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El papel de los intelectuales

Sánchez-Cuenca: “La impunidad de algunos autores hace que publiquen auténticos disparates”

Miguel Mora, Jesús Maraña, Ignacio Sánchez-Cuenca y Luis García Montero, en la presentación del libro.

Clara Morales

La desfachatez intelectual, nuevo ensayo de Ignacio Sánchez-Cuenca, partía con un doble éxito antes incluso de su presentación este martes por la tarde en la librería Cervantes y Cía. En primer lugar, el profesor de Ciencia Política en la Universidad Carlos III y colaborador de infoLibre ha logrado agotar la primera edición de su libro sobre el papel de los intelectuales (y notablemente los escritores) como articulistas de opinión, que llenan las páginas de prensa aunque demuestren pocos conocimientos sobre los temas que tratan, y aunque lo hagan con soflamas muy poco razonadas. El segundo extraño éxito es haber arrancado a Jon Juaristi —uno de los autores cuya obra periodística analiza y critica junto a la de Javier Marías, Félix de Azúa o Mario Vargas Llosaun artículo en respuesta al libro que, dice Sánchez-Cuenca, le da "la razón". Si el profesor le acusa de usar datos incorrectos, o directamente ausentes, para afirmar, por ejemplo, que los refugiados sirios usan a sus niños para llamar al sentimentalismo europeo, el columnista le contesta llamándole "mamporrero" de Zapatero, amigo "de Bildu" y "estúpido". 

No es una anécdota que en la presentación se nombrara al autor del artículo. Los que acompañaban a Sánchez-Cuenca en el acto, Jesús Maraña (director editorial de infoLibre), el poeta Luis García Montero (articulista de este periódico y presidente de la Sociedad de Amigos de infoLibre) y Miguel Mora (director de Ctxt), coincidían en señalar el rompehielos que es La desfachatez intelectual: por una vez, se osa criticar con nombres y apellidos a los "figurones" de los grandes medios. Varias veces, a lo largo de la presentación, los cuatro tienen que recordar al interviniente el deber de decir el nombre de aquel cuya tesis cuestiona. Este tic es uno de los denunciados por el académico: "Es incomprensible que los medios de comunicación no llamen la atención a algunos por escribir lo que escriben. ¿Cómo puede decir eso Jon Juaristi sobre las familias sirias? Aunque Bieito Rubido debe de estar encantado, porque opina lo mismo. Pero, ¿cómo es posible que no le pase factura social?".

En La desfachatez intelectual se defiende que este tipo de opiniones lanzadas sin fundamento no solo no aportan nada al debate público que creen enriquecer, sino que lo perjudican. "Este libro es una reivindicación del rigor en el análisis", señalaba Maraña, quien realizaba la siguiente reflexión en relación con Mario Vargas Llosa: Sánchez-Cuenca "hace un esfuerzo constante por dejar claro –pongo el ejemplo de alguien de completa actualidad y que es admirado por todos por su valor literario— que no pone en duda el valor de los autores, pero sí pone en duda las tesis que vienen defendiendo". El director editorial de infoLibre denunciaba que "es hora de que el Nobel pida perdón por las cosas que ha dicho de Esperanza Aguirre, como que era [lo recuerda el politólogo en su título] la 'Juana de Arco' del liberalismo".

Pero no está en el ánimo del escritor, como recordaba en el acto, destrozar "la figura" de ninguno de los nombrados (sumamos a Fernando Savater, Javier Cercas, Antonio Muñoz Molina...). "No creo que Félix de Azúa o Mario Vargas Llosa sean un fraude, no va por ahí la cosa. Pero cuando opinan de política deberían pensar dos veces lo que están diciendo, porque precisamente esa impunidad les hace soltar y que les publiquen auténticos disparates", señalaba Sánchez-Cuenca.

Luis García Montero apuntaba la responsabilidad de los medios: "Es la prensa tradicional la que ha legitimado esto. Y esta gente firma buscando la aprobación del director y de los lectores que pueden aplaudirles, no buscan propiciar un debate público". La importancia de La desfachatez intelectual, señalaba por su parte Miguel Mora, es que "legitima el hacer frente a una serie de vicios y obcecaciones" que, lejos de ser normales, constituyen una "patología". Las conclusiones del libro, por tranquilizar al lector, son positivas, como señalaba Mora: "Sánchez-Cuenca cree que ha llegado el ocaso de estas figuras porque hay gente ya publicando opinión de otra forma, y en otros medios".

No es la única falta que debe asumir la prensa. Sánchez-Cuenca critica en su obra que los periodistas españoles hayan renunciado a cultivar el análisis para dedicarse a la novela, en contraposición de sus pares anglófonos, que suelen ser los que, una vez especializados en un tema, abordan las columnas que en este país tratan intelectuales no especialmente duchos en el tema. "Nos critica por ausencia", añadía Jesús Maraña, entonando el mea culpa junto a Mora, "porque hemos renunciado a hacer el análisis que nos correspondía, y eso ha provocado que los escritores tomen el papel de hacer la columna política".

Columnas "dañinas para la sociedad"

Eso no significa, defendía Sánchez-Cuenca, que esté denunciando una suerte de intrusismo por parte de los escritores en la vida política, o que las opiniones sobre ciertos temas debieran estar monopolizadas por académicos o periodistas. Al contrario, el autor cree que "los escritores tienen mucho que decir en terrenos dominados por los especialistas, pero también en otros que estos no alcanzan". El problema, apunta, es que España no ha definido "criterios compartidos sobre lo que es un argumento defendible. En consecuencia, las afirmaciones tremendas están a la orden del día". "Hay que denunciarlo", añade, "estas personas están diciendo cosas que son dañinas para la sociedad". Tanto él como los demás integrantes de la mesa coincidían en que el silencio, en ciertos temas, debería ser mucho más premiado que ciertas opiniones envenenadas o sin fundamento. 

Hay dos fenómenos que llaman particularmente la atención de Sánchez-Cuenca. El primero es el de ciertos autores que han evolucionado desde posturas muy a la izquierda en su juventud hasta argumentos reaccionarios en su madurez, defendiendo ambos con igual intensidad y falta de documentación. "No deja de asombrarme la capacidad que tienen algunos de tener la razón siempre: cuando dicen una cosa y cuando dicen la contraria", resumía, bromeando, Jesús Maraña. El politólogo asocia ese proceso con el de la condena a la violencia de ETA, que supuso para algunos intelectuales, como Savater (abanderado de la plataforma ¡Basta Ya!), una suerte de revelación que les hizo pasar de apoyar al movimiento independentista de la izquierda abertzale a oponerse con virulencia al nacionalismo. Sánchez-Cuenca señala que lo hacen, justamente, a la inversa que el resto de la sociedad, que condenó la violencia de ETA cuando esta era más intensa y se hizo más comprensiva con el independentismo a medida que la banda perdía fuerza.   

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El otro es el de la relación que estos escritores, que tienen como altavoz los medios clásicos, han establecido con la crisis económica. Algunos, señalaba Sánchez-Cuenca, han despreciado por completo la relevancia del paro o la desigualdad social, para sostener que el problema catalán, por ejemplo, era lo más urgente. Como lanzaba García Montero: "Cuando nadie en la universidad, la política o la literatura se daba cuenta de los verdaderos problemas de España, ellos solos se preocupaban de señalarlos". Otros han tratado las causas de la crisis —señala a Muñoz Molina y su Todo lo que era sólido—, pero lo hacen, para él, tarde o erróneamente. "Hay ciertos diagnósticos que me parecen particularmente irritantes, como el de las 'élites extractivas' defendida por César Molinas. Parece que solo ha habido burbuja en España. ¿En los demás países también las ha habido porque hay élites extractivas que tienen privilegios y van al palco del Bernabéu? ¿Esto viene solo de unos malvados dirigentes?", se preguntaba el autor. 

La desfachatez intelectual pretende crear debate

La desfachatez intelectual en torno a ciertas opiniones (o sobre la forma de elaborarlas) que pese a monopolizar la conversación pública jamás son cuestionadas. Habrá que esperar a los próximos días, y mirar las columnas de los nombrados y de sus pares, para ver si su propósito se cumple. 

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