Bronzino y el cuadro con el que avisó de los peligros de 'la carne' al mismísimo rey de Francia

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El triunfo del amor o Alegoría de Venus y Cupido —los dos nombres con los que se suele identificar el cuadro— se sitúa a medio camino entre un aviso y una premonición. Lo pintó Agnolo di Torri o Angelo di Cosimo di Mariano (Florencia, 1503 - Florencia, 1572). Como al cuadro, al artista también se lo conocía por varios nombres, aunque el que terminó por imponerse fue el de Bronzino. “Se dice que era muy moreno de piel”, comenta la historiadora del arte y divulgadora cultural Sara Rubayo: “Y por eso lo de Bronzino”. Sin embargo, completa, “también se le atribuye un carácter bastante cerrado, de modo que el sobrenombre puede venir también de ahí”. El caso es que el lienzo que tratamos esta semana en ‘La Galería’ es imposible de entender sin su contexto. “Se trata de una pintura manierista con una carga simbólica muy alta”, explica Rubayo, “y solo teniendo en cuenta el contexto en que la pintó Bronzino, podemos entender por qué incluye todos los elementos que vemos en la obra, que para nada es lo que parece a simple vista”.

Empecemos por el principio. ¿Quién le encarga el cuadro al pintor florentino? Nos situamos en mitad del siglo XVI. Bronzino, tal y como escribió el historiador y pintor Giorgio Vasari en Le vite de' più eccellenti pittori, scultori e architettori, era, por aquel entonces, el artista más solicitado, por lo que se le comisiona una pintura que debía alcanzar grandes cotas de belleza, toda vez que iba a ser entregada a modo de obsequio al rey de Francia. Y este no es un dato baladí. “Francisco I de Francia era famoso por ser un gran aficionado a los vicios de la carne, y también al entrecot”, bromea la historiadora del arte. Parece que el monarca tenía gusto por los placeres terrenales y eso ayuda a entender el sentido del cuadro que pintó Bronzino. Vasari lo describió así: “Hizo un cuadro de singular belleza, que fue enviado a Francia, al rey Francisco. En él había una Venus desnuda con Cupido, que la besaba, y el placer por un lado y el Juego con otros amores. Por el otro, el engaño, los celos y otras pasiones del amor”.

Antes de descubrir cuál es el significado de todos los agentes que aparecen en el lienzo, un pequeño spoiler: “Francisco I no debió de hacer mucho caso al aviso pictórico que le mandó Bronzino, ya que, a los dos años de recibir el regalo, el rey francés murió y, encima, de sífilis, una enfermedad de transmisión sexual, que, por cierto”, avisa Rubayo”, está representada en el cuadro”.

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“Como toda pintura alegórica cada figura representa alguna cualidad, un vicio o una virtud”, señala Rubayo. “La obra”, continúa, “presenta varios personajes alegóricos encajados como piezas de un puzzle, que ocupan todos los márgenes y dejan una composición abarrotada pero armónica”. A pesar de que los personajes centrales son Venus y Cupido, los dioses de las dos versiones principales del amor, y eso podría llevar al observador a pensar que se trata, precisamente, de un cuadro de amor, nada más lejos de la realidad. “Por mucho que la centralidad del cuadro la ocupen Venus y Cupido”, apunta la divulgadora, “hay que fijarse en todo el resto de los personajes para entender cuál es el verdadero tema”.

Lo que hay que tener en cuenta es cómo están representados esos dos protagonistas y, sobre todo, en quiénes los acompañan. “Para empezar”, tercia Rubayo, “Venus y Cupido se abrazan zigzagueantes besándose en la boca, lo que es un acto de lujuria e incesto pecaminoso. Además, el muchacho le pellizca un pezón a su madre”. Y esos son solo algunos símbolos de sensualidad y deseo que aparecen en la obra, pero hay muchos más, por ejemplo, las palomas y las máscaras que descansan a sus pies. “Justo detrás de Venus”, señala Rubayo, “hay un niño de pelo rizado que brinca alegre a punto de arrojar rosas a la pareja”. Se trata de la cara feliz del amor, del júbilo. “En su tobillo izquierdo”, completa, “lleva una pulsera de cascabeles que alude a esa alegría de vivir”. Estamos delante de la personificación del Placer. Lo vemos, además, pisando unas espinas que se asocian con el dolor que puede llegar a causar el amor. Sin embargo, el Placer no lo nota.

Detrás de esa personificación del placer pintó Bronzino un dulce rostro falsamente angelical de una niña que tiene las manos en una disposición imposible. “Están vueltas del revés”, matiza la divulgadora, “lo que desvela su auténtica naturaleza: es el engaño”. Su cuerpo es el de una serpiente con patas de león y rabo que remata en doble aguijón de escorpión, pero que nos ofrece un panal de rica miel. En otras palabras, trata de jugar con nosotros y confundirnos. Por su parte, el hombre viejo y barbudo que aparece arriba es Cronos, el dios del tiempo y enemigo natural del amor. Delante suyo, la personificación del olvido trata de tapar la escena. Por último, debajo del olvido encontramos el personaje que enlaza con la historia del rey Francisco I de Francia. En los escritos de Vasari ese personaje aparece identificado como la personificación de los celos, pero, tal y como explica Rubayo, “estudios recientes han visto en él una imagen de la sífilis”. A todas luces, el monarca galo, o bien no supo leer el mensaje en clave que le brindó la corte toscana por medio de Bronzino, o bien no quiso hacer demasiado caso.

El triunfo del amor o Alegoría de Venus y Cupido —los dos nombres con los que se suele identificar el cuadro— se sitúa a medio camino entre un aviso y una premonición. Lo pintó Agnolo di Torri o Angelo di Cosimo di Mariano (Florencia, 1503 - Florencia, 1572). Como al cuadro, al artista también se lo conocía por varios nombres, aunque el que terminó por imponerse fue el de Bronzino. “Se dice que era muy moreno de piel”, comenta la historiadora del arte y divulgadora cultural Sara Rubayo: “Y por eso lo de Bronzino”. Sin embargo, completa, “también se le atribuye un carácter bastante cerrado, de modo que el sobrenombre puede venir también de ahí”. El caso es que el lienzo que tratamos esta semana en ‘La Galería’ es imposible de entender sin su contexto. “Se trata de una pintura manierista con una carga simbólica muy alta”, explica Rubayo, “y solo teniendo en cuenta el contexto en que la pintó Bronzino, podemos entender por qué incluye todos los elementos que vemos en la obra, que para nada es lo que parece a simple vista”.

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