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Y sin embargo se mueve

Galileo o la lucha incombustible por la verdad

América Valenzuela

Cuenta la leyenda que tras abjurar del heliocentrismo ante la Inquisición en el siglo XVII Galileo Galilei musitó: “Y sin embargo se mueve”. No hay certeza de que el maestro pronunciara esta sentencia rebelde, pero sí de que a pesar de decir lo contrario públicamente nunca dejó de creer en lo que había demostrado, que la Tierra no era el centro del Universo. Galileo se mantuvo firme en sus convicciones y manejó con mano izquierda la absurda situación. Hoy estas palabras son símbolo de la lucha impenitente por imponer la verdad.

El filósofo de la Antigua Grecia Aristóteles sentó las bases de la teoría del universo geocéntrico. Según esta, 56 esferas giraban alrededor de la Tierra. Dentro de ellas, flotando en la Quintaesencia que mantenía todo en estado puro, se encontraban ordenados de dentro hacia afuera: la Luna, Mercurio, Venus, el Sol, Marte, Júpiter y Saturno. En la esfera más externa estaban las llamadas estrellas fijas.

Durante 18 siglos nadie dudó de este modelo que casaba con lo que decía la Biblia. Hasta que apareció en escena en el siglo XVI el científico polaco Copérnico, al que el universo geocéntrico le hacía aguas por todos lados. Propuso un modelo tan distinto como irreverente en aquella época, el heliocentrismo, muchísimo más próximo a la realidad: la Tierra giraba sobre sí misma una vez al día y ésta una vez al año daba una vuelta completa al sol. También sugería que la Tierra en su movimiento rotatorio se inclinaba sobre su eje. Sin embargo, a pesar de lo acertada que era la teoría, conservaba creencias de la cosmología antigua, como la idea de las esferas, dentro de las cuales estaban los planetas y fijas las estrellas.

Copérnico no quiso publicar sus estudios hasta bien cercana su muerte. Sabía que tendría problemas con la Iglesia. Tenía razón. A pesar de haber dedicado su obra Sobre la revolución de las esferas celestes al papa Pablo III presentándola como información que serviría para hacer un calendario más preciso, fue prohibida poco tiempo después.

Le siguieron otros que hicieron tambalear el geocentrismo, como el sacerdote Giordano Bruno, que terminó muriendo en la hoguera, el astrónomo danés Tycho Brahe y su discípulo alemán Johannes Kepler. Pero fue Galileo el que derribó definitivamente el universo geocéntrico. Decía que si no había pruebas todo quedaría en una mera conjetura u opinión. Así que construyó el primer telescopio para observación astronómica, con el que recabó pruebas que demostraban que los planetas y la Luna no eran inmutables, ni eran esferas perfectas, sino que su superficie estaba salpicada de montañas, y que Júpiter tenía incluso otros planetas girando a su alrededor.

En 1615 el asunto ya estaba en manos del Santo Oficio, que acusaba a Galileo de herejía. Gracias a sus contactos logró evadir la muerte. Tan solo se le prohibió hablar del heliocentrismo. Galileo no paró. Prosiguió con su lucha desafiante clamando por que la religión se desligara de la astronomía. Quería desatar el lazo para que avanzara libre el conocimiento.

Como la vehemencia no está reñida con la sutileza, publicó escritos como el Diálogo sobre los principales sistemas del mundo, en 1632, una conversación ficticia entre personajes que ridiculizaba la teoría heliocentrista y categorizaba como simple al papa Urbano, conocido como “el protector de la ciencias”, que había sido su defensor hasta que un buen día se rindió.

Un año después de la publicación Galileo era de nuevo carne de Inquisición. Fue acusado de herejía y de meterse a teólogo y opinar sobre temas que no le concernían. Aceptó abjurar del heliocentrismo y fue condenado a confinamiento vitalicio en su casa.

El pecado original de Galileo

El pecado original de Galileo

Galileo no pronunció “Y sin embargo se mueve”, al menos acto seguido tras la abjuración, pero su actitud fue tanto o más inspiradora que si hubiera gritado la frase a los cuatro vientos.

No pudo vencer en vida al sistema impuesto pero le dio el golpe de gracia. Una vez muerto, sus obras siguieron circulando y cruzando fronteras en la clandestinidad. En 1893 el papa León XIII reconoció como verdaderas las ideas de Galileo. En 1992, más de tres siglos después de su muerte, el papa Juan Pablo II pidió perdón en nombre de la Iglesia católica.

El científico fue paciente y ágil. Supo jugar las cartas sin violencia y con retórica. En homenaje al batallador Galileo, esta sección se llama así.

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