Literatura
Inagotable Joseph Roth
Un joven periodista judío proveniente de Galitzia, en el Imperio Austrohúngaro, se asoma a las vías de la estación de tren de Alexanderplatz, en Berlín, y lo que ve le fascina. Una mezcla de hierro, vahos, movimiento, máquinas, progreso. Corren los años 20 y Joseph Roth (1894-1939) todavía no lamenta la desaparición del Imperio, aún cree en las promesas, su alcoholismo está bajo control. Su país ha perdido la I Guerra Mundial, donde él ha participado sin entrar en batalla, y como resultado su patria se ha desintegrado en diversos cuerpos que ahora le son hostiles por ser judío pero que aún no son asesinos.
En 1934, apenas diez años después de la escena anterior (incluida en sus Crónicas berlinesas), Roth ya no piensa igual. Todo se ha degradado a extremos insoportables. En ese tiempo ha trabajado para diversos periódicos, y su trabajo en el Frankfurter Zeitung le ha permitido viajar por toda Europa y la URSS. De este último lugar volvería desencantado y pronto dejaría de lado sus tempranas inclinaciones socialistas.
La República de Weimar ha caído en Alemania aplastada por las botas de los 'camisas pardas' nazis y Roth ha tenido que huir, primero de Berlín a Viena y después, tras el Anschluss que incorporó Austria a la Gran Alemania, habrá de vagar por distintas capitales europeas hasta instalarse de manera más o menos definitiva en París, donde moriría poco antes de que comenzara la II Guerra Mundial. Su alcoholismo se ha desatado. Es entonces cuando escribe El Anticristo, que publica en los próximos días la editorial Capitán Swing.
Roth no era entonces un escritor conocido en Europa. La admiración por su obra llegaría póstumamente, aunque se había codeado con escritores y personajes de éxito de principios de siglo XX en Viena, como Stephan Zweig, Sigmund Freud, Robert Musil o Arthur Schnitzler. Su obra, ingente y muy diversa, cambió a medida que veía cómo desaparecían todos sus asideros vitales, todas sus referencias. Su país, su raza.
Sus novelas tempranas, como Hotel Savoy (1924) o La rebelión (1924)están cerca de los retratos expresionistas de la Europa de posguerra, con amantes y viejos militares. La aparición del fenómeno nazi en Alemania empieza a teñir su obra de nostalgia por el Imperio Austrohúngaro, como queda claro en su obra más conocida, la novela La marcha de Radetzsky (1932). Se convierte en uno de los grandes narradores de episodios históricos de su raza amenazada (Judíos errantes, Job) y de su extinta patria, que relataría por encargo en libros como Fuga sin fin (1927) y Tarabas (1934). Como periodista alerta en varios ensayos de los peligros del nazismo, de los que fue un visionario. Paradigmático es el libro que compila sus escritos desde la emigracion, La filial del infierno en la tierra.
Exiliado y derrotado, escribe en El Anticristo una obra mordaz, una diatriba que marca el punto más álgido de su reacción al desmoronamiento de su vida. Si en su obra testamentaria La leyenda del santo bebedor (1939) leemos a un Roth que asume la irreversibilidad de la derrota, en El Anticristo muestra aún rabia y reparte culpabilidades. Responsabiliza a los que considera que son los disfraces de la barbarie en sus días: el nazismo, el comunismo y el nacionalismo. Y también a sus aliados: la tecnología y, curiosamente, el cine de Hollywood. Un Roth nostálgico, conservador y reaccionario. Tampoco él escapó a extremos en un siglo europeo que sacó lo mejor y lo peor de sus atribulados hijos.