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Los encanallamientos

El periodista Manuel Bueno, famoso por el desafortunado bastonazo que dejó manco a Valle-Inclán, llegó a ser contratado por el Ayuntamiento de Madrid como ama de cría. Así eran las cosas en una época en la que cada político tenía su periódico y los partidos empleaban a los periodistas para asegurarse los aplausos y los silencios. No había otro puesto disponible, todo estaba cubierto, y la orden de colocar a Manuel Bueno superó el inconveniente de la biología. Que algún niño se quedara sin leche en el hospicio era un problema menor.

Los años finales del XIX y los primeros del XX mezclaron la bohemia con el encanallamiento en la prensa española. Al final las cosas quedan como recuerdo histórico y literario. Los novelistas Manuel Ciges Aparicio y Pío Baroja contaron jugosas anécdotas de un periodismo que pasaba con facilidad del chantaje a los vítores. Por unas cuantas pesetas, las redacciones amigas del sablazo callaban un escándalo o sostenían una calumnia. No era obligado que los directores de periódico fuesen maestros en su oficio. Bastaba con que supieran manejar la espada o la pistola para salir con vida de los lances de honor.

Como estudió José Álvarez Junco en un libro magnífico, El emperador del Paralelo. Lerroux y la demagogia populista, la redacción de El País maduró una forma de hacer política basada en la falta de escrúpulos, las decisiones radicales, la ausencia de programas y la movilización de los sentimientos. Me refiero a El País fundado en 1887 para servir las políticas de Ruiz Zorrilla con el dinero de Antonio Catena, propietario de una casa de juego clandestino en Madrid.

La verdad es que la falta de pudor de buena parte del periodismo actual, ya sea en las tertulias televisivas o en las cabeceras tradicionales, recuerda mucho la atmósfera de aquellas redacciones sin escrúpulos. Siempre ha habido una servidumbre informativa. Pero dejando a un lado las consignas y las censuras propias de los dictadores, la falta de vergüenza que ahora sufrimos sólo es comparable con aquella España en la que Lerroux pasó de la silla de un periódico a la movilización de las masas.

Claro que hay matices. Entonces los periódicos dependían de los intereses de un partido. Luego cambió el panorama y fueron los partidos los que empezaron a depender de los intereses de los periódicos. Para completar el ciclo, hemos llegado a una situación en la que ni periódicos ni partidos son dueños de sí mismos: trabajan en hermandad al servicio de los grandes bancos y grupos económicos que los han comprado.

La falta de pudor profesional y la necesidad de sobreactuación en esta sociedad del entretenimiento zafio provocan una atmósfera de encanallamiento. Meterse en política es ahora entrar en un avispero. El trasiego de datos privados y de informaciones institucionales se apresura a ensuciar la vida del que se atreva a poner un pie en la escena pública. Se convierte en sospechoso a cualquier persona honrada, se dimensionan los pequeños errores hasta el punto de presentarlos como grandes escándalos, se mancha la verdad, se agita, se calumnia, para que los ladrones de siempre sigan controlando sus negocios bajo el humo del griterío. Un error en una declaración de hacienda, la debilidad de una noche de sexo o la rebeldía familiar de un hijo adolescente pueden equipararse en la hoguera de la actualidad con el 80% de las empresas del IBEX 35 que especulan a diario con nuestra vida en paraísos fiscales o en bancos como el HSBC.

La mano en el fuego

El encanallamiento y la falta de pudor llegan también a la lucha de los partidos donde los compañeros se asestan puñaladas en la espalda, humillan, cambian cerraduras y rompen los órganos de democracia interna. La política como territorio sólido se desvanece en la espuma momentánea del espectáculo. Y allí vuelven a juntarse sin pudor el dinero, la política y la prensa.

Un medio de comunicación convierte en portada de actualidad durante varios días una noticia menor. Esa noticia medio inventada sirve para que un político necesitado de golpes de efecto actúe sin escrúpulos, cese a un compañero y se salte a la torera los procedimientos democráticos y la formalidad de su partido. A las pocas horas aparece una encuesta preparada con antelación para respaldar el éxito de la estrategia y el aplauso popular.

Llega un momento en el que lo de menos es el éxito o el fracaso. Las preguntas son otras: ¿qué somos nosotros?, ¿quién juega con nosotros?, ¿quién nos manda? La pérdida de oficio y prestigio de esos periodistas, esos políticos y esos encuestadores, los convierte en amas de cría en el hospicio de Madrid. Ninguna persona decente debería mezclarse en una política diseñada de este modo. Estas amas de cría alimentan la perpetuación de la injusticia y el deshonor.

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