Un teléfono móvil de piedra en una portada de la Catedral de Calahorra. En la de Palencia, una gárgola con forma de fotógrafo más dos aliens que harían las delicias de Sigourney Weaver. El escudo del Athletic de Bilbao coronando la torre de una iglesia de Trujillo. Y en una tabica de la techumbre mudéjar de la seo de Teruel, una señora rumbosa con vestido hasta la rodilla y manga corta.
Son sólo cuatro excentricidades (¿de verdad lo son?) añadidas a monumentos centenarios, personajes o motivos contemporáneos por completo ajenos a los propios del edificio original (¿de verdad subsiste?) que aparecieron en el curso de restauraciones realizadas durante el siglo XX a la manera de una broma (¿tienen gracia?) o como una forma de datar la rehabilitación (¿no había otra manera?).
Hemos escrito "excentricidades", podríamos haber dicho "caprichos", "rarezas", "extravagancias"… No es fácil nominarlos. Se nos ocurre también la palabra "anacronismos", pero el arquitecto Fernando Díaz-Pinés, restaurador de la Catedral de Palencia (y coprotagonista de la tercera entrega de esta serie), sugiere evitarla porque "el anacronismo se entiende como un error, y no es exactamente esto".
Pero la mera presencia de esas "aportaciones" (digámoslo así por no emitir juicios de valor) nos invita a preguntarnos, de entrada, si no existen normas que determinan qué se puede hacer, y qué no, en una restauración monumental. Y la respuesta es… depende.
¿De qué depende?
"Depende primero de si el monumento está declarado Bien de Interés Cultural (BIC) o no –explica Javier Rivera Blanco, Catedrático de Historia de la Arquitectura y la Restauración de la Universidad de Alcalá–. En el primer caso hay que aplicar la Ley de Patrimonio Histórico Español (1985) y la concreta de cada Comunidad Autónoma. En todas, normalmente, se exige proteger la autenticidad del bien, y distinguir lo antiguo de lo nuevo. Algunas prohíben las reconstrucciones salvo con elementos originales, pero no se aplica siempre, como demuestran los casos del teatro de Sagunto o la gasolinera de Shaw de Madrid, por citar dos casos extremos". Toda la normativa pretende mantener las características del BIC, "aunque toda intervención de restauración supone una alteración por sí misma".
Pero si no es un BIC, la rehabilitación (por ejemplo, en el patrimonio industrial) sólo considera parte del edificio primitivo para darle una función contemporánea con elementos actuales, lo que permite eliminar zonas antiguas. "También hay libertad total, dependiente de la sensibilidad del arquitecto restaurador, cuando el edificio carece de catalogación o protección".
Hablemos ahora de esos elementos exógenos que mencionábamos al principio, e intentemos entender cómo han llegado hasta allí.
Fernando Álvarez Prozorovich, director del Master Restauración de Monumentos de la Universitat Politècnica de Catalunya, nos explica que "la escuela de la restauración científica moderna habla de cinco criterios: mínima intervención, distinguibilidad, reversibilidad, compatibilidad, y autenticidad expresiva". Pues bien, la inclusión de elementos modernos "puede tener que ver con una comprensión en mi opinión muy superficial del segundo (distinguibilidad). Este criterio se refiere a detalles físicos sutiles no a juegos de ironía en piedra para hacer reír a los amigos contemporáneos. Un cambio de plano, una pequeña incisión en un sillar, un tratamiento volumétrico sin detalle pero que satisfaga en la percepción distante la percepción de una serie de gárgolas, es suficiente".
En efecto, hay quien asegura que es la necesidad de diferenciar lo verdaderamente antiguo de lo restaurado lo que justifica la presencia de personajes o elementos en principio improcedentes. Rivera Blanco afirma que esa creencia viene de un teórico italiano llamado Camillo Boito, "que en 1883 defendió (y fue asumido por generaciones de restauradores posteriores) que había que dejar una marca, una fecha o una indicación de que lo restaurado pertenecía a determinada época. Así aparece el astronauta de la fachada de la catedral de Salamanca, las rúbricas del cantero en el museo-colegiata de Valladolid, o los azulejos con el nombre de los ceramistas en el pavimento del paraninfo de Alcalá de Henares".
En su opinión, "estas fórmulas anacrónicas son menos deseables que las que cambian el material, la textura o ligeramente el color, para que se distinga lo nuevo de lo viejo". Además, los criterios más actuales predominantes en las leyes internacionales "defienden que todo lo que se añada debe distinguirse, hacerse con formas contemporáneas y ser reversible, por si en algún momento se desea volver a la situación previa. Esto hace que junto a un monumento antiguo haya partes nuevas de nuestro tiempo, como en la ampliación del Museo del Prado".
Pero, acepta, siempre hay debate. Por ejemplo, "no se permite la reconstrucción de los budas de Bamiyán y en cambio la Unesco ha declarado patrimonio mundial a la ciudad de Carcasona, muy reconstruida imitando lo medieval por el arquitecto Viollet-le-Duc".
Eugène Viollet-le-Duc (1814-1879), arquitecto, arqueólogo y escritor francés conocido sobre todo por sus restauraciones, digamos, imaginativas, que definió así el concepto "restauración" en su Dictionnaire raisonné de l'architecture française du XIe au XVIe siècle: "Restaurar un edificio, no es mantenerlo, repararlo o rehacerlo, es restablecerlo, es restablecer el estado integral que tal vez no existió en su momento".
Nada extraño, por tanto, que como nos recuerda Álvarez Prozorovich, en la restauración de Notre-Dame de París se representara junto a los doce apóstoles, o impusiera una aguja desaparecida de la memoria de los parisinos. Encarna a la perfección el espíritu de una época en la que se plasma la idea de la restauración, que "es una idea moderna, existe de una manera digamos consciente desde principios del siglo XIX, cuando las cosas empiezan a desaparecer de verdad". Lo cual permite, a los más creativos, agregar algunos laureles de piedra con la intención de glorificar la historia de las naciones. "Cuando un país tiene necesidad de explicar su propia historia nacional, los monumentos, que son documentos en piedra, se transforman en objetos de adoración y de intervención más allá de lo que pudo haber sido la realidad del monumento, porque no había planos. Es algo que se considera normal hasta que empieza la restauración científica, que necesita justificarse con razones y que se detiene en el momento en que empiezan las hipótesis".
La consagración de la tecnología
Únase a todo esto el peligro que Rivera Blanco ve en la sacralización de la tecnología, algo que él denuncia desde hace tiempo. "La utilización de medios tecnológicos en el patrimonio se ha convertido en un fin, y solamente son una herramienta para que el ser humano utilice esos datos y los de la experiencia directa y a través de su formación y sensibilidad realice la mejor restauración posible, pero fruto de la reflexión. Tenemos que ser conscientes de que muchos avances de las diferentes modernidades han dañado más que mejorado los monumentos por aplicarlos en las restauraciones sin las debidas comprobaciones, así pasó con el uso del hormigón armado usado masivamente durante los años treinta hasta los setenta y ochenta y que ahora hay que eliminar por su evolución dañina, el mejor ejemplo es el Partenón de Atenas".
Sí, los expertos pueden servirse de métodos avanzadísimos para conocer el rincón más recóndito de cada monumento, "pero siempre es el ser humano el que debe actuar sobre ellos y no programas que saben interpretar, pero no tienen sensibilidad para comprender los factores producidos. Esto es lo que yo he llamado ya hace más de veinte años la dictadura del laboratorio, que en no pocas ocasiones, multiplica innecesariamente los costos de las restauraciones".
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Y en esa tarea, es ahora Álvarez Prozorovich el que habla, hay que considerar dos valores que a veces están en oposición: los estéticos y los históricos. "Si conservamos todas las capas históricas que se superponen en una catedral podemos estar atentando contra una imagen estéticamente más nítida, y viceversa. La historia exige no borrar los estratos, la estética pide que la forma sea cerrada y clara, salvo en el caso de las ruinas. Pero en el caso de muchos edificios de piedra (religiosos, civiles, de defensa) aparece el problema del valor, su valor instrumental, en tanto se usan cotidianamente".
Conciliar los valores de uso contemporáneo con los valores rememorativos supone siempre un conflicto potencial. Aun así, él cree que "los valores que deberían prevalecer son los estéticos, entendiendo aquí no solo el aspecto exterior sino el entorno que soporta el edificio y le da sentido".
Sentado todo lo cual, en las próximas semanas vamos a intentar entender qué pintan un móvil, un fotógrafo, unos aliens, el escudo de un club de fútbol y una señora con mucho remango en edificios que, en principio, no los acogieron. Y de paso, conoceremos edificios que bien merecen una visita.
Un teléfono móvil de piedra en una portada de la Catedral de Calahorra. En la de Palencia, una gárgola con forma de fotógrafo más dos aliens que harían las delicias de Sigourney Weaver. El escudo del Athletic de Bilbao coronando la torre de una iglesia de Trujillo. Y en una tabica de la techumbre mudéjar de la seo de Teruel, una señora rumbosa con vestido hasta la rodilla y manga corta.