Si creemos a Netflix —sus datos no están auditados externamente—, El juego del calamar va camino de convertirse en su producción original más vista nunca. Esta miniserie surcoreana de nueve episodios de unos cuarenta minutos cada uno, subida al completo a la plataforma para poder degustarse en atracón, es sin duda un enorme éxito en la conversación global. Ha generado ruido en las redes sociales, sus memes se difunden ya a toda velocidad y es objeto de análisis en numerosos artículos de prensa.
La serie es muy recomendable para el público que soporte violencia y sangre en abundancia. Es un rompecabezas muy satisfactorio, lleno de personajes atractivos, con ritmo vertiginoso, enorme pegada visual y muy difícil de ver sin implicarse personal y moralmente.
Para muchos espectadores, resultará una propuesta profundamente original y sorprendentemente bien estructurada. La realidad es que es el magnífico resultado de la suma de numerosas influencias, muchas veces de forma muy directa. Se está consolidando un género que podría llamarse battle royale o el laberinto del minotaurobattle royale que tiene ya varias obras en su haber y del que Hwang Dong-hyuk ha tomado préstamos en muchos casos literales.
Remontándonos al origen del género en concreto está una de las mentes más brillantes y fecundas de la historia de la literatura de terror, la del maestro Stephen King. En una de sus primeras novelas, en 1979, firmada con pseudónimo, La larga marcha, planteó varias de las bases de estos relatos. En su historia, un poder oscuro en un Estados Unidos futuro y dictatorial obliga a unos jóvenes a concursar en una carrera a vida o muerte en la que solo puede haber un ganador. Un participante especialmente noble y valiente quiere rebelarse contra esta competición cruel e injusta además de salir con vida del reto. Y aún escribió otra historia con temática similar, El fugitivoEl fugitivo, que fue adaptada libremente al cine como El protegido y protagonizada por Schwarzenegger, para disgusto de King. En la obra original, situada en el futuro, se organizan concursos degradantes y mortales para consumo público. El protagonista endeudado y con una hija enferma se ve obligado a participar.
Las culturas clásicas inspiran este tipo de desafíos para el héroe. En Grecia, la leyenda de TeseoTeseo en el laberinto en el laberintoparte de la exigencia de sacrificios humanos a los dioses. Catorce jóvenes atenienses son entregados en Creta al minotauro, mitad humano mitad toro, cada año. Teseo se ofrece voluntario para la misión, de solución casi imposible, pues además de matar a la bestia debe encontrar la salida del laberinto, pero gracias a la colaboración de su amada, Ariadna, su valor y su ingenio lo consigue.
El antecedente de Roma es mucho más terrible por ser real. El espectáculo de los gladiadores estuvo vigente durante siglos con variables reglamentos y el dilema para los participantes de tener que convertirse en asesino para seguir viviendo, para divertimento de las élites y el pueblo.
Roma y Grecia son antecedentes más lejanos, pero desde Stephen King se comienza un hilo más continuo hasta El juego del Calamar. En 1999, el japonés Koushun Takami escribe Battle RoyaleBattle Royale, una novela que actualiza la historia de Teseo, la une con el control tecnológico y con un tipo de combate de la lucha libre, el que enfrenta a todos contra todos y en el que solo uno de los participantes puede ganar y que es el que le da nombre. Takami admitió estar influenciado por La larga marcha de Stephen KingLa larga marcha , que era su novela favorita. Las similitudes con El Juego del Calamar son abundantes, muchas en estructura, personajes, avances y otras muy específicas, como que a los participantes se les sube en una furgoneta que se fumiga con un narcótico para que no vean el camino, mientras el conductor emplea una máscara de gas. Las ventas de los mangas de Battle Royale, derivados de la novela, se han reactivado en algunas tiendas a raíz del estreno de El juego del calamar.
Sin embargo, Hwang Dong-hyuk ha sido acusado de plagiar otra obra, el manga japonés de 2012, luego convertido en película, Como Dios quiera, de Kami-sama no lu ToriComo Dios quiera, en la que la primera prueba que pasan los involuntarios participantes en el sádico juego es también un mortal escondite inglés. El autor del Calamar niega este plagio, pero indudablemente tiene buen ojo para incorporar a su serie elementos icónicos de otros. El propio vestuario de los trabajadores remite a La casa de papel o a El cuento de la criada. La casa de papelEl cuento de la criadaLas influencias que él mismo reconoce abiertamente son Battle Royale y el manga llamado en inglés Liar game, de Shinobu Kaitani.Liar game
Como Dios quiera es otro exponente de este incipiente género de sacrificios humanos a los dioses en su versión futurista de juegos por etapas. Otro éxito enorme del género fue unos años antes la saga literaria estadounidense de Los juegos del hambre, escrita en 2008 por Suzanne CollinsLos juegos del hambre, y luego convertida en películas. La distopía, el sacrificio mortal de jóvenes a poderes injustos, la lucha por la supervivencia y la heroína noble, valiente y rebelde que desafía las reglas y al propio sistema injusto estaban presentes en su obra. También en otra serie japonesa, que se puede ver en Netflix, Alice in Borderland.Alice in Borderland Basada en los mangas que comenzaron a publicarse en 2010 con el mismo nombre, los personajes se ven envueltos en juegos mortales con esquemas y dilemas muy parecidos a los de El Juego del calamar a los que añaden la referencia a Alicia en el País de las Maravillas, en el que la protagonista abandona la lógica del mundo que conocía y se ve obligada a adaptarse a unas reglas antes de comprenderlas.
El manga Kaiji, que empezó a publicarse en 1996 y ha sido adaptado como anime repite la estructura al milímetro, y le añade el que el protagonista sea un perdedor endeudado y jugador. Además, varios de los juegos son parecidos a los del éxito de Netflix.
Como en cualquier género fantástico, las referencias son muy abundantes. Las obras de vampiros, zombies, hombres lobo, encuentros alienígenas, superhéroes y otras tantas están más consolidadas, y se construyen aceptando todo el grueso de la tradición que otros han creado antes y añadiendo variaciones y novedades. Hwang Dong-hyuk ha combinado todos los ingredientes de sus antecesores y quizá ha tenido el acierto de hacerlo con un tono y personajes más adultos, cuando la mayoría de sus antecedentes tenían exclusivamente participantes adolescentes, y hacer mayor hincapié en el drama personal y en la denuncia social. Puede que con esta serie y su repercusión veamos crecer una corriente de obras similares.
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Quizás le haya ayudado al Calamar el factor nacional. La ola coreana, o hallyu, es el término que designa la importancia de la cultura pop coreana en los países de su entorno a partir de los años 90. El pequeño país oriental ejerce un poder blando muy destacado y nada casual. Los gobiernos reaccionaron al dominio hollywoodiense desde 1995 con proteccionismo y apoyo a sus industrias culturales. Los resultados fueron rápidos y espectaculares y, además de la mejora del cine nacional en taquilla, surgió el ahora planetario fenómeno del K-pop, el éxito de bandas de jóvenes cantantes y bailarines.
Dentro de ese rico ecosistema, el guionista y director, Hwang Dong-hyuk, es una de las principales figuras del cine coreano. Formado en Seúl y en Los Ángeles, ha enlazado en su carrera enormes éxitos de público y de prestigio con la peculiaridad de que lo ha logrado en diferentes géneros. Ha triunfado en drama, en comedia romántica musical, en epopeya histórica y ahora en terror fantástico. El reparto de su serie también cuenta con varias figuras del cine surcoreano. Su protagonista, Lee Jung-jae es una superestrella en el país asiática, aunque al principio su comedia pueda parecer un poco histriónica a ojos poco acostumbrados a la cultura asiática. Personajes con papeles más cortos son también algunos de los principales intérpretes nacionales.
Aunque la serie parece destinada a tener una segunda temporada, esta aún no ha sido confirmada por su creador, que afirma que tendría que contratar colaboradores en el guion, algo que no acostumbra a hacer y que no tiene prisa por ponerse a ello.
Si creemos a Netflix —sus datos no están auditados externamente—, El juego del calamar va camino de convertirse en su producción original más vista nunca. Esta miniserie surcoreana de nueve episodios de unos cuarenta minutos cada uno, subida al completo a la plataforma para poder degustarse en atracón, es sin duda un enorme éxito en la conversación global. Ha generado ruido en las redes sociales, sus memes se difunden ya a toda velocidad y es objeto de análisis en numerosos artículos de prensa.