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Nacido en los 50

La democracia que no llega

El Gran Wyoming

Es cierto que pecan más los medios de comunicación por lo que ocultan que por cómo cuentan lo que cuentan. Así, en todos los foros se ha destacado la clamorosa ausencia de Alberto Garzón en los debates a cuatro que deberían ser de más. También se mete de rondón a UPyD ( 5 diputados en 2011), que parece interesar menos a los que claman por la pluralidad real. Tienen razón.

Hay que recordar que tanto Ciudadanos como Podemos carecen de representación parlamentaria, por lo que su presencia en aquel debate a cuatro se basaba únicamente en la apreciación de los sondeos, en su tirón mediático, que de hecho quedó demostrado al convertirse en la emisión más vista del año con más de nueve millones de espectadores. Superada unos días después por el debate a dos.

También se retransmitió ese, el formal, el que decían que era “el oficial” y que según Soraya Sáenz de Santamaría se hacía siempre. Olvidaba una pequeña coletilla la desmemoriada Soraya y es que, cuando gobierna el PP, no hay debates de candidatos, por lo que debió decir: “El que se celebra siempre… que no gobernemos nosotros”. Ya se sabe, cuando les toca a ellos se esconden, hacen trampillas como buenos raterillos que son.

En cualquier caso, la resaca que ha quedado de este debate entre los candidatos que, según todos los sondeos, encabezan los dos primeros puestos en la mayoría de las encuestas, es que fue un debate bronco y, para los afines al partido del Gobierno, maleducado y tabernario por parte, claro está, del líder de la oposición. Afirmó algo tan obvio como que un presidente tiene que ser decente y le acusó de no serlo. A partir de ahí subió el tono. Se enfadó Rajoy, que anunció: “Hasta ahí hemos llegado”, como si estuviera en su casa y disfrutara de una relación de superioridad con respecto a Sánchez.

Tal vez pretendía el señor Rajoy que se tratara el tema de la corrupción con la educación y cortesía debidas entre dos colegas que se dedican a lo mismo, que se hablara del tema como si fuera una posición ideológica discutible, un fallo en algún sistema de seguridad que hubiera permitido la entrada de un agente patógeno infectando la normal trayectoria de una acción política intachable. No fue así porque no es así.

Al presidente del Gobierno se le olvida la innumerable cantidad de veces que sostiene el argumento de que debe imperar la ley esquivando, evitando, negando la posibilidad de cualquier acción política frente a, por ejemplo, las pretensiones soberanistas de diferentes partidos catalanes. La aseveración no deja lugar para el debate: se puede hablar de cualquier cosa, pero cuando se traspasa la línea roja que marca la ley, la política deja de tener espacio para dárselo en exclusiva a los tribunales.

Es la trampa que él mismo crea aquella en la que acaba cayendo. En efecto, la política no debe dar cabida a los delincuentes y es en ese ámbito en el que a día de hoy habita nuestro presidente. No se debe escudar en no estar procesado, imputado o, como han decidido llamar ahora estos señores presuntos a los perseguidos por la Justicia, “investigado”. Se ve que esto de “investigado” les suena mejor. Y así es, porque una persona investigada puede, incluso, ser merecedora de un premio si lo que se deduce de esa investigación es una conducta intachable, ejemplar.

No es el caso. La conducta del presidente, al margen de lo que descubran las investigaciones, manifestada en reiteradas ocasiones, es de colaboración y encubrimiento del delincuente que, más tarde, se exhibe como enemigo. Así, el cómplice del delito se convierte en víctima, en perjudicado, como si la cosa juzgada fuese el reparto equitativo del botín, en lugar del hecho delictivo. Independientemente de que las acciones del señor Bárcenas se hayan acabado convirtiendo en un problema y, como consecuencia, en un lastre para el normal funcionamiento de la campaña de propaganda electoral, la confirmación de la cascada de actividades delictivas, así como la destrucción de pruebas de forma organizada, estructurada, llevada a cabo por el colectivo que conforma la cúpula del partido con sede en la calle Génova, con la obligada colaboración de sus empleados, algunos muy implicados, como la secretaria de Bárcenas, que se encargó de dejar su despacho como una patena, asumiendo en exclusiva la destrucción de la agenda de su jefe como si fuera una cosa normal, es decir, comiéndose el marrón, que es como se dice en la jerga delincuente, mintiendo descaradamente delante del juez Ruz. Esa forma de operar en comandita extiende el manto de la corrupción al grupo o, por usar palabras de doña Soraya, al equipo. En fin, a qué darle vueltas a este funcionamiento de banda.

Hacemos mala pedagogía cuando incluimos la corrupción como una cuestión más entre los recortes y si fuimos o no rescatados. Hay que darle la razón al señor Rajoy en que las acciones que se sitúan al margen de la ley no tienen cabida en el debate político. Tampoco los que se la saltan.

Si realmente Rajoy fuera una persona decente, como él afirma, habría faltado también a este debate porque su presencia es incompatible con el normal funcionamiento de una democracia.

No entiendo a los periodistas que se ofenden por la forma en que se expuso este tema, como si esa fuera la cuestión de fondo.

La corrupción, en efecto, merece debate aparte, probablemente en la sala de visitas de la prisión y con un cristal por medio. Es la única manera de atajarla. De otro modo tendremos que escuchar otra vez, al presunto de turno, decir que no está en política para forrarse y exhibirá su sueldo como demostración fehaciente de ello, tomando por tontos a los que le escuchan. Muchos deben tener algo de eso por la fe que le tributan, cuando de todos es sabido que el negocio se hace al margen, o después de dejado el cargo, a través de eso que llaman puertas giratorias, gracias a las cuales se cobran ingentes cantidades de dinero, de forma legal, sin que nadie sepa en función de qué. De hecho, cuando vienen mal dadas y tienen que declarar ante el juez qué pasaba en los consejos de administración, reconocen que no tenían ni idea de lo que se hablaba allí, pero no explican en base a qué cobraban lo que cobraban.

No se preocupe, señor Rajoy, que su sueldo es una minucia comparado con lo que puede sacar recogiendo los huevos que ya están puestos en las diferentes cestas de la administración de las grandes empresas que se benefician de las decisiones del Gobierno, mientras pagamos las obras públicas a un precio mucho mayor de su valor y el personal se pela de frío en casa.

Hace como que no se ha enterado de eso, pero cuando le comentan que tiene en Asuntos Exteriores a señores que cobran comisiones a las empresas que quieren exportar, responde: “Eso es normal”. Será normal en su partido, pero somos muchos los que queremos que deje de ser normal y para eso hace falta gente decente al frente de las instituciones, no tan buenos gestores como usted y su cuadrilla.

Por cierto, un consejo: si sale despedido de esta, búsquese un puestecillo en la banca, como su colega Rato. Después de las decenas de miles de millones de euros que les ha dado, digo yo que tendrán un detallito, y si ese detalle es tan decente como usted, le va a arreglar la vida.

Nosotros nos seguiremos chupando el dedo ahora que nos ha subido el IVA de “los chuches”.

Continúa el primero en los sondeos porque la Transición no ha concluido. Son millones los que ven normal que se robe desde la cúpula del Gobierno. Es parte de aquella herencia. “Atado y bien atado” era un sentimiento colectivo.

La democracia no termina de llegar. Aún no se ha instaurado como sistema de convivencia. De momento, votamos.

También estos tendrán su calle.

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