamérica, ha permitido que olvidemos por qué los derechos humanos importan para la vida de todos. Peor aún, los derechos y libertades se han convertido en un arma (de manera muy literal en Estados Unidos, con el derecho a portar armas), con una falta fundamental de conocimiento acerca de lo que significan y cómo funcionan. Tengo derecho a la libertad de expresión, pero eso no me da derecho a provocar odio y discriminación contra ti y personas como tú. Tengo derecho a la privacidad, y eso incluye el derecho a mantener mi estado de salud como algo personal y a mantener relaciones íntimas con otras personas, pero no me da derecho a infectar de manera intencionada o imprudente a otros con un virus mortal. La idea de la libertad ha sido empleada y corrompida para que represente un individualismo egoísta que poco tiene que ver con el ideal de libertad que nos puso en la senda hacia los derechos humanos defendibles judicialmente.
Ver másCómo no ser esclavo del sistema
Estamos en un punto crucial de nuestra historia. Para quien, como yo, desee un futuro de paz y prosperidad para las generaciones que están por venir, ha llegado el momento de pensar muy en serio qué significan los derechos humanos y las libertades fundamentales, cómo funcionan y cómo podemos protegerlos. Son universales, indivisibles e inalienables. La libertad de pensamiento se sitúa y funciona junto a otros muchos derechos. Pero en general ha sido descuidada, con una complacencia inapropiada. Si perdemos nuestra capacidad de pensar y formar opiniones libremente, seremos incapaces de defender cualquiera de nuestros derechos humanos. En cuanto hayamos perdido nuestros derechos, tal vez nunca los recuperemos. Antes de desperdiciarlos, deberíamos recordar de dónde proceden, por qué importan y cómo pueden salvarnos en el futuro.
Es hora de avanzar en la definición de qué significan en la práctica los derechos de pensamiento y opinión, para poder trazar un círculo protector en torno a ellos y encontrar el espacio mental necesario para pensar, sentir y entender con libertad. Necesitamos libertad de pensamiento para combatir el cambio climático, el racismo y la pobreza mundial, y para enamorarnos, reír y soñar. La libertad de pensamiento es un derecho individual, pero resulta crucial para la vida cultural, científica, política y emocional de nuestras sociedades. Nos da la oportunidad de tener pensamientos espantosos y apartarlos antes de actuar de acuerdo con ellos o de permitir que arraiguen; nos permite escoger cómo nos comportamos con los demás, moderar nuestro discurso de acuerdo con el contexto y la audiencia, y ser nosotros mismos. La libertad de pensamiento nos permite imaginar nuevos futuros sin tener que probarlos primero. Conserva nuestro espíritu dinámico y aventurero, nos mantiene seguros y, sobre todo, nos permite seguir siendo humanos.
No deseo frenar la tecnología. Este libro no es un manifiesto ludita que defienda el fin de la modernidad. Es un llamamiento urgente, sin embargo, a pensar qué le pedimos a la tecnología en el futuro y qué necesitamos para conservar nuestra humanidad y nuestra autonomía: estos deberían ser los principios rectores de nuestra relación con la tecnología y del desarrollo futuro de la industria tecnológica. Nuestro futuro no debería basarse en la mejor forma de monetizar la población mundial y obtener la dominación mundial para unos pocos. Debe basarse en lo que significa ser humano, y para eso debemos tener la libertad de pensar.
Casi sin darnos cuenta y de manera habitual compartimos nuestros pensamientos más íntimos con empresas tecnológicas. Sus algoritmos nos clasifican y extraen conclusiones preocupantes sobre quiénes somos y qué queremos. También configuran nuestros pensamientos, elecciones y acciones cotidianas, desde con quién salimos hasta qué votamos.