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Segundo desplante de Rajoy

Jesús Pichel Martín

Malacostumbrado por los cuatro años de gobierno protegido por una mayoría absoluta y soberbia que despreció a toda la oposición imponiendo sus políticas sin necesidad de negociar, Mariano Rajoy sigue sin entender que ahora que sí le toca negociar no puede seguir imponiendo lo que le plazca. Y menos aún al Jefe del Estado.

La Jefatura del Estado representa no la soberanía, que es de los ciudadanos, sino lo que une a todos los ciudadanos antes de cualquier división territorial, ideológica o social. Tenga la ideología que tenga el ciudadano que ejerce tal Jefatura, su trabajo consiste en cumplir estrictamente las funciones que la Constitución le atribuye y ser estrictamente neutral.

Cumpliendo esas funciones, por dos veces Felipe VI (el ciudadano Borbón, como políticamente le llama Garzón) ha propuesto a Rajoy, vencedor de las elecciones, como candidato para solicitar la confianza del Congreso de los Diputados para presidir y formar gobierno, y por dos veces Mariano Rajoy ha dejado en evidencia al Jefe del Estado. La primera, en enero, declinando la propuesta; la segunda, hace unos días, aceptándola con condiciones, como si efectivamente la última palabra la tuviera él, como si pudiera imponer también en esto su criterio y sus intereses partidistas y personales.

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Dice el pseudo-candidato, disfrazando su soberbia tras un fingido sentido común y una aún más fingida moderación, que está dispuesto a dialogar y a negociar, pero se guarda en la manga una carta marcada: si no le apoyan quienes él quiere y como él quiere, no se presentará a la investidura, interpretando torticeramente la Constitución según sus intereses y dejando en nada la propuesta del Rey.

A Rajoy le interesa meter en el mismo saco a PSOE y Ciudadanos (los partidos constitucionalistas, según su arbitraria descripción) y excluir a los nacionalistas (de izquierda y de derecha; catalanes y vascos) y a Unidos Podemos, como si esa fuera la opción más sensata y como si los demás nada tuvieran que decir sino amén. Pero se equivoca: Ciudadanos y PSOE ya han dicho que nada tienen que negociar con él. Si quiere negociar, que negocie con sus afines ideológicos, tan conservadores y nacionalistas como el PP, de la misma manera que lo hizo Aznar en el 96.

Tanta mal disimulada prepotencia debería tener una respuesta unánime y contundente mandándole todos a la oposición hasta que aprenda modales democráticos.

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