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‘Black mirror’, cuentos de terror con moraleja para nosotros, los cómplices

Black mirror viene a atormentarnos mientras nos fascina como los cuentos a los más pequeños. Como la terrible historia de Caperucita Roja dice a las niñas y niños lo que les puede pasar si dejan que un adulto les embauque, esta serie antológica nos explica a los adultos lo fáciles de engañar e ingenuos que somos.

Eso, por un lado. Por el otro no nos permite hacernos ilusiones ni mirar hacia otro lado. Cada uno de nuestros comportamientos tendrá consecuencias. Aunque nos quitemos importancia por nuestras acciones individuales, nuestros hechos pueden hacer y hacen un mundo peor.

Una notable sexta temporada

La sexta temporada lleva menos de una semana disponible con sus cinco episodios en Netflix y ya tiene un puñado de detractores. Algunos inevitables al grito no muy original de “tú antes molabas”.

Me parece sin embargo una tanda estupenda para disfrutar y para sufrir agudamente a ratos, incluso para reír por momentos. Desde luego para comerse un poco la cabeza con las creativas posibilidades que explora. Lo que se espera de esta serie de terror tecnológico creada por Charlie Brooker.

Tres episodios clásicos, dos inesperados

Por lo menos los tres primeros episodios. Puro canon, tres excelentes representantes de las virtudes que fascinaron a los espectadores de esta propuesta creada hace doce años. Los dos últimos incluyen algo que también se espera de la serie, lo inesperado.

La temporada comienza con Joan es horrible, puro goce Black Mirror, lleno de giros, sorpresas, innovaciones, bromas privadas, un reparto de escándalo, y una intriga que nos va llevando a un final en el que todo se explica y todo permite una nueva interpretación de lo que hemos visto.

Joan es horrible, Joan somos todos

Annie Murphy, Salma Hayek, Michael Cera o Rob Delaney son algunos de los intérpretes más conocidos del elenco. La aceptación de cookies o la de los términos y condiciones que regalamos alegremente y los peligros de la inteligencia artificial se encuentran en una acción que se toma su tiempo en presentar la situación. Lo hace para coger carrerilla y entrar en una sucesión de giros tan entretenidos como sugerentes.

En este primer episodio surge un trasunto de la propia Netflix, Streamberry, una plataforma digital imaginaria igual que la real en la que estamos viendo la serie. Aparece como culpable de una parte de los males que vendrán. Y el castigo al papel representado por esta Netflix de ficción se prolonga en el siguiente episodio.

Loch Henry, un episodio de terror espeluznante

Loch Henry, este segundo relato de la serie, comienza pausadamente. Casi con parsimonia, va creando una atmósfera poco trillada, más rural que la habitual, situada en Escocia.

La acción se va tornando terrorífica, escalofriante, y solo acabado el episodio, con el último plano del último segundo, se alcanza a comprender la magnitud de la reflexión que acaba de concluir.

Y nosotros, la audiencia, que no pintábamos nada en lo que se estaba contando, acabamos siendo cómplices de una peligrosa deriva de la banalización del mal, de la conversión en espectáculo de lo morboso.

Y es que ya sabemos que los algoritmos premian los rincones más irracionales de nuestra mente y provocan los comportamientos más horribles para luego ser satisfechos, pero seguimos permitiendo que esa rueda gire.

Drama romántico con regalo envenado

En el tercer episodio, Beyond the sea, se combinan de manera perfecta elementos que podrían haber parecido incompatibles. La soledad enloquecedora de los exploradores espaciales abre hueco al centro del episodio, un romance que recuerda a Los puentes de Madison.

Aunque, por supuesto, contiene un regalo envenenado. Y aún queda hueco para una escena de horror setentero a lo Familia Manson con participación del pequeño de los Culkin, Rory.

Protagonizan el episodio con carisma y matices Aaron Paul, Josh Harnet y Kate Mara. El brillo de los protagonistas y una duración de ochenta minutos convierten la entrega en algo más parecido a una película que a un capítulo.

El episodio de la polémica, el de la metamorfosis

En el cuarto episodio, Mazey day, comienza la polémica. La serie apunta una metamorfosis a otra cosa, en sentido literal y metafórico, a un terror que se despega de la tecnología como protagonista. Lo hace solamente en su tramo final.

Por lo demás, es reconocible la identidad del conjunto del título. Contiene una bofetada de realidad cuando recuerda que los terrores de las pantallas negras no solo nos esperan en el futuro. Algunos conviven con nosotros de tal manera que ya no nos damos cuenta de que lo son.

También se alude de forma indirecta a la otra seña de identidad del título, la carga de alegoría moral en la que nosotros, espectadores, compartimos culpas con los verdaderos malvados.

Nuestro comportamiento digital produce monstruos

Es nuestro morbo, nuestra adicción a conocer la vida de los demás, en este caso concretamente la de los famosos, sin preocuparnos por los efectos de su escarnio público para nuestro entretenimiento, el que nos involucra en el problema.

Las intenciones pueden ser clásicas dentro de la antología, pero la búsqueda de sorpresa y novedad en este caso resulta algo forzada y menos lograda que en otros episodios.

¿Hacia una secuela?

Ya lo hemos visto en temporadas anteriores, Charlie Brooker puede ser irregular. Pero qué pequeño precio a pagar por su deslumbrante imaginación, por la riqueza apabullante de sus reflexiones y de los mundos que crea.

En el quinto y último capítulo, Demonio 79, se consagra la transformación de Black mirror en un nuevo concepto. Esta vez anunciado por un magnífico rótulo que anuncia una segunda línea derivada de la franquicia.

Un cartel muy de género de terror aparece como un sello en el que ya no se hace referencia al negro de las pantallas sino al rojo de la sangre, Red mirror presents. Brooker ha afirmado que estuvo dudando hasta el último momento si añadir el rótulo en otro episodio de la tanda.

Quiere sorprender a su público y a sí mismo, aunque no ha aclarado del todo si este puede ser el desdoblamiento en dos de esta serie de culto siempre dispuesta a transgredir sus propias reglas.

La amenaza racista

Sin embargo, tras ver con desconcierto el episodio por la falta de amenaza digital, se aprecia el rasgo común de toda la serie. Corremos un serio peligro. En este caso la alarma viene del fascismo. La acción se transporta a una ciudad del norte de Reino Unido en 1979, poco antes de la llegada de Margaret Thatcher al poder.

Una joven dependienta en la sección de zapatería de un almacén, Nida, interpretada por la excelente Anjana Vasan, sufre el racismo de forma habitual y creciente.

¿Qué vas a hacer tú para parar el fascismo?

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Por debajo de la peripecia, teñida por cierto de un abundante humor negro, yace una pregunta clásica. ¿Qué harías tú si pudieras evitar que llegue el fascismo? ¿Matarías o preservarías tu moral y verías después el mundo arder?

Charlie Brooker ha sido guionista en exclusiva de toda la temporada, salvo en este episodio, que ha escrito con Bisha K. Ali, cómica británica de origen pakistaní que ha sido jefa de guion de Ms Marvel. Han creado un episodio diferente y perturbador. Lleno del ingrediente que según Brooker más le gusta para sus historias, la indignación divertida.

Como siempre, pasado el efecto sorpresa al verlo flota en el aire la pregunta a cada persona que ha visto la serie. “¿Qué vas a hacer tú? No finjas que no estás viendo lo que está pasando. El populismo de corte fascista está creciendo. ¿Te vas a quedar mirando? Yo he hecho está serie”, parece decir Charlie Brooker, “y te acabo de pasar la bola”.

Black mirror viene a atormentarnos mientras nos fascina como los cuentos a los más pequeños. Como la terrible historia de Caperucita Roja dice a las niñas y niños lo que les puede pasar si dejan que un adulto les embauque, esta serie antológica nos explica a los adultos lo fáciles de engañar e ingenuos que somos.

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