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Los técnicos de espectáculos, una profesión arrasada por el covid-19: "Estamos desesperados"

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Robert Ballester lleva años en esto. Empezó a trabajar como técnico de sonido en 1987, fue técnico de monitores en las ceremonias olímpicas de 1992, ha trabajado durante años con Josep Carreras, ha visto cómo cambiaba el mundo de la música desde que viajaba con Manolo García o Santiago Auserón hasta las giras de las últimas ediciones de Operación Triunfo. Es profesor del Institut del Teatre en Cataluña y también trabaja habitualmente en una sala de conciertos, además de mezclar el sonido para algunos programas de televisión. Hace de todo. Y aun así, desde marzo, está parado. El último bolo que tuvo fue el de Isabel Pantoja en el Wizink Center de Madrid el 6 de marzo —un concierto del que no guarda buen recuerdo— y el próximo no llegará hasta el 7 de septiembre, cuando "si todo va bien" trabajará en la gala de entrega de los Premios Max de las artes escénicas, desde Málaga. Y el suyo es uno de los oficios a los que nos asomamos en esta sección, donde nos fijamos en labores culturales que se quedan fuera de los focos.

"Ahora mismo estamos desesperados", dice, al otro lado del teléfono, "yo no sé cómo vamos a aguantar hasta junio". Ballester, miembro del sindicato catalán de técnicos de espectáculos Tecnicat (este es parte, a su vez, de la plataforma estatal PEATE), no es nada optimista con el futuro cercano del sector. Los trabajadores de la música, cuenta, han perdido la temporada estival, de la que obtienen la mayor parte de sus ingresos anuales —con el buen tiempo, llegan los conciertos al aire libre, los grandes festivales y las fiestas municipales—, y no cree que las salas vayan a poder retomar su actividad habitual en otoño. "Cada vez hay más gente que ve que hasta el verano del año que viene no trabaja. Si ahora, que es lo que nos hace sobrevivir en invierno, no trabajamos, ¿cómo vamos a hacer?", se pregunta. Y no se trata solo de que su trabajo tenga un fuerte componente estacional, sino también de las condiciones de contratación que se han dado hasta ahora en el sector. 

Ballester, como sus compañeros de profesión, se encarga, básicamente, de que una actuación suene bien. Eso no implica solo el trabajo durante el espectáculo en sí —los espectadores les pueden ver tras la mesa de sonido o a los lados del escenario, habitualmente vestidos de negro—, sino el que se hace antes y después. Primero, reunirse con el artista y la promotora, acordar qué sonido se quiere conseguir y qué material se necesita para ello. Luego, conseguir ese material, normalmente a través de una empresa con la que trabaja la promotora, e instalarlo. "Yo llevo más de 30 años", apunta, "y cada vez los equipos son más fáciles de usar, pero exigen montajes más complejos". Quedan los ensayos previos y las pruebas de sonido, además de la recogida final. Cuando se trata de varias actuaciones seguidas, como festivales y fiestas, eso se traduce en jornadas de 14 y 16 horas durante varios días consecutivos. 

"Se nos contrata como autónomos por interés de las empresas y las administraciones", critica Ballester. Con un empleado con contrato, dice, esas jornadas laborales no serían legales; con la figura del autónomo, hay una mayor ambigüedad. "La alegalidad es que se supone que un autónomo hace el horario que le dé la gana, porque es un empresaio. Pero no es verdad, nosotros hacemos el horario que nos imponen y trabajamos con los medios que nos dan", protesta. Así, las mayoría de promotoras del sector, cuentan con "una media de tres técnicos en plantilla" y "una agenda de 40 técnicos". Sobre esos trabajadores que van llamando para tal o cual proyecto, dice, "no tienen ningún tipo de responsabilidad": "Tú empiezas una gira y te rompes un dedo y nadie se hace cargo de ti". Este modelo, en su opinión, ha venido muy bien a promotoras y ayuntamientos, porque con una plantilla de autónomos "se pueden hacer actos más chulos, más grandes, más días, por el mismo dinero". Y deja un recado: "Cuando se aumenta el presupuesto de cultura, nunca se utiliza para tener a los trabajadores en mejores condiciones". 

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Los sindicatos de técnicos de espectáculo llevan tiempo luchando en dos direcciones: una, lograr un convenio colectivo del sector; otra, ser considerados dentro del régimen especial de artistas. Este régimen de la Seguridad Social que reconoce en parte algunas características de los trabajadores en espectáculos, como es el hecho de que se les contrate por actuaciones, no por semanas o meses. Sin embargo, los técnicos de espectáculos están excluidos de este régimen, aunque, según defienden los sindicatos, estén sometidos a las mismas condiciones de intermitencia (un concierto aquí, otro allá, hasta dentro de dos meses nada) que un músico o un actor. "Eso nos daría un poco más de protección a partir de ahora", dice. Y más cuando en esta legislatura tendría que continuar avanzándose en la implantación del Estatuto del Artista, aprobado en el último Consejo de Ministros de 2018

De hecho, su exclusión del régimen especial es lo que ha impedido que accedan a las prestaciones extraordinarias por desempleo que puso en marcha el Gobierno tras la crisis sanitaria, dedicada a los artistas de espectáculos públicos y vetada a los técnicos. Por otra parte, los pocos que son empleados como trabajador por cuenta ajena no suelen alcanzar los dos meses de contrato, por lo que tampoco optaban a las ayudas extraordinarias por finalización de contrato temporal. "Nos han excluido", protesta Ballester. "A mí me ofrecen por ejemplo un crédito ICO, pero ¿para qué quiero yo un ICO, si es que yo no funciono como una empresa?". Ahora, explica el sindicalista, la mayor parte de los técnicos sobrevive gracias a ahorros o a la prestación extraordinaria para autónomos por cese de actividad, aprobada también frente al covid-19 y a la que sí tienen acceso en teoría, que supone "661 euros al mes". "Eso nos dura hasta septiembre", dice, "¿y luego qué?". 

Ballester considera que su oficio, y el de resto de técnicos del espectáculo, es un trabajo "que la gente no conoce, que no se valora", pero que conlleva "una complejidad técnica importante". "Son fundamentales para la cultura, si yo no trabajo el músico no suena", reivindica. Tras un verano de sequía, se avecina un invierno donde habrá "siendo optimistas, el 10% del trabajo habitual". El técnico echa cuentas: "Necesitamos ayudas directas ya. ¿Cómo quieren que vuelva a haber conciertos en algún momento si nos han dejado por el camino?". 

Robert Ballester lleva años en esto. Empezó a trabajar como técnico de sonido en 1987, fue técnico de monitores en las ceremonias olímpicas de 1992, ha trabajado durante años con Josep Carreras, ha visto cómo cambiaba el mundo de la música desde que viajaba con Manolo García o Santiago Auserón hasta las giras de las últimas ediciones de Operación Triunfo. Es profesor del Institut del Teatre en Cataluña y también trabaja habitualmente en una sala de conciertos, además de mezclar el sonido para algunos programas de televisión. Hace de todo. Y aun así, desde marzo, está parado. El último bolo que tuvo fue el de Isabel Pantoja en el Wizink Center de Madrid el 6 de marzo —un concierto del que no guarda buen recuerdo— y el próximo no llegará hasta el 7 de septiembre, cuando "si todo va bien" trabajará en la gala de entrega de los Premios Max de las artes escénicas, desde Málaga. Y el suyo es uno de los oficios a los que nos asomamos en esta sección, donde nos fijamos en labores culturales que se quedan fuera de los focos.

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