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Los libros

‘Nebiros’, de Juan Eduardo Cirlot

'Nebiros', de Juan Eduardo Cirlot.

NebirosJuan Eduardo CirlotSiruela Madrid2016

El autor de la novela que nos ocupa es uno de los intelectuales más peculiares del siglo XX en España y en el mundo hispanohablante, y solo razones históricas y propiamente textuales explican que el conocimiento de su obra poética no se haya extendido más allá de las fronteras de nuestra lengua en la medida en que lo merece. Su Diccionario de los símbolos, sin embargo, ha conocido varias traducciones y sigue usándose como fuente de referencia, a pesar de que hayan aparecido otros del mismo tipo más enjundiosos y anotados, como el de Gheerbrant y Chevalier, quizá por la limpidez de la prosa y la acertada vinculación metafísica y cultural de las explicaciones. Su poesía es de las mejores que se han escrito en castellano en las últimas generaciones, pero no es de fácil lectura y demanda un esfuerzo interpretativo al que nos vamos desacostumbrando en esta era de información rápida y significados explícitos.

El manuscrito de Nebiros ha atravesado una trayectoria que, en cierto modo simbólico, remeda la de la historia de España: censurada cuando el editor José Janés la quiso publicar, por expresar una "moral repugnante" y ostentar un "espíritu derrotista", acabó arrumada en algún armario de la casa del autor, hasta que fue redescubierta no hace mucho por su hija, Victoria Cirlot, perdido en los entresijos de la casa familiar. También ha aparecido en los Archivos Generales de la Administración, en Alcalá de Henares, el ejemplar utilizado por la censura parar su evaluación, marcados con rojo varios pasajes que, presumiblemente, ofendían el gusto del censor.

La novela, la única que escribió Cirlot (en los meses de agosto y septiembre de 1950), es en realidad un largo monólogo interior, al que los hechos externos, que no son muchos, solo sirven de acicate o de apoyo narrativo. Cuenta la historia de un hombre en edad madura, al que no se nombra, como indicando que representa a cualquiera de nosotros, que trabaja en la vieja empresa familiar de contabilidad que ha heredado de su padre. La empresa decae ante la indiferencia del personaje, que detesta dicho trabajo, pero que no ha tenido jamás el valor de hacerse de otra profesión o de abandonar la vida rutinaria que ha llevado hasta entonces. La historia cubre una noche, al menos en el manuscrito que se ha rescatado, pues la hija indica en el epílogo que quizá se han perdido algunas páginas que la continúan hasta igualar las 24 horas del Ulises de Joyce, obra que conocía y admiraba Cirlot. El personaje sale del trabajo y decide caminar por la ciudad innombrada que es el escenario de la novela, una ciudad portuaria, como la Barcelona del autor, pero le atraen los barrios bajos, donde se encuentran los prostíbulos y los bares de prostitutas, donde vagan la gente pobre y los descastados de la sociedad. Como ha hecho tantas veces, retrasa el retorno a su casa, donde vive en soledad, temeroso de oír las voces de su padre en su habitación, de hundirse en la serena desesperación que cimenta sus días.

Durante el paseo, el personaje reflexiona. Todo lo que encuentra le lleva a la indagación espiritual, su mente, que él mismo tipifica como ondulante y ambivalente, pendula entre el nihilismo existencialista que deniega todo sentido a la vida y la esperanza de una revelación que otorgue sentido a todo aquello que ha vivido. Siente, de forma imprecisa, que aquella noche le espera alguna experiencia de orden trascendente y se afana para obtenerla, pero, de acuerdo con su carácter contradictorio, toda vez que parece encontrarla, le asalta la convicción en la futilidad de todo esfuerzo. Durante su largo peregrinaje nocturno a ninguna parte, se entrega a alucinaciones que distorsionan la realidad en la dirección de algún contenido simbólico o recuerda episodios de su infancia, de su juventud, en los que sufrió o en los que no supo qué hacer y le llenaron de culpa. Recala en un bar que tiene el nombre que da título a la novela, Nebiros, el nombre de un demonio que preside sobre un pecado que no se puede nombrar, en concordancia con el tono de ambigüedad opresiva de la novela. En aquel bar observa a un borracho hablar a solas y piensa que su trabajo es más arduo que el de cualquiera, el de hundirse en el abismo del alcohol con disciplina casi mística. Entran personas que parecen empleados del puerto y de pronto aparece una mujer semidesnuda, con los pechos al aire, que termina por identificar con la mítica Lilith. Va a un prostíbulo y ejerce el acto sexual con desapego, lo que le incita la culpa que ha marrado buena parte de su vida. Se queda dormido por un rato, sentado en unos sacos del puerto, y la ciudad se convierte en jaula, en una prisión. Se encuentra con una niña mendicante, a la que asume de no más de dos, tres años, y se le ocurre la idea de adoptarla, de redimir con aquel acto y el amor que le daría, toda una vida de irrelevancia e intrascendencia vital. Pero los pensamientos, como en toda la novela, se interponen entre él y la realidad y la niña desaparece, para no verla jamás.

Todo este periplo viene acompañado de reflexiones filosóficas que, como dijimos, oscilan entre la desesperación y la revelación. Tan pronto como piensa que recoger a aquella niña le salvaría moralmente, por ejemplo, como que se arrepiente y decide que la soledad no puede ser quebrada con actos que a la larga son ilusorios. Al punto que ve en las prostitutas a símbolos de la magia sexual que ha leído en algún libro o encarnaciones de divinidad femenina, le perturban pensamientos sobre la naturaleza cruel de tal profesión, que las obliga a acostarse con 20 o 30 hombres cada noche y sobre su debilidad de carácter al hacer uso de sus servicios. Poco más sucede en esta novela, que tiene antes la cualidad de un largo poema en prosa que de un texto narrativo en el que hechos y personajes estructuren una realidad reconocible. Nada es reconocible de modo fácil en la novela de Cirlot, que hace referencias a sus propios poemas y a lecturas de gran rango, desde Dante hasta la literatura del mal de Bataille y el surrealismo, por lo que es de suponerse que incluso su publicación no le hubiera traído un público lector demasiado amplio. Me pregunto si se lo traerá incluso ahora, cuando las reflexiones de orden metafísico atraen menos la atención del lector, a menos que vayan ornamentadas de acción dramática, de impulso de thriller americano o de sexualidad patente.

Si Cirlot hubiera merecido la atención de alguien como Rubén Darío, no me cabe duda de que le hubiera incluido en su famoso libro Los raros, por la extrañeza y misterio de su producción literaria. En estos tiempos, se me ocurre que la mejor aproximación a su obra la proveería el marco interpretativo de la escuela tradicionalista (también llamada perennialista) de interpretación de la religión y la mística, la que representan figuras como Mircea Eliade o Frithjof Schuon, por el énfasis que ponen en el simbolismo y la experiencia de lo trascendental de modo directo, intuitivo. Su propio diccionario se inscribe en este movimiento de indagación de las universalidades subyacentes a la variedad de expresiones filosóficas o religiosas. Nebiros patentiza una visión gnóstica de la existencia, en la que el mundo de la materia y de la carne se encuentra en perpetua lucha con el mundo del espíritu y de la trascendencia, un mundo creado tal vez por un dios subalterno, desprovisto de la perfección del principio absoluto, pero emanado del mismo y aún provisto de sombras de la divinidad, algunas de las cuales se encarnan en símbolos. El paseo nocturno del personaje es, de algún modo, una expresión más de la discontinuidad existencial de lo mundano con lo Absoluto, y, a la vez, de su continuidad esencial con el mismo, hasta en los aspectos más abyectos y degradantes.

En ciertos tipo de gnosticismo existe la noción de que una forma de acceder a la trascendencia, al mundo superior que subyace a las apariencias, consiste en abandonarse a lo infernal, al mal, a lo de abajo. O como lo expresa el título del magnífico estudio de lo oculto en el simbolismo literario de John Senior, The way down and out, el camino hacia abajo y hacia afuera. El peregrinaje de Nebiros ejemplifica dicha expresión, y el personaje acaba en la novela comiendo la cena que le han dejado la noche anterior, de madrugada, como si de la última cena se tratara, atrapado en las redes del universo material, pero aspirando a ir abajo y arriba, hacia lo trascendente. Una novela, por tanto, que debe leerse más como un poema surrealista que como un constructo narrativo de literatura realista.

*Frans van den Broek es crítico literario.Frans van den Broek

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