Novela negra
Detectives pillados con las manos en la masa
Algunos sibaritas se relamen: el próximo mes de septiembre, con motivo del 125 aniversario del nacimiento de Agatha Christie, la cocina de la casa de Devon en la que vivió la Reina del Crimen albergará una celebración consistente en recrear las recetas de sus libros.
Se relamen, he escrito, y no acabo de decidir si lo hacen anticipando el sabor inigualable de unos platos que, a tenor de los comentarios de los personajes, eran muy sabrosos... o previendo que gracias a esos manjares podrán por fin llevar a cabo sus más pérfidos planes. Porque las que la escritora Anne Martinetti preparará son las recetas más adecuadas para ocultar veneno, el ingrediente que nadie espera.
Tal vez quienes estas líneas leen no sean devotos admiradores de los añosos señorita Marple y Hércules Poirot, pero si algo saben de los casos en los que se vieron envueltos, no ignorarán que las comidas más inocentes pueden esconder cantidades ingentes de sustancias mortales. Reconstruir esos platos letales es una buena manera de recordar lo mucho que doña Agatha contribuyó a un género en el que la comida tiene una presencia desigual.
En el origen fue el Bourbon
Manel Bonafacia, periodista apasionado por la novela negra y la cocina, asegura que en sus orígenes la relación entre ambas era escasa o nula. "Philip Marlowe (Raymond Chandler) o Sam Spade (Dashiel Hammett), beben más que comen, probablemente a imagen y semejanza de sus creadores." Montse Clavé, autora de un ineludible Manual Práctico de Cocina. Negra y criminal (Libros de Allende), coincide con él: "no sé si podemos llamar gastronomía a lo que comían y bebían personajes como Sam Spade o Lew Archer. Pero, evidentemente es un atributo más para definir a los personajes".
La excepción que confirma esa regla la señala Pau Arenós, periodista especializado en gastronomía: "supo de manteles Nero Wolfe, creación de Rex Stout. Wolfe, gran bebedor de cerveza, era obeso".
Si miramos al norte europeo, tan prolífico en criminales de toda ralea, Bonafacia los tiene por "directamente alcohólicos como el noruego Harry Hole (Jo Nesbo) o el escocés John Rebus (Ian Rankin), o que sobreviven a base de comida basura como el comisario sueco Kurt Wallander (Henning Mankell)".
En su opinión, la comida y la bebida entendidas como patrimonio cultural son cosa de investigadores más mediterráneos, empezando por el mítico comisario Maigret de Georges Simenon, que nos permite "dibujar un mapa de la cocina francesa". Y desde luego hay que destacar el papel que en este maridaje desempeñan "personajes todavía vigentes como el comisario Montalbano, a través del cual su autor, Andrea Camilleri, nos ha convertido a muchos en entusiastas de la cocina siciliana" o, añade Clavé, el francés Jean Claude Izzo y su creación, Fabio Montale, que como los anteriores, "han hecho que sus protagonistas disfruten con la comida y hagan participe con ello a sus lectores".
Porque desde luego disfrutar disfrutan. Otra cosa es cocinar... Los platos de Maigret estaban preparados por su esposa, "una alsaciana que cocinaba divinamente", apunta Clavé. Y Manel Bonafacia completa la lista: "Montalbano come casi cada día en una trattoria de Vigata y por la noche cena los deliciosos platos que le ha cocinado su asistenta Adelina. Y el comisario veneciano Brunetti [Roberta Pianaroinvita reunió en El sabor de Venecia las recetas de las serie de Donna Leon], como su homólogo griego Jaritos, en este sentido pertenecen más al pasado que al presente, ya que siempre tienen la comida en la mesa cuando llegan a casa, tanto si su mujer no trabaja (en el caso del griego), como si es una profesora universitaria de origen aristocrático, como en el caso del veneciano". Es decir, todos ellos se ajustan perfectamente a los tópicos machistas que seguramente tenemos en mente cuando pensamos en griegos o italianos, "ya que ni siquiera ―subraya Bonafacia― se ofrecen a fregar los platos".
El caso del detective gourmet o viceversa
Si de nuestro país hablamos, el origen de esta relación estrecha entre comida e investigación policial es el pionero de Tomelloso, Manuel González, alias Plinio, criatura de Francisco García Pavón. Tan es así, que recientemente el cocinero Miguel López Castanier puso al día y aligeró de colesterol de las recetas que García Pavón convirtió en literatura: las migas que preparaba el cabo Maleza, los galianos del abuelo de Plinio, los vinos y quesos de Braulio el filósofo y, por supuesto, los buñuelos de la Rocío, que compartían mostrador en su buñolería con los churros y las tortas de Alcázar (La cocina de Plinio, Rey Lear).
Pero el creador de un nuevo modelo que ha influido poderosamente en los escritores de su tiempo (hasta el punto de que Camilleri bautizó a su personaje en honor a él), es Manuel Vázquez Montalbán, cuyo Pepe Carvalho nos hace dudar: ¿detective y gourmet o gourmet antes que detective?
Pau Arenós escribió que el personaje solo alcanzaba la felicidad cuando la acción estaba en el estómago. "Carvalho es un hombre atormentado que encuentra en la gastronomía dosis de escapismo para sobrevivir ―nos dice―. La gastronomía también como suicidio para cultos. A Caravalho no le gusta nada: ni su vida, ni la sociedad y solo en la cocina halla algún consuelo. La receta suprema hubiera sido ahumar carnes con alguno de los libros que quemó".
Esa relación entre la felicidad y la acción estomacal la estableció Arenós en el prólogo de Gourmet, reedición del libro Las recetas de Carvalho que Planeta incluyó en los ocho volúmenes con los que conmemoró sus " cuarenta años de estrecha amistad" con el detective. Habla y mucho de su condición de precursor que en un tiempo en el que los cocineros con estrella o estrellados, deconstructores o catódicos, aún no se habían convertido en los nuevos enviados de los dioses, el escritor reuniera en un libro sabroso las fórmulas de su Pepe.
Porque lo peculiar del personaje es que, como dice Montse Clavé, "no solo le gustaba comer, sino cocinar. Manuel Vázquez Montalbán colaboró en educar los paladares de sus lectores acabados de salir del franquismo, con nuevos aires cosmopolitas pero sin abandonar los mejores platos de la cocina popular de nuestro país".
Arenós le atribuye otro mérito: "En España demostró que se podía ser comunista y gourmet".
"Gallego de origen y catalán de adopción, Carvalho fusionó (antes de que se pusiera de moda este concepto) las dos cocinas para deleite de su vecino, el gestor Fuster ―recuerda Bonafacia―. Cuando el detective no cocinaba, le preparaba la comida en su oficina, a pocos pasos del mercado barcelonés de la Boquería, su ayudante Biscúter, quien no dudaba en seguir cursos de alta cocina para mejorar su nivel y complacer a su jefe."
El eje norte-sur
Al cabo, los detectives de ficción son hijos de sus tierras. Pregunto si las notables diferencias gastronómicas que percibimos son una cuestión cultural...
"Cuestión solar ―precisa Arenós―. El norte es gélido y sus detectives, condenados a la introspección y a las bebidas con graduación en busca de calor. El sur es cálido y fértil, con un mar en el que hierve la bullabesa y otras sopas de pescado. Montalbano y Jaritos, en materia gastronómica, siguen las enseñanzas de Carvalho."
En efecto, como nos dice Bonafacia, los mediterráneos viven en un mundo, el nuestro, en el que las cosas más importantes de la vida suceden alrededor de la mesa, nuestros países tienen un plato para cada celebración y un postre distinto para cada fiesta. "En los últimos años, la importancia de la comida en la novela negrocriminal ha crecido notablemente, como ha sucedido en nuestras sociedades, porque este género es, ante todo, un reflejo, un intento de explicar el mundo real a través de su lado más oscuros, pero no tiene por qué obviar los aspectos más lúdicos. Por ello hoy tenemos un espectro tan amplio de aficionados a la buena comida, desde el italiano Montalbano al griego Kostas Jaritos (Petros Márkaris) o el francés Fabio Montale (Jean-Claude Izzo), porque hoy hablar de cocina queda bien, mientras que seguramente en la época de Sherlock Holmes o el padre Brown cocinar era considerado una cosa de mujeres o directamente una competencia del servicio doméstico".
Para terminar, y por aquello de que no hay artículo que hable de comida y cocina que no acabe con una receta, pregunto a Arenós cuál es su favorita de entre las muchas que Carvalho nos preparó. Contesta sin dudar: "Las patatas a la riojana, porque esas mismas patatas nos las preparó Manolo años después".
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A Montse Clavé le pido no ya un plato, sino un menú completo, que sea a la par negro y criminal. Tampoco duda: "Evidentemente como aperitivo un Bloody Mary; una caldeirada gallega, como plato único, cuya receta puedes seguir literalmente en la novela Tatuaje, de Manuel Vázquez Montalbán; y como final, sin postres ya que no practico el dulce, una copa de Talisker Single Malt, que era la bebida preferida de Sam Spade, y también de Dashiell Hammet".
En todo caso, por si el lector es de los que no pueden acabar una comida sin una pizquita de dulce, me permito sugerirle un txantxigorri, dulce que el asesino de una de las novelas de Dolores Redondo coloca sobre el pubis de las doncellas asesinadas por el que, cuenta la propia autora, preguntan todos los que se acercan hasta Elizondo.
Que aproveche.