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La película de Lasa y Zabala y la memoria de lo vivido

Odón Elorza

He vuelto a ver, esta vez en el Festival de Cine de San Sebastián, la película basada en el sumario del caso Lasa y Zabala porque sentía la necesidad de revisar y contrastar las impresiones que me causó cuando la vi en Madrid, con ocasión de un pase privado para la prensa el día 2 de septiembre.

Se trata de una producción vasca que cuenta con ayudas del Gobierno Vasco, Ministerio de Cultura, ETB y Diputación de Gipuzkoa, entre otras. Está dirigida por el donostiarra Pablo Malo y como es un buen producto cinematográfico me parece excelente que se estrene en este festival y levante una indudable expectación.

La película-documento se centra en el asesinato de Lasa y Zabala, dos jóvenes del entorno radical abertzale huídos a Baiona (País Vasco francés), un episodio seguramente poco conocido fuera del País Vasco. En el primer visionado me quedé pegado a la butaca dándo vueltas en mi cabeza a la denuncia que expresa la película sobre una notable impunidad para los autores e inductores de un crimen de terrorismo de Estado atribuido a los GAL. También me hizo reflexionar sobre algunos riesgos que se han instalado en las calles del País Vasco tras el final del terrorismo de ETA.

La película, bien dirigida e interpretada, regoge en segundo plano el contexto general del terrorismo provocado por ETA al centrarse en el secuestro y asesinato de los dos jóvenes exiliados y en el sufrimientos de sus familias. Pero echo en falta en el relato final el dato de que el fenómeno terrorista de los GAL se limitó al periodo 1983-1987. Y confío que no cree confusión sobre lo que supuso ETA o pudiera llevar una visión parcial de la historia por parte de los más jóvenes ya que la película no justifica la existencia de ETA.

En mi opinión, el guión establece un reparto de papeles entre buenos y malos, destacando el papel de bueno otorgado al protagonista central, un abogado de exiliados y del entorno de apoyo a ETA, un hombre al que le atribuyen contradicciones morales que el guión le ayuda a superar en su parte de ficción. Por este enfoque habrá quien piense que asistimos a un lavado parcial de la memoria.

Ya sé que no era el objetivo de esta produccíón pero echo en falta en la película un reflejo más real –y por tanto crítico– de la actitud del entorno de ETA que siempre apoyó y jaleó sus asesinatos. Quienes vivimos muy de cerca los años de terror tuvimos claro que ETA carecía de la más mínima legitimidad y que, por otra parte, los GAL representaron una práctica terrorista condenable sin lagunas mentales.

En posición coincidente con Gesto por la Paz, mi memoria me recuerda que condené los atentados del GAL por ser contrarios al Estado de Derecho y restarle legitimidad, así como por alimentar el odio y la bestia de ETA. Y expresé mi disconformidad con el ascenso y el indulto al General Galindo, cuando hacerlo no estaba bien visto, sobre todo fuera de Euskadi.

Estamos ante una película cuya temática política llevará a muchos espectadores a posicionarse. Por tanto, es inevitable la disparidad de opiniones y, quizás, hasta una polémica. Porque habrá quién considere que el mensaje de la película, dirigido a condenar las torturas y la violencia, no se apoya en un relato con más acentos. En todo caso, es muy oportuna esta película en momentos en los que el actual Gobierno lleva un año negando la concesión de ayudas complementarias a reconocidas víctimas del terrorismo de los GAL, al no aplicarles las previsiones de la ley Zapatero de 2011 de reconocimiento y protección integral a las víctimas del terrorismo.

Me ha resultado muy duro verla porque, además, me ha empujado a revivír muchos episodios de aquella etapa de los años 80 y me ha hecho recordar infinidad de momentos de dolor, de silencios cómplices, odios y miedos, mucho miedo. Sin duda, servirá para agitar las conciencias y reafirmar los principios con los que una parte de la ciudadanía vasca nos estuvimos movilizando durante años contra el terrorismo y en defensa de los derechos humanos. A otros, la película les provocará un aplauso fácil olvidando que deberían avergonzarse por justificar tanto tiempo el terrorismo. Sin olvidar que la película no sirve –ni lo pretende– para que una mayoría silenciosa se vea en la necesidad de preguntarse por qué no hicieron más para oponerse a tanta barbarie y cómo pudieron anular y esconder su propia dignidad. La catarsis vasca sigue pendiente.

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Esta arriesgada producción del cine vasco me ha llevado a recordar las largas conversaciones que mantuve con Pilar Miró cuando le animaba, una y otra vez, a llevar a la pantalla y a modo de alegato por la paz una historia sobre el terrorismo y la vida en Euskadi que movilizara las conciencias dormidas. No la pudo hacer y aún necesitamos esa película que nos empuje a los vascos, sin maniqueísmos, a un examen de conciencia. Sobre todo tras el relax de Ocho apellidos vascos.

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Odón Elorza es diputado del PSOE por Gipuzkoa

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