Nacido en los 50

Por el vuelco en las siguientes

El Gran Wyoming

El resultado de las elecciones ha producido dos sorpresas.

La primera es la irrupción en el escenario político, el gran éxito, de Podemos. Una formación con cuatro meses de vida, que no parte de coaliciones ni partidos refundados y consigue casi tantos votos como Izquierda Unida, superándola en la Comunidad de Madrid. Un caso insólito, único probablemente, en la historia de la democracia.

La segunda es la caída del Partido Popular que ha notado, tal vez sólo sea un aviso, la falta de respaldo incondicional del que siempre dispone al ser la única formación que representaba a la derecha española que, por venir de donde venimos, es irreconciliable con cualquier otra opción. Así, se pueden permitir el lujo de gobernar de espaldas a los intereses de gran parte de su electorado y, desde luego, contra la población que no les vota, que siempre va a contar con el apoyo “de los suyos”. La reelección de los corruptos una y otra vez con mayorías abrumadoras genera incomprensión y estupor en los observadores extranjeros que no conocen nuestra intrahistoria. La amoralidad de los líderes de este partido, bien transmitida a la ciudadanía a través de los medios de comunicación afines, que la acepta y la digiere haciéndola suya, les permite un campo de maniobra infinito. Este domingo, sin embargo, ha descendido ese respaldo de forma notable, por primera vez. La ruina está alcanzando “a los suyos”, será por eso.

El batacazo del PSOE, sin embargo, parecía cantado. Históricamente ha disfrutado de unas mayorías que no le correspondían, aglutinando el voto de los ciudadanos que pretendían con su apoyo evitar la debacle de la presencia en el Gobierno central de los neoliberales que venían a por todo, a arrasar con todo, a desmontarlo todo en cuanto tuvieran ocasión. Y la tuvieron. Claro que ese apoyo de la ciudadanía para contener la barbarie neocón no iba a durar eternamente. Los paisanos se cansan de contribuir con su voto a la formación de gobiernos que hacen oídos sordos a muchas de sus demandas en favor de la gobernabilidad, cediendo al chantaje de los incuestionables poderes fácticos. El “No pasarán” no puede servir eternamente de “programa” y, de seguir así, se quedarán con los suyos, sus resultados se aproximarán a su parroquia real. Sí, el votante de la izquierda es más crítico, más exigente, más intransigente. Es lo que hay.

En tiempos de crisis no caben paños calientes. No se puede pedir la dimisión del presidente del Gobierno y, ante la negativa de este a dejar el poder, seguir hablando con él como si nada. No son tiempos de gestos testimoniales ni de políticas de coyuntura. La situación social es muy grave, y es precisamente ahora cuando se comprueba la verdad de las ideologías. La entereza y el valor de los representantes para dar la cara cuando están masacrando a los ciudadanos. Es el tiempo de soluciones reales y valientes que ahora llaman utopías y antes alternativas al atropello por parte del crimen organizado.

Sólo plantando cara y planteando de manera firme, blanco sobre negro, el fin de la hegemonía de la economía especulativa, de la tiranía de los mercados, de esas cuevas de delincuentes que arruinan a los pueblos llamadas paraísos fiscales, de los partidos que se organizan como bandas para delinquir creando leyes del silencio y cerrando filas en torno a los corruptos, solo enfrentándose a esta desgraciada realidad sobreviviremos. También poniendo en su sitio a los partidos que cuando viene la ola de la gran marea agachan la cabeza salvando el pellejo mientras el agua se lleva por delante a los incautos bañistas más preocupados, sin saberlo, por salvar sus sombrillas y sus toallas que sus propias vidas.

La presión ejercida contra el ciudadano con estas medidas llamadas de austeridad, dotadas de préstamos que van, directamente, al rescate del sistema financiero, acompañados de la exigencia de reformas estructurales profundas, que no son otra cosa que abolición de derechos de los ciudadanos para dejar el campo abierto al saqueo, al expolio y al desmantelamiento del Estado de bienestar, debe ser frenada de golpe. Crecidos por la impunidad con la que se han exterminado normas de convivencia fundamentales en un estado democrático como el derecho a un salario digno, derecho que hasta hace un par de años nadie se atrevería a cuestionar, se prepara otro lote de medidas restrictivas involucionistas, disfrazadas de leyes regulatorias de la convivencia, que pretende exterminar el derecho a la libre expresión del ciudadano, dotando a los policías que transitan por las calles de poderes que antes sólo ejercían los jueces. Disposiciones que sólo tendrían cabida en regímenes pseudofascistas y que ahora encuentran acomodo en nuestra peculiar democracia, una democracia que se pretende para el pueblo y no cuenta con él.

Los partidos tradicionales, más preocupados por su propia supervivencia que por la de los ciudadanos, deben reinventar la democracia real, aquella cuya prioridad innegociable es el bienestar del pueblo, o dejar paso a los que la persiguen.

Los signos de recuperación de la economía que venden desde los distintos poderes nacionales y desde las altas instancias europeas, se transforman en señales de alarma cuando los ciudadanos contemplan el paisaje del día después: una sociedad sin derechos, sin libertad y donde, de nuevo, la pobreza no es exclusiva del excluido sino que es patrimonio de trabajadores a los que se condena a salarios de hambre.

En estos tiempos de crisis donde el saqueo de la nave que naufraga es sistemático, urgen medidas de choque. Urge la abolición de las reglas que permiten la ruina de los estados, el desmantelamiento de la economía productiva, la deriva del dinero hacia la nube de la especulación. Urge la regulación de los mercados que llevan a la pobreza a los ciudadanos, poner coto a esta piratería financiera que define la libertad como la eliminación del control de los mercados por el Estado, mientras preparan medidas características de regímenes totalitarios para reprimir a los ciudadanos. Un mundo donde la destrucción de la industria y los despidos colectivos se han convertido en un gran negocio no es admisible.

Poner las cosas en su sitio. Nada más. Abolición de la crueldad y el desprecio a la ciudadanía desde las instituciones.

No hay que inventar un mundo nuevo, es aquel por el que siempre luchó la humanidad: Justicia y Libertad, esa es la consigna, Sancho.

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