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VERSO LIBRE

Cosas que siempre quise contarte

Contar las cosas a los demás supone siempre un ejercicio de conciencia. Pensar, ordenar, compartir. Nos contamos a nosotros mismos aquello que queremos ser. Ser para contar y para contarle a los demás. Hacemos selección y creamos un sentido con el que identificarnos. Escribir sobre la vida es buscarle un sentido a la vida. Miguel Ríos ha publicado sus memorias con el título Cosas que siempre quise contarte (Planeta, 2013). Además de muchos episodios privados y públicos de la biografía de uno de los músicos decisivos de nuestra cultura contemporánea, el lector de este libro encuentra la búsqueda vital de un sentido. ¿Qué significan el éxito y el fracaso en una vida? ¿Cómo se ponen a moverse – y a bailar en este caso sobre un escenario–, el amor, el compromiso, el miedo, la ilusión, el riesgo…?

Cuando utilizamos la expresión “sentirse realizado en la vida”, admitimos no sólo que formamos parte de la realidad y que nuestros sueños necesitan encarnarse en una historia. Admitimos también que nuestra relación con la vida es un sentimiento y que entenderla, sentirse vivido y cumplido, exige un acto de negociación y de acuerdo con nosotros mismos. Para estar satisfecho no basta acumular éxitos, dinero, fama… Para saberse negado no basta con sufrir fracasos o cometer errores… La vida es insaciable, rencorosa, acuciante en la felicidad o en el dolor si uno no se ha preocupado de buscarle sentido, un acuerdo con la propia voluntad. Al leer 'Cosas que siempre quise contarte', he tenido la sensación de adentrarme en la vida de un hombre honrado consigo mismo y con los demás, o mejor, de alguien que para ser honrado con los demás se puso la tarea de ser honrado consigo mismo. Los éxitos, los riesgos, los errores, las apuestas de Miguel Ríos son acontecimientos propios de alguien que procuró desde muy pronto darle sentido a su vida. No es que escribiera desde su adolescencia un guión calculado del porvenir. Pero fue respondiendo a esto y a aquello, a lo previsible y a las sorpresas, con la voluntad de no traicionarse a sí mismo, con lealtad a su memoria y a su vocación.

Miguel Ríos nació en 1944. Vino al mundo sobre el Desembarco de Normandía, la posguerra española más dura, una ciudad provinciana acostumbrada a devorarse a sí misma y una familia numerosa caracterizada por el trabajo, la necesidad y un sentido maternal de la decencia y el amor. A la memoria de Miguel Ríos pertenecen recuerdos que definen bien los últimos 70 años de la historia de España. Siendo niño, un sacerdote de las Escuelas Salesianas, capellán también del Frente de Juventudes, lo llevó de excursión a Cádiz. En los altavoces del puerto sonó “Adios, mi España querida” en la voz de Antonio Molina, mientras partía un barco cargado de emigrantes hacia América. Fue la experiencia más triste, sobrecogedora y hermosa de su vida.

En un concepto fértil de lo nuestro cabe también el amor por lo desconocido. Los recuerdos se suceden a golpes de música y el adolescente que desembarca en Madrid en los años 60 se convierte pronto en el explorador de la aristocracia rockera y en el cantante de éxito que gracias al “Himno de la Alegría” recorre en limusina la Quinta Avenida de Nueva York. Se suceden los triunfos, las grandes giras, y también las desilusiones, las cosas que no salen bien, incluso los fracasos humanos. Una experiencia carcelaria que recuerda no le duele tanto por el hecho de la detención y el escándalo público como por la cicatriz íntima de pensar que no estuvo a la altura de las circunstancias cuando fue interrogado por la policía franquista. El lector no puede darle mucha importancia (confesar con quién has fumado porros no es grave si se compara con las delaciones políticas que los torturadores arrancaban en aquella época). Pero Miguel sí se la da, porque en las cosas que nos cuentan hay sobre todo un ejercicio de conciencia, la búsqueda de un sentido personal.

La sociedad se ha acostumbrado a identificar el éxito con la acumulación de dinero. Junto al rumor de muchos nombres que desaparecieron o se traicionaron a lo largo de más de 50 años de historia musical, la biografía de Miguel Ríos alcanza un valor ejemplar y emocionante. Sus memorias también. Nos dejan la sensación de que una vida realizada depende de algo más que de la fama y el dinero. La lealtad a su gente y a su vocación le ha permitido resistir, disfrutar de las alegrías, reinventarse ante las decepciones y ser, en el buen sentido de la palabra, bueno.

Toda memoria es un género de ficción. Miguel tenía muy difícil lograr un personaje literario llamado Miguel Ríos que estuviese a la altura del ser humano Miguel Ríos. Y lo ha conseguido.

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