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‘The Crown’, salvar al heredero Carlos

Peter Morgan, el autor en solitario de The Crown, ha vuelto a entregar una temporada lujosa y entretenida, lastrada en esta ocasión por un deseo cada vez más frontal de redimir tanto a la reina Isabel como al entonces heredero Carlos de Inglaterra en sus años más convulsos, durante buena parte de la década de los noventa.

La extraordinaria repercusión de su serie de Netflix ha convertido al guionista en el rey de los historiadores a pesar de escribir historia-ficción. El propio Morgan parece verse afectado por la importancia que su relato ha adquirido para la monarquía y para el público.

Malos tiempos para el príncipe

En esta ocasión ha querido virar el sentir de los espectadores que él mismo había contribuido a construir en la temporada pasada. Gran parte de la audiencia se había sentido más identificada con la vulnerable y bulímica Lady Di que con una familia real que la había atraído a su seno sin darle después una posición aceptable.

Los acontecimientos ocurridos entre 1991 y 1996, los contados en la temporada, no ponían las cosas fáciles al propósito de Morgan. Entre ellos tenía que pasar por el famoso tampongate, como se llamó a la impactante filtración de una conversación entre el príncipe Carlos y Camila Parker Bowles cuando ambos aún estaban casados con otras personas y en la que compartían confidencias íntimas. “Me gustaría ser tu tampax” es una frase que cuesta remontar para ser rey.

De la manipulación a la persuasión

Pero Morgan es un extraordinario manipulador, cualidad que revela a un escritor magnífico. Es un placer ser manipulada en una obra de ficción. Conocer primero un punto de vista, emitir mentalmente un veredicto y que luego el autor o la autora muestre una realidad que estaba oculta y que nos hace ver que habíamos juzgado precipitadamente.

La satisfacción tras haber sido manipulada llega cuando al finalizar la obra, ya sea novela, serie, teatro…, reconocemos que hubiéramos opinado alegremente con información parcial y que la mirada más profunda mostrada en el guion nos ha ayudado a tener una aproximación mejor formada. La manipulación se convierte entonces en persuasión. Hemos sido persuadidos de la tesis que se propone.

En el caso del personaje de Carlos de Inglaterra en esta quinta temporada de The Crown la manipulación resulta un poco burda. La propia elección del actor que interpreta al heredero al trono es ya bastante tramposa.

Atractivo físico inverosímil

Al revés de lo que se hace con los demás personajes, de quienes se busca cierto parecido, o mucho, con su correspondiente real, Carlos es interpretado por Dominic West, quien protagonizó The wire, un actor con un físico imponente, irreconociblemente más atractivo que el propio príncipe.

Además, sin discutir que Carlos tuviera sus razones para actuar como lo hizo durante aquellos años, algo falla en la cantidad de esfuerzo empleado para mostrar su punto de vista en el divorcio.

La insatisfacción del ocioso

Más matices, pero también más contradicciones, presenta el otro dilema que recorre el personaje en la temporada, su papel como eterno heredero, frustrado al ver pasar los años sin conseguir su primer empleo, al que está destinado, el de rey.

El conflicto es apasionante, pero hacer pasar al príncipe por un moderno reformador que deslumbra al propio Toni Blair hasta el punto de que en la intimidad de su dormitorio le hace a su esposa un elogio desmedido de Carlos es pasarse.

Protestas de John Major y Tony Blair

A pesar del tratamiento obsequioso por momentos, se insiste en un fuerte deseo del hijo de la reina de buscar la abdicación de su madre para sucederla, expresado a los primeros ministros. Tanto John Major (The Guardian) como Tony Blair (The Telegraph), los gobernantes retratados en la temporada, han protestado en público por lo que consideran mentiras recogidas en la serie a este respecto.

Muchas voces británicas han pedido a Netflix un rótulo ante cada episodio que aclare que algunos hechos son verdad y otros ficción en la serie, pero de momento la plataforma y la propia producción se han resistido.

Morgan, por su parte, no concede muchas entrevistas. Sus últimas declaraciones han sido recogidas por la web promocional de Netflix, Tudum. En ellas, el autor afirma escribir “tan responsable y sensiblemente” como es capaz. Afirma mantener siempre en mente lo difícil que debe ser para personas reales ver su vida dramatizada. “No me tomo esa responsabilidad a la ligera” aclara.

Un favor que se puede atragantar

Pero tratando de ayudar a Carlos y Camila puede reabrir una vieja herida que el paso de los años iba cicatrizando, la de la muerte de Lady Di, que terminó de convertirla en un icono frente a la imagen poco atractiva de la pareja superviviente.

Esta temporada también cuesta adaptarse al cambio de todo el reparto, con una pareja real quizá demasiado vieja para lo que se retrata y donde solo destaca la nueva Diana, Elizabeth Debicki, que parece ella misma revivida.

Mitología británica

A pesar de estas objeciones, y de su mirada conservadora a la época que retrata, esta quinta entrega vuelve a ser valiosa. Morgan sigue creando una moderna mitología de forma rotunda, ayudado por una producción de lujo que continúa deslumbrando.

Sus episodios consiguen trascender la anécdota y contar algo con peso, con sustancia. Algunos lo hacen con versiones íntimas de los acontecimientos más conocidos y otros se dedican a sacar a la luz historias que no habían ganado las portadas hasta ahora.

Aquí lo hace en un capítulo dedicado a la relación de la familia británica con el asesinato del zar Nicolas II y toda la familia Romanov en el que nos transporta a la Rusia de Yelstin.

También merece un episodio la familia Al-Fayed. Mohamed, el patriarca, un egipcio de orígenes humildes ávido de reconocimiento social que aprende los modales ingleses gracias a un ayuda de cámara, Sydney Johnson, que había trabajado personalmente con el duque de Windsor.

Este episodio muestra algunos trucos de ilusionista de The Crown. El duque de Windsor es retratado como un aristócrata encantador sin espacio para recordar sus simpatías nazis. Al-Fayed aparece milagrosamente rico sin centrarse en cómo consiguió su fortuna. Incontables cabos sueltos en cada historia que permiten dudar de las intenciones al relatarla.

Cada temporada tiene su propia personalidad. Según la productora ejecutiva y directora Jessica Hobbs, el arco de la recién estrenada va desde el planteamiento de la relevancia de la propia reina en el inicio al cuestionamiento de la propia institución al final.

Ficciones colectivas que funcionan

En una audiencia privada entre la reina y John Major parece expresarse el punto de vista del autor con especial nitidez. El primer ministro y la monarca coinciden en que la corona, en primer lugar, y la BBC, en segundo, hacen de Reino Unido la Gran Bretaña.

Un país no es una demarcación administrativa para Morgan.

Yuval Noah Harari deslumbró en su libro Sapiens con su formulación de la teoría de que el ser humano es capaz de cooperar por millones de individuos gracias a su capacidad de crear ficciones colectivas.

Morgan recoge el testigo de esta teoría y se propone asentar los mitos británicos. Para ello, Carlos resulta esencial, porque Isabel II ya había alcanzado un estatus por encima del mal y del bien en vida, pero él tenía una posición muy débil para portar esa antorcha.

Algo parecido a lo que le ocurre con la monarquía le sucede con la BBC. Morgan afirma que no quiere cuestionarla de ningún modo y, sin embargo, tiene que contar una de sus horas más bajas. Cuando a través de la mentira consiguió y emitió la polémica entrevista con Ladi Di en el programa Panorama.

El reportero Martin Bashir acorraló a la princesa con documentos falsos, hasta conseguir sus declaraciones y solo veinticinco años después se descubrió la trampa.

En la temporada, simultáneamente, la BBC empieza a sufrir ante la competencia más moderna y atrayente de los nuevos canales de televisión privada. La propia reina y la reina madre sucumben a la variada oferta de las emisoras por satélite.

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La escena clave para la tesis de Morgan al respecto se da cuando el joven príncipe Guillermo ayuda a su abuela a hacer zapping mostrando que todas las cadenas ofrecen vulgaridades triviales y solo la aburrida pero confiable BBC, con su retransmisión de la actuación de un coro, porta la esencia británica. Una reflexión sobre el relativismo moral y el esencialismo a través de unos segundos con un mando a distancia.

Hacia el final de la serie

En teoría, la serie terminará la próxima temporada, que ya se está grabando, en parte en España, y parece que lo hará como Morgan terminó la película The Queen, de 2006, con la reina Isabel remontando con fuerza tras sus horas más bajas al distanciarse del pueblo en las exequias de Lady Di.

Probablemente sería el recorrido buscado por el guionista, quien se confiesa absoluto partidario de la reina y de Carlos III. Quien sabe si llevados por el éxito y por el fallecimiento de Isabel II ahora el punto final pueda replantearse y prolongar la serie. En su contra, cuanto más se acerca el tiempo de la ficción al de la realidad más se convierte el material en un campo de minas.

Peter Morgan, el autor en solitario de The Crown, ha vuelto a entregar una temporada lujosa y entretenida, lastrada en esta ocasión por un deseo cada vez más frontal de redimir tanto a la reina Isabel como al entonces heredero Carlos de Inglaterra en sus años más convulsos, durante buena parte de la década de los noventa.

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