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Los okupas de Aguirre
Estoy completamente de acuerdo con Esperanza Aguirre en su animadversión hacia los okupas. Voy más allá: creo que hay que desenmascararlos, con nombre y apellidos, para que el escarnio público les avergüence. En el improbable caso de que les quede una pizca de vergüenza, claro.
Y no podemos quedarnos sólo en los okupas. Hay que señalar también a quienes les jalean, protegen, amparan y benefician. Es decir, hay que ser beligerantes con los encubridores.
O terminamos con la borrachera moral y material de los okupas y sus encubridores, o ellos dinamitarán los pilares de nuestra sociedad.
Ha dicho Esperanza Aguirre que "apoyar ocupas es un atentado a la seguridad jurídica porque en España la propiedad esta protegida y la ocupación penada". Nuevamente de acuerdo al cien por cien. Por ello surge una pregunta evidente para la dirigente del PP: ¿qué ha hecho ella contra los principales okupas que han campado por Madrid?
La okupación consiste en tomar la posesión de una propiedad de forma ilegal. Pues bien, se acumulan las pruebas de que Rodrigo Rato, Miguel Blesa o Francisco Granados okupan decenas de propiedades a las que han accedido de forma ilegal.
Entrar en una propiedad privada dando una patada en la puerta es un atentado contra la seguridad jurídica. Dar una patada en la puerta de miles de ciudadanos honrados, robarles y utilizar luego el botín para okupar propiedades –previo paso por un notario para dar apariencia de legalidad– es un atentado aún mayor contra la seguridad jurídica.
Rato okupa hoteles, pisos y yates de forma ilegal. Tomó posesión de esos bienes gracias al butrón que hizo en Bankia. Granados okupa casoplones, cochazos de forma ilegal. Tomó posesión de esos bienes después de pegar una patada en las puertas de diversos ayuntamientos y llevarse la pasta. Blesa okupa pisos y mansiones de forma ilegal. Tomó posesión de esos bienes después de asaltar las casas de miles de preferentistas y robarles sus ahorros.
Estos conceptos son tan básicos que parece mentira que haya gente que no los tenga claros. Aguirre debe repasar con urgencia sus apuntes de Derecho. No vaya a ser que le preocupen los que beben cerveza mientras cierra los ojos ante una mafia de contrabando de bebidas alcohólicas de alta graduación.
Denunciar a los robagallinas mientras se compadrea con Al Capone, además de una ignominia, es una grave enfermedad moral.
O, por poner otro ejemplo que entenderá mejor Aguirre: denunciar las mamandurrias de quien cobra 400 euros al mes en subvenciones que necesita para comer mientras tu marido se embolsa 2,5 millones de euros por el mismo método, además de una ignominia, es una grave enfermedad moral.
Retomaré luego el tema de la enfermedad moral. Pero vamos antes al asunto de los encubridores. Ha quedado ya establecido quiénes son los verdaderos okupas en Madrid, quiénes violan la ley y asaltan las propiedades ajenas sin escrúpulos ciscándose en la seguridad jurídica. Pero los okupas no nacen por generación espontánea. Surgen porque hay un sistema que cierra los ojos ante sus actuaciones ilegales, cuando no colabora directamente con ellos.
La cosa es tan grave que debemos evitar eufemismos: Esperanza Aguirre es la principal encubridora del sistema corrupto que se ha instalado en Madrid desde hace más de una década.
Encubrir, dice la Real Academia de la Lengua en una de sus acepciones, es "impedir que llegue a saberse algo". Empleo el término con ese preciso sentido.
¿Y como se convirtió Aguirre en la Gran Encubridora? Pues muy sencillo: impidió que se investigasen las denuncias periodísticas, premió a los políticos sobre los que recaían las principales sospechas y desoyó a los compañeros de partido que le advirtieron sobre casos concretos de corrupción. El resultado de esa actuación de Aguirre era previsible: un sistema donde la sensación de impunidad estaba completamente extendida. Un régimen donde los okupas iban acumulando chalés, áticos y casoplones en medio de la complicidad culpable de sus conmilitones.
Esto no son opiniones. Son hechos.
Vamos allá.
1. El 22 de febrero de 2009, Público desveló la siguiente noticia: "Una promotora levanta una mansión a gusto de Granados". En la información se explicaba que una promotora inmobiliaria estaba construyendo en Valdemoro una casa de lujo de 1.000 metros cuadrados (sí, 1.000 metros) sobre seis parcelas donde el Plan General permitía edificar otros tantos chalés de 261 metros. Oficialmente no se sabía quién era el dueño. Pero la mujer de Granados, Nieves Alarcón Castellanos, visitaba asiduamente la obra y había elegido hasta "los suelos de mármol".
¿Qué hizo Aguirre? Impedir que la oposición en la Asamblea de Madrid pudiese consultar la declaración de bienes de Granados, cerrar filas con Paco y mantenerlo como consejero de su Gobierno.
Es decir: Aguirre encubrió a su okupa.
2. El 23 de octubre de 2006, un incendio intencionado calcinó el Mini Cooper que utilizaba la mujer de Granados. Curiosamente, el vehículo no estaba a su nombre, sino que figuraba como propiedad de una constructora. Podemos decir que Nieves Alarcón era una mera okupa de un bien ajeno. Granados, entonces consejero de Presidencia, alegó que el concesionario donde había comprado el coche no había podido tramitar el cambio de titular por problemas burocráticos.
¿Qué hizo Aguirre? Cerrar filas con Paco y acusar a la oposición. Sí, tal cual. Declaró que el incendio en el garaje de Granados era "el primer atentado político cometido en la Comunidad de Madrid" y exigió al entonces ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, que resolviese el caso de forma inmediata. Y cuando a Aguirre le preguntaron por el hecho de que el vehículo estuviera a nombre de una constructora, respondió que era "incalificable" que cuando "a un señor le han quemado el coche [...] un medio de comunicación quiera desviar la atención".
Es decir: Aguirre encubrió a su okupa.
3. En 2004, cinco años antes de que estallase el caso Gürtel, se celebró una reunión en el despacho de Rajoy a petición del entonces tesorero del PP nacional, Álvaro Lapuerta, quien quería advertir a Aguirre de diversos casos de corrupción urbanística en ayuntamientos de Madrid. Entre ellos, el que se convirtió en el mayor pelotazo de la trama corrupta de Francisco Correa, en el municipio de Arganda. Una década después, en su declaración judicial por escrito en el caso Gürtel, la propia Aguirre reconoció la existencia de dicha reunión.
¿Qué hizo Aguirre? Según su versión, llamó al entonces alcalde de Arganda –Ginés López– y al presidente de la empresa del suelo del municipio –Benjamín Martín Vasco– para preguntarles por la operación. Y como le dijeron que todo era legal, se lo creyó y no hizo nada más. Eso se llama mano dura contra la corrupción. Aún ahora, tiempo después de escuchar por primera vez el relato de Aguirre, me sigue pareciendo extraño que los corruptos no le contestasen a su jefa política: "Ah, Esperanza, lo de la parcela preguntas. Nada, un pelotazo ilegal que estamos preparando. Nos vamos a repartir varios milloncetes de euros con Paco Correa, ya sabes el de la boda del Escorial".
Pero la memoria selectiva de la dirigente del PP se olvida de algunas cosas. Hizo algo más que callar, ver y dejar actuar a los corruptos: el Gobierno de Aguirre aprobó un aumento de edificabilidad de la parcela del pelotazo. Además mantuvo a Ginés López como candidato del PP en las municipales de 2007– que volvió a ganar– y a Martín Vasco lo premió nombrándolo portavoz adjunto del Grupo Popular en la Asamblea. Y, como perito en corrupciones, pensó que era buena idea que Martín Vasco presidiese la comisión de investigación creada para tapar el escándalo del espionaje (otro asunto que por sí mismo debería haber provocado la dimisión de toda la cúpula del PP madrileño).
Es decir: Aguirre encubrió a sus okupas.
Y no sigo porque les imagino aburridos. Y esto pretendía ser un artículo de opinión, no un ensayo. Pero son decenas, cientos, los casos de denuncias periodísticas desde 2003 que afectaron a colaboradores estrechos de Aguirre y su respuesta siempre fue la misma: atacar al medio, no investigar, impedir que se llegase a saber la verdad. Encubrir.
Bien, vamos por último con ese asunto que habíamos dejado pendiente. La enfermedad moral. Durante años, con la complicidad de ciertos medios y periodistas (algunos de forma gratuita y otros remunerada), Aguirre se presentó a sí misma como una adalid en la lucha contra la corrupción. Esta fabulación llegó al paroxismo cuando declaró: "Yo destapé el Gürtel".
La verdad sobre este asunto también es fácil de descubrir: Aguirre sólo obligó a dimitir a sus colaboradores cuando el correspondiente escándalo de corrupción podía afectar a su carrera política. No hay ni un solo ejemplo, ni uno, en que Aguirre tomase la iniciativa para investigar o atajar un caso de corrupción. Y hay decenas, empezando por los descritos de Granados, Ginés López y Martín Vasco, en los que amparó y promocionó a los corruptos cuando ya se acumulaban las sospechas sobre ellos.
Presentarte como víctima cuando eres el verdugo es una enfermedad moral.
Aquí las víctimas son los ciudadanos madrileños y la agresora es Esperanza Aguirre. ¿O cómo se puede calificar si no la actuación de una dirigente que ha seleccionado de forma invariable a corruptos como colaboradores, que los ha amparado cuando se desvelaban sus fechorías y que en muchos casos los ha promocionado pese a las evidencias de que no eran trigo limpio? Pues sólo así: como una agresión contra los bolsillos de los contribuyentes madrileños y una agresión contra la decencia de la sociedad. Una okupación material y moral.
Los okupas neonazis se intalan en el antiguo edificio del NO-DO
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La distinción entre víctimas y verdugos es esencial. O esto se entiende... o a otra cosa mariposa.
Madrid puede permitirse un número limitado de okupas. Aunque sean tan voraces con los bienes ajenos como los okupas de Aguirre.
Pero es ya realmente insoportable la carcoma moral, la mentira diaria, la manipulación compulsiva que impregna la actuación política de Esperanza Aguirre y Gil de Biedma.