Los Saturnos más famosos del arte: de la iconografía de Rubens al 'monstruo' de Goya

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La misma escena, pero dos miradas. El mismo mito, pero doscientos años de diferencia. Goya y Rubens pintaron, ambos, Saturno devorando a un hijo y establecieron una especie de paralelismo histórico, de hilo comunicante, entre la obra pictórica del uno y del otro. Pero son muy diferentes. “El Saturno de Goya”, especifica la historiadora del arte Sara Rubayo, “es prácticamente un monstruo”. Con la cara y el cuerpo desfigurados y huesudos, el sufrimiento de la figura del dios que pinta Goya convierte la escena en un canto a lo crudo y a la desesperación.

“El cuadro de Rubens, en cambio, es menos extremo”, resuelve. A pesar de que el fondo de la cuestión es el mismo —un padre comiéndose a su hijo—, en la obra de Rubens, considerada un antecedente de la del pintor español, no se aprecia el tormento al que somete Goya a su dios, aunque el dramatismo es, también, absoluto. “Por otro lado”, matiza la historiadora del arte, “el respeto por la iconografía por parte de Pedro Pablo Rubens es mucho más reseñable que el de Goya”. Sea como fuere, las condiciones vitales de ambos pintores acabaron, indudablemente, plasmadas en sus obras.

Pero, ¿qué estamos viendo exactamente en los cuadros? “Se trata de uno de los capítulos fundamentales de la mitología grecorromana”, explica Rubayo. El dios Saturno, que, tal y como apunta ella misma, se puede reconocer, más o menos, en la figura de Cronos, el dios del tiempo, se come a sus hijos uno tras otro por miedo a que alguno de ellos pudiera llegar a destronarlo, como ya hiciera él con su padre. Sin embargo, no podrá llevar a cabo su propósito con todos sus vástagos. Su mujer, Rea, impedirá que se coma a Zeus, su sexto hijo, que terminará por ascender a lo más alto del Olimpo. Pero eso ya son harinas de otro costal.

La escena que retratan Goya y Rubens es anterior a la llegada de Zeus. “Rubens se lo pone muy fácil al espectador a la hora de identificar qué es lo que estamos viendo”, aclara la historiadora del arte: “Esto es porque incluye en la composición varios elementos que nos permiten distinguir al dios y no confundirlo con cualquier otro personaje mitológico”. El primero de todos es la acción que realiza: el devorador de hijos más famoso de la mitología es Saturno. Pero no solo eso. Rubens también nos deja ver dos partes de uno de sus mayores atributos, la guadaña. “Vemos, por una parte, el bastón por el que la sujeta y, por otra, la punta de la cuchilla”, apuntala la historiadora. Según la mitología, ese le servía para controlar el tiempo.

“Y, por si fuera poco”, completa, “el pintor, que nació en la actual Alemania y se desempeñó, durante la mayor parte de su vida, en Amberes, nos dejó otra pista”. La vemos en la parte superior del lienzo, prácticamente en medio. En la época, no se sabía, todavía, que lo que rodeaba al planeta Saturno eran anillos. “En cambio, se creía que se trataba de tres estrellas alineadas, exactamente como las que encontramos en el cuadro”, resuelve. En la pintura de Goya ocurre todo lo contrario. A parte del propio acto que centra la obra, no aparece en ella ninguna otra referencia que pueda llevar al espectador a identificar quién es el hombre-monstruo que descuartiza al niño y le arranca la cabeza de un bocado. “De hecho”, puntualiza Rubayo, “hay que confiar en su amigo Antonio de Brugada, un pintor madrileño conocido por sus obras marinistas que realizó el primer inventario de las Pinturas Negras”. Los expertos dieron por buena su observación.

Saturno devorando a su hijo representado por Rubens.

Final tormentoso de Goya: el tiempo se come a las horas

“Saturno es el dios del tiempo, de la muerte, de la angustia, de la melancolía, del cierre de ciclos y de la vejez”. Y los últimos años de vida de Francisco de Goya tuvieron algo de todo eso. En 1792 —treinta y seis años antes de su muerte—, cayó enfermo y, a consecuencia de ello, quedó sordo. Sin embargo, no fue su sordera la que le dio nombre a La Quinta del Sordo, la casa a las afueras de Madrid que compró y donde vivió desde 1819 hasta el final de sus días. “El nombre se debe a su anterior propietario, que también era sordo”, afirma Rubayo. El caso es que la ajetreada vida que había llevado Goya —en la que había ostentado, entre otros, puestos tan relevantes como el de pintor de cámara— y sus achaques de salud lo decidieron a dejar la ciudad y refugiarse en la casa de campo. “Fue en las paredes de esa casa”, por cierto, “donde pintó toda la colección que se ha conocido como Pinturas Negras, entre las que se encuentra Saturno devorando a un hijo”.

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Una de las lecturas que los estudiosos de la mitología grecorromana han hecho del mito de Saturno y de sus posteriores representaciones pictóricas entronca casi a la perfección con las sensaciones y sentimientos que, al parecer, experimentó Goya en sus últimos años. “Se entiende que Saturno es la personificación del tiempo y el niño al que se come son las horas”, aclara la historiadora del arte.

Se calcula que Goya terminó su cuadro unos cinco años antes de su muerte y de su obra, como varias de las Pinturas Negras, emana una evidente angustia por el final que se acerca, por el sufrimiento y por lo efímero de la vida. Goya no murió, sin embargo, entre los muros de La Quinta del Sordo. Falleció en Burdeos (Francia) tras haber recibido todos los honores en la corte española, desde un retrato que le brindó su sucesor como pintor de cámara, Vicente López Portaña, hasta una especie de pensión de jubilación de 50.000 reales que le concedió el monarca Fernando VII. Cuando el tiempo terminó por devorar todas sus horas el 16 de abril de 1828, Goya había dejado tras de sí una de las producciones artísticas más destacadas de toda la historia del arte.

Saturno devorando a su hijo representado por Goya.

La misma escena, pero dos miradas. El mismo mito, pero doscientos años de diferencia. Goya y Rubens pintaron, ambos, Saturno devorando a un hijo y establecieron una especie de paralelismo histórico, de hilo comunicante, entre la obra pictórica del uno y del otro. Pero son muy diferentes. “El Saturno de Goya”, especifica la historiadora del arte Sara Rubayo, “es prácticamente un monstruo”. Con la cara y el cuerpo desfigurados y huesudos, el sufrimiento de la figura del dios que pinta Goya convierte la escena en un canto a lo crudo y a la desesperación.

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