Joaquín Sabina: “Serrat lloró escuchando esta canción, es de la que más orgulloso me siento”

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Sentado en su sofá de piel marrón y rodeado por un halo de humo que le envuelve, Joaquín Sabina (Úbeda, 1949) mira nostálgico los tejados del centro de Madrid. No ha pisado la calle en toda la pandemia. Solo para casarse con Jimena, el amor de su vida, pero, desde la reclusión en su piso no ha parado de escribir sonetos para sobrellevar estos meses. “A mí todas esas cosas de la meditación trascendental, el zen y el encontrarse a uno mismo, nunca me han interesado nada. Lo que hago para ayudarme, aunque a veces me inmole, es escribir”, comenta mientras se enciende otro cigarrillo. A pesar de todo, está feliz. Ha sellado su amor con la mujer que le ha querido incondicionalmente durante los últimos veinte años y la lesión en el hombro, fruto de un tropiezo en su último concierto en el WiZink Center, ya es historia.

Su salón lo preside un traje de luces de purísima y orode purísima y oro, manchado de sangre, con el que le obsequió José Tomás por su sesenta cumpleaños como homenaje a su canción. Sabina remueve sus recuerdos agitando una copa de tequila. Todavía hoy sigue siendo “el mejor regalo” que le han hecho nunca. Lo mira henchido mientras reconoce “con una vanidad que no debería tener” que De Purísima y Oro es la canción que más le emociona y de la que más orgulloso se siente: “Un día cantando en Barcelona, ‘la Jime’ [Jimena Coronado] vio llorar a Serrat escuchando esta canción. No he tocado ni una palabra de la letra desde que la escribí”. Aunque casi nunca la toca en directo y jamás lo ha hecho en Latinoamérica, también es la ‘hija’ predilecta de algunos de sus mejores amigos. Siempre le pedían que la cantase en las interminables comidas que hoy echa tanto de menos: “Me muero de ganas de abrazar a la gente, de hacer unas sobremesas interesantes con whisky o tequila”.

Para el cantautor, De Purísima y Oro huele “a rancio, a Chicote y al humo del incienso de los pasos de Semana Santa”. Repleta de metáforas, símbolos y referencias de una España ya pasada, este tema, incluido en su disco 19 días y 500 noches, denuncia la represión de la dictadura y retrata magistralmente los peores años de la posguerra. Lo hace a través de los recuerdos infantiles que permanecen intactos en su memoria y de lo que representó para un niño vivir todo aquello. Hoy Sabina cree que los rencores de la Guerra Civil se superaron con la Transición y la Constitución del 78, aunque no definitivamente: “A partir del Gobierno de Zapatero, volvió esa historia de buenos y malos, de las dos Españas, y una crispación y un sectarismo que abomino absolutamente y que me tiene muy preocupado”. Tanto que, reconoce con socarronería, de lo único de lo que no hablaría en una canción sería del actual Gobierno: “Será el primero de coalición, pero es un tema que no me interesa nada”.

“Un anillo y unas medias de cristal”

De joven, sin embargo, sí que le interesaba la política y eso le llevó a tener que exiliarse a Londres, truncando para siempre su destino de ser un profesor de Literatura de provincias “como Antonio Machado”. Cuando nació a finales de los cuarenta en una familia de clase media que no pasó hambre, “pero sí estrecheces”, Manolete ya había cuadrado al toro en la plaza de LinaresManoleteya había cuadrado al toro en la plaza de Linares —a veinte kilómetros de Úbeda—, habían pasado los nacionales y habían rapado a la señá Cibeles. En aquella corrida en la que perdió la vida el torero estuvo presente su padre, el inspector de policía Jerónimo Martínez. “En mi casa se respiraba nacionalcatolicismo”, explica sobre su infancia, “mi padre había sido seminarista y había hecho la guerra con Franco, y mi madre, una señorita de Huelva y católica hasta la náusea, fue madrina de guerra. Como digo en la canción, un anillo y unas medias de cristal era lo que las señoritas solteras de entonces soñaban. Ese verso lo resume todo”.

Aunque no lo parezca a primera vista, De Purísima y Oro, como algunas de las mejores canciones de su repertorio, también es una canción de amor. Cuenta la historia imposible entre el torero Manolete y la “guapísima” actriz de la época Lupe Sino. Una relación frustrada, de nuevo, por las heridas de la guerra, que a Sabina le atrajo desde el principio. “Ella había estado con la República y en el entorno de Manolete nadie la quería. Les parecía que era una cualquiera que venía a llevarse el dinero del torero, pero él se enamoró de verdad. Creo que se habrían casado si a Manolete no le hubiese pillado un toro. Ni siquiera la dejaron entrar para despedirse de él cuando se estaba muriendo”, explica el poeta.

“¿Esta canción avergonzaría a Javier Krahe o le gustaría?”¿Esta canción avergonzaría a Javier Krahe o le gustaría?”

Escribió cada estrofa de esta canción “sin dormir y muy apasionadamente”, con una entrega con la que, reconoce, no ha vuelto a trabajar nunca. Fueron muchas noches en vela para componer uno de los discos más inmortales de su trayectoria, en el Madrid de finales de los noventa. “Aquella madrugada”, recuerda, “escuché en la radio un cuplé de Celia Gámez, el ‘¡Ya hemos pasao!’ y me vino a la cabeza el grito republicano ‘¡No pasarán!’. Oí las dos canciones seguidas y me pareció tan duro que pensé que tenía que explicar cómo fueron aquellos años”.

Aunque para componer siempre prefirió los bares de noche —como en los que empezó a tocar en la capital británica—, hace ya mucho tiempo que escribe en soledad: “Al principio, me gustaba componer en un bar rodeado de gente que no me hiciera caso, pero cuando empecé a ser conocido eso cambió. Hubo una época, durante tres o cuatro discos, que viajaba a una ciudad rara, Praga por ejemplo, y me iba por la noche a un bar a escribir sin que nadie me diera el coñazo”. Es exigente y perfeccionista y, todavía hoy, cuando termina de componer un tema, se sigue haciendo la misma pregunta: “¿Esta canción avergonzaría a Javier Krahe o le gustaría?”.

De Purísima y Oro no es la más coreada ni la más conocida, pero también era la preferida de su maestro, Krahe, fallecido hace cinco años de un infarto. Sabina la ha tocado en directo en contadas ocasiones porque la mayoría de las palabras de la letra están en desuso y teme que no se llegue a entender del todo: “No soy tan egoísta como para cantar canciones que solo me emocionan a mí si no puedo emocionar al público también”. Aunque siempre la ha reservado para momentos especiales, como aquel concierto en 2018 en el que tuvo que abandonar el escenario al quedarse repentinamente sin voz: “Notaba un problema en la garganta y me fui sin hacer bises, pero, antes de bajarme, canté De Purísima y Oro. Recurro a ella en los momentos más emocionantes, en los que más se juega uno la vida”. Academia de corte y confección, sabañones, aceite de ricino…

Sentado en su sofá de piel marrón y rodeado por un halo de humo que le envuelve, Joaquín Sabina (Úbeda, 1949) mira nostálgico los tejados del centro de Madrid. No ha pisado la calle en toda la pandemia. Solo para casarse con Jimena, el amor de su vida, pero, desde la reclusión en su piso no ha parado de escribir sonetos para sobrellevar estos meses. “A mí todas esas cosas de la meditación trascendental, el zen y el encontrarse a uno mismo, nunca me han interesado nada. Lo que hago para ayudarme, aunque a veces me inmole, es escribir”, comenta mientras se enciende otro cigarrillo. A pesar de todo, está feliz. Ha sellado su amor con la mujer que le ha querido incondicionalmente durante los últimos veinte años y la lesión en el hombro, fruto de un tropiezo en su último concierto en el WiZink Center, ya es historia.

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