CRISTALES ROTOS
El PP, deconstruido
En las dos últimas décadas, el Partido Popular (PP) ha gozado de una base electoral amplia y sólida. A lo largo de estos veinte años, los populares han ganado elecciones (en 1996, 2000 y 2011) y también las han perdido (en 2004 y 2008), si bien su número de votantes ha oscilado relativamente poco, entre los 9,7 y los 10,8 millones. Una variación mucho menor que la del PSOE, que ha fluctuado entre los 7 y los 11,3. Las victorias y derrotas del PP se han debido en mucha mayor medida a la reacción del electorado moderado y progresista a la evolución de la situación política y económica que a la de los votantes conservadores, que hiciese lo que hiciese su partido y estuviese España en mejor o peor forma, ahí han estado casi en bloque mostrándole su incondicional apoyo.
Algo está cambiando, sin embargo, en esta legislatura. El PP sufre un desgaste espectacular, cayendo a niveles de intención directa de voto similares a los que tenía cuando el partido, en los ochenta y principios de los noventa, no era siquiera una alternativa de gobierno. La lealtad de sus votantes parece estar quebrándose: la capacidad de retención del partido, es decir, el porcentaje de electores fieles, que oscilaba en torno al 80% en épocas pasadas, se ha derrumbado. Del total de votantes del PP en 2011, menos de la mitad (44%) repetiría voto ahora, según el CIS. De ser el que más fidelidad solía lograr, se ha convertido en el partido con menos fieles.
La caída de retención de votantes va acompañada de otros elementos que convierten al PP en un partido mal valorado entre los suyos. Por un lado, el Gobierno ha emprendido en esta legislatura políticas impopulares. Como muestra el ObSERvatorio de MyWord para la Cadena SER, la austeridad, recomendada desde la Unión Europea, cuenta con el respaldo de únicamente el 14% de los votantes del PP, que rechazan además la reforma laboral (57%) y la reforma de las pensiones (50%). El PP, además, es percibido entre sus electores como un partido demasiado salpicado por la corrupción (79%) y escasamente transparente en la toma de decisiones (52%).
La impopularidad de algunas de las políticas estrella del PP, así como su estilo de gobierno podrían explicar por qué el partido pierde en esta legislatura a gran parte de un electorado que siempre le ha sido fiel. Sin embargo, en su anterior etapa de gobierno, con Aznar, el PP también emprendió políticas impopulares y fue percibido como un partido poco dado al diálogo y a la transparencia. El rechazo a la participación de España en la guerra de Irak, del 91% en la población española, también era mayoritario entre los votantes del PP, así como la crítica al estilo de gobierno, calificado de 'autoritario'. Con todo, la factura electoral del partido fue más bien pequeña: el PP perdió las elecciones de 2004 por la movilización de los ciudadanos progresistas, que se tradujo en un ascenso de 3 millones de nuevos electores para el PSOE, frente a un retroceso de sólo de medio millón de votos en el PP. Los populares se fueron a la oposición reteniendo a casi todo su electorado.
¿Qué está ocurriendo ahora? ¿Qué explica la súbita incapacidad del PP de retener a los suyos? Podría ser la propia crisis, que sitúa al Gobierno en una posición mucho más difícil que la que tuvo Aznar. Sin embargo, el PP sigue siendo visto como el partido más capaz para lidiar con las reformas económicas, tanto por el conjunto de ciudadanos como por sus propios electores, entre los cuales un 52% cree que el partido cuenta con personas capaces y preparadas.
Quizás las causas sean otras. Actualmente, el PP no cuenta con asuntos 'aglutinadores', aquellos que lograron en tiempos pasados mantener unido a su electorado. Tanto en el Gobierno, primero, como después en la oposición, el PP movilizó a sus votantes en torno a la bandera del nacionalismo español y en torno a lucha contra ETA. El PP supo así unir a los suyos en contra de las posiciones de otros (las del PSOE, especialmente), tachadas de comprensivas o cómplices con los nacionalismos y la banda terrorista.
En esta legislatura, la lucha frente a ETA tiene escasa cabida, por no decir ninguna. El PP ha seguido defendiendo el nacionalismo español, especialmente frente a Cataluña, pero al gobernar en la mayoría de los ejecutivos regionales, los ataques al estado autonómico son mucho más complicados de articular y sostener. Es difícil insistir en que el Estado Autonómico es el 'Estado de las mamandurrias', como lo llamó Esperanza Aguirre, cuando se gobierna en la mayoría de las autonomías. Sin 'asuntos aglutinadores', que contaban además con una gran carga emotiva, de poco sirve ya una estructura mediática favorable a la derecha: sin mensaje, no hay comunicación posible. Las próximas elecciones serán, en mucho tiempo, las primeras en las que el PP no parta de la casilla de salida con casi 10 millones de votantes. Salvo que por el camino la derecha encuentre un nuevo punto de unión para los suyos.