Jeffrey Dahmer ha pasado al odioso olimpo de los asesinos en serie conocido como “el carnicero de Milwaukee” tras asesinar a diecisiete jóvenes varones, en su mayoría gais, en su mayoría no blancos, durante los años ochenta. La necrofilia y canibalismo formaron parte de sus prácticas en varios casos.
No por primera vez la ficción se ocupa de él. En esta ocasión en forma de miniserie de diez episodios, en Netflix, con un enorme éxito de audiencia. Durante su primera semana disponible fue la ficción más seguida internacionalmente. La plataforma ha anunciado también que ya se ha convertido en la segunda serie de habla inglesa más vista en toda su historia.
En la lista de grandes éxitos de Netflix
Es difícil saber qué teclas se tocan y de qué manera para lograr un triunfo de audiencia. Pero la lista de los cinco mayores éxitos de Netflix a día de hoy proporciona algunas pistas. En primer lugar, se sitúa El juego del calamar, con mil seiscientos cincuenta millones de horas vistas, después la cuarta temporada de Stranger things (1.350.000 horas), le sigue la quinta entrega de La casa de papel, (792.000) Dahmer (701.370, y subiendo) y en quinto lugar la segunda temporada de Los Bridgerton (656.250).
Las cuatro primeras propuestas incluyen violencia como uno de sus ingredientes principales y son efectistas. Las cinco son juveniles, aunque no excluyentemente, desde luego. Estas cuatro tienen algo de parque de atracciones, con momentos de intriga creciente hasta lo angustioso que a veces se resuelven con alivio y otras en tragedia. Todas pertenecen a lo que en el gremio televisivo se conoce como high concept, es decir, que la premisa inicial se sale de lo cotidiano, que con solo ser enunciada genera un impacto.
Basado en una realidad inverosímil
En este pódium solo Monstruo cuenta una historia real. Pero de las que parecen inverosímiles. Cómo un joven de una inteligencia mediocre, más chapucero que meticuloso, pudo ejecutar esa asombrosa cantidad de crímenes sin que la policía le parase los pies.
La serie tiene indudables méritos propios, pero la polémica sobre el regodeo y sensacionalismo ha comenzado también a rondarla. A pesar de que sus creadores han afirmado no querer centrarse en el asesino tanto como en sus víctimas, lo cierto es que el primer par de episodios detallan los crímenes con una parsimonia casi insoportable. Quizás no gore, pero la sangre no es el único camino que lleva a lo morboso.
El asesino, las víctimas y otros temas de los que hablar
Solo más adelante se abren espacios para otros temas, la educación del monstruo, su psicología, la negligente y racista investigación policial, la cultura popular trivializando el dolor o la mercantilización de la tragedia.
El episodio seis se presenta como un ejercicio singular dentro de la serie. La sordera de una de las víctimas de Dahmer, Tony Hughes, da pie a un capítulo especialmente emotivo lleno fragmentos silenciosos cuando se muestra su punto de vista, alternados con momentos sonoros.
En él se profundiza más en la víctima que en el verdugo, en su familia y en su optimista personalidad. Pero si, por un lado, el episodio está a la altura de lo que los creadores dicen pretender, por el otro evidencia que otros capítulos no lo están.
El capítulo siete se centra en uno de los personajes más importantes durante toda la miniserie, el de Glenda Cleveland, vecina pared con pared del asesino, quien alertó numerosas veces a la policía de los ruidos y olores que provocaba Dahmer, e incluso pudo haber evitado la muerte del más joven de entre sus víctimas si los agentes que acudieron a la casa le hubieran atendido debidamente cuando denunció los hechos.
Este episodio se titula Casandra, en homenaje a la leyenda griega en la que a la hija de reyes se le concedió el don de la profecía, que no sirvió para que la creyeran cuando alertó de la trampa que escondía el caballo de Troya.
Los asesinos en serie en la cultura popular
Las últimas entregas incluyen cada vez más reflexiones acerca del lugar que ocupan los asesinos en la cultura popular, de lo ambiguo de difundir sus andanzas con el resultado, aunque sea indeseado, de glorificarles, en una meta reflexión que no lleva a ninguna conclusión definitiva.
El debate sigue igualmente abierto. En la serie se denuncia que se pusiera de moda el disfraz de Dahmer para Halloween o se codiciaran los objetos del psicópata. Pero a día de hoy, el protagonista de la serie, Evan Peters, sigue expresando el horror de la frivolización de su personaje.
Especialmente en TikTok, una de las redes sociales más juveniles, donde circulan vídeos buscando las fotografías de los cadáveres que tomaba el asesino, o montajes con los planos más calientes del protagonista, como si fuera un icono sexual.
Peters enfatiza en sus entrevistas que su obsesión era no romantizar, no revestir de glamur al asesino, pero el mero hecho de poner su figura en el centro conlleva una parte de responsabilidad en este resultado.
La paradoja del respeto a las víctimas
La misma paradoja se produce con las víctimas. Ryan Murphy, creador de la serie, se fijó como regla honrarlas y no mortificarlas, pero algunas han protestado por el tratamiento de la narración o por momentos particulares del relato. La denuncia de frivolización de terribles asesinatos no exime de caer en lo mismo.
Por otro lado, indudablemente la serie está bien realizada. La fotografía con grano y colores ochenteros refuerza la perfecta ambientación. Y los saltos temporales se enlazan con estilo, recogiendo miguitas que se han ido dejando sembradas previamente. Los actores están imponentes y sus personajes vigorosamente escritos.
Peters realiza un trabajo impecable. El actor ya ha colaborado con Ryan en cinco temporadas y varios especiales de American Horror Story. Por su papel de policía en la miniserie Mare of Easttown recibió el premio Emmy. Destacan el personaje del padre del asesino, encarnado por un intrigante Richard Dale Jenkins, el patriarca de A seis metros bajo tierra y la intérprete de la vecina del criminal, Niecy Nash.
Con sus virtudes y defectos es una serie absolutamente característica de su autor, Ryan Murphy. El guionista y director firmó en 2018 firmó un contrato de desarrollo de proyectos en exclusiva durante cinco años con Netflix. El acuerdo incluía una cláusula de compensación de 300 millones de dólares, lo que le convierte en uno de los productores ejecutivos mejor pagados del mundo.
Divas, gays y asesinos
Murphy tiene muchos éxitos a sus espaldas desde Nip/Tuck a Glee, o las exitosas sagas American Horror Story y American Crime Story. También tiene algunos fracasos, aunque su saldo es impresionantemente positivo dado lo prolífico que resulta escribiendo, dirigiendo y produciendo.
Le gustan especialmente las historias de criminales, las grandes divas y personajes gays. Eso no excluye que haya desarrollado también guiones de otros varios estilos. Ya había tratado el tema de un asesino de homosexuales cuando recreó durante una temporada de American Crime Story la historia del joven que terminó con la vida de Gianni Versace.
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El guionista ha desarrollado toda su carrera hablando abiertamente sobre su homosexualidad. Parte del interés en concreto por estos asesinos en serie puede ser una denuncia ante la falta de compromiso policial a la hora de investigar crímenes de esta naturaleza.
Activismo a favor de la diversidad
Murphy ha podido crear cierta controversia con la serie, pero fuera de pantalla es un indiscutible activista por la diversidad. Además de numerosas e importantes donaciones a organizaciones LGTBQ+ o para luchar contra el SIDA, se ha unido a un proyecto para fomentar la igualdad de oportunidades de mujeres y minoría tras las cámaras. Esta miniserie es un ejemplo de ello en la dirección.
En la creación ha contado con la colaboración de Ian Brennan, uno de los guionistas con los que más recurrentemente trabaja. Juntos ya tienen en Netflix un nuevo éxito, El vigilante, una miniserie de terror basada también en hechos reales. Puede ser una coincidencia o el comienzo de una nueva edad de oro Murphy.
Jeffrey Dahmer ha pasado al odioso olimpo de los asesinos en serie conocido como “el carnicero de Milwaukee” tras asesinar a diecisiete jóvenes varones, en su mayoría gais, en su mayoría no blancos, durante los años ochenta. La necrofilia y canibalismo formaron parte de sus prácticas en varios casos.