Las de la última fila, con sus seis episodios subidos a Netflix, consigue emocionar, divertir, conmover y finalmente convencer. La escapada a las playas de Cádiz de las cinco protagonistas supone también un viaje para espectadoras y espectadores a una amistad muy bonita y creíble.
El grupo de amigas del colegio, las que por sus apellidos ordenados alfabéticamente se sentaban en la última fila, se han convertido en mujeres muy diferentes, unidas con una amistad más basada en toda una vida compartida que en la afinidad, una nueva familia.
Un viaje de amigas para enfrentarse al cáncer
Avanzada la treintena, a una de ellas se le detecta un cáncer. Todas se rapan el pelo y convierten el viaje anual que suelen emprender en una experiencia para vencer al miedo unidas, para empujar los límites y atreverse a hacer lo que siempre les ha dado vértigo.
En este punto de partida de la serie se establecen unas reglas. La primera, no se hablará de la enfermedad durante estos seis días encapsulados. Además, cada una de ellas ha metido en una cajita un papel con un deseo audaz, y anónimo, que todas deberán cumplir.
Buena estructura e intriga
Con estas normas, el creador de la serie, Daniel Sánchez Arévalo, consigue una estructura que no deja de avanzar y mantiene la intriga, un buen soporte para articular los episodios. Pero el verdadero hallazgo de su guion está en los diálogos, frescos, naturales, que suenan a la fuerza y la intimidad de las conversaciones reales.
Sánchez Arévalo ha contado con la asesoría de una psicóloga y también con la de su propia pareja, que le animó especialmente a escribir esta historia. Ella pasó por la experiencia del cáncer y tiene su propia pandilla de amigas. Ambas leían el guion durante la escritura y le aportaban seguridad en el mismo.
La autenticidad de las conversaciones entre amigas
Por lo demás, es autor único del texto. Destaca por su magnífico oído para las conversaciones entre mujeres, en las que se pasa de analizar unas las personalidades de las otras a darse consejos para hacer mejor caca o de planificar una juerga a llorar juntas.
Según ha afirmado en varias entrevistas, Sánchez Arévalo tenía una cuenta pendiente con el mundo femenino tras haber centrado la mayoría de sus películas en hombres. El autor de Primos, o La gran familia española puede darse por satisfecho porque ha conseguido un retrato lleno de verdad de un grupo de mujeres estupendas.
Personajes que parecen de carne y hueso
Sin estar perfiladas como caricaturas o estereotipos, vamos conociendo y entendiendo a las cinco protagonistas, sus puntos fuertes y sus debilidades, su lugar en la pandilla. Se llega a analizarlas de manera natural, sin crear situaciones que las sobreexpliquen, consiguiendo crear personajes reconocibles, con dilemas cercanos y muy universales.
Sus perfiles psicológicos se entienden perfectamente y recuerdan a personas que conocemos. Yo no podía evitar evocar a mis propias amigas o a la pandilla de mi hija, también cinco mujeres que crecieron juntas y estarán unidas de por vida.
Sánchez Arévalo, director en exclusiva de los seis episodios, ha elegido para su serie a cinco actrices con trayectoria, por supuesto, pero no especialmente famosas. Mónica Miranda, María Rodríguez Soto, Mariona Terés, Godeliv Van den Brandt e Itsaso Arana encarnan a las protagonistas con naturalidad, potencia y una química muy verosímil entre ellas.
Secundarios de lujo
Es en los papeles secundarios o en los cameos donde ha concentrado caras conocidas y pesos pesados, como Carmen Machi, Macarena García, Michelle Jenner, Javier Rey o Antonio de la Torre, todos ellos impecables y con personajes más o menos cortos, pero igualmente deliciosos.
Tiene su gracia la aparición de Paula Ribó, Rigoberta Bandini, cuyas letras acompañan el argumento, especialmente de un episodio, y que redondea su impacto en la historia apareciendo como ella misma.
La banda sonora está llena de canciones, no sólo de música compuesta para la serie. Un lujo, dado que hay que pagar los consiguientes derechos, que se agradece y refuerza el carácter contemporáneo de la propuesta, la sitúa aquí y ahora.
Miedo a la muerte, amor a la vida
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Sobre el argumento planea el miedo y una sensación de punto de inflexión, de autoexamen de cada una de las protagonistas, esos momentos en los que hay que mirar de frente a los fracasos y a los errores inconfesados. No se puede evitar lo malo, el lado amargo de la vida, pero unas buenas amigas ayudan a caer en blando.
El tono general, sin embargo, es de alegría, de amistad, de playa y chiringuito, entre Tarifa, Zahara de los Atunes, Barbate, Conil, Caños de Meca o Vejer de la Frontera. El cielo radiante, las noches cálidas o las vacaciones ayudan, pero sobre todo las risas, las bromas, la ternura, el apoyo mutuo y las reflexiones de las cinco amigas.
El último episodio de la serie resulta especialmente satisfactorio porque la estructura comienza nuevos juegos de presentes alternativos cuando las protagonistas parecen ya cercanas y reales y la audiencia ha imaginado a cualquiera de ellas haciendo frente a la enfermedad. Una traca final de amistad, filosofía práctica de la vida y cariño a unos personajes a los que después de este intenso viaje cuesta despedir.
Las de la última fila, con sus seis episodios subidos a Netflix, consigue emocionar, divertir, conmover y finalmente convencer. La escapada a las playas de Cádiz de las cinco protagonistas supone también un viaje para espectadoras y espectadores a una amistad muy bonita y creíble.